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La re-colonización: nuevos dueños de los diccionarios y algoritmos

Alejandro Espinosa Yáñez

Desde hace décadas, el control del pensamiento ha sido un proyecto político y económico de largo alcance. Ya lo advertían Ariel Dorfman y Armand Mattelart en "Para leer al pato Donald", cuando desentrañaban los mecanismos de dominación cultural escondidos en las "tiernas" aventuras de los dibujos animados. Citaban incluso al diario chileno "El Mercurio" (agosto de 1971), en la parte final de su texto, que reconocía abiertamente que el material dirigido a niños debía "destilar cuidadosamente algunas ideas" para "desviarlos en otras etapas de su formación hacia los derroteros del marxismo". La otra cara de la moneda es clara: el aparato ideológico del poder se pone en marcha desde la infancia, bajo formas que se presentan como neutrales, benévolas o incluso lúdicas. En nuestro tiempo actual, para leer al nuevo Donald (necesario poner atención), Trump presenta su propuesta para apuntalar la Inteligencia Artificial, con argumentos que nos convocan: "Nuestros niños no van a vivir en un planeta controlado por algoritmos que transmitan los valores e intereses de nuestros adversarios" (Trump). Por eso, que sean "objetivos y libres de sesgos ideológicos de arriba hacia abajo".

John William Cooke fue más directo: "En un país colonial, las oligarquías son siempre dueñas de los diccionarios". Quien define el lenguaje, define también el sentido común y establece los márgenes de lo decible. Hoy, el diccionario se ha vuelto algoritmo, incluso con más poder al construir comportamientos predecibles. En nombre de la eficiencia, la innovación y la seguridad, se abre paso una nueva arquitectura de control: la inteligencia artificial.

Donald Trump propuso hacer de la inteligencia artificial "el nuevo dólar", es decir, el eje estructurante del poder global y de la seguridad nacional. Su visión se acompaña del deseo de que el software y el hardware estadounidenses se conviertan en el "estándar" para todas las innovaciones del mundo. Asuntos de negocios y de control político. Han intentado todo: guerras, los acuerdos de Bretton Woods, las tiras cómicas, Hollywood, "Selecciones" del Reader´s Digest, programas universitarios bajo la modalidad educativa a distancia (MODE), con su dosis de colonialismo inserto en las bibliografías y en las mallas curriculares, y un sinfín de cosas e iniciativas, a lo que se suma el nuevo dólar (la IA), privilegiando a los aliados.

Para ello, urge acelerar la innovación, desarrollar infraestructura y garantizar que la IA sea "objetiva" y "libre de sesgos ideológicos", afirman. La propuesta trumpista está en contra del sesgo ideológico no propio, por ello el énfasis de que los niños (y seguramente también piensa Trump en las niñas), no vivan controlados por lo "algoritmos que transmitan los valores de nuestros adversarios", como citábamos líneas arriba. Se trata de un mensaje claro: hay que controlar el contenido, también en el universo algorítmico.

Lo que parece una batalla técnica es, en realidad, una disputa por el sentido, por su construcción, por la dominación en distintas escalas. Como señala el Centro para la Democracia y la Tecnología, citado por "El Economista" y "La Jornada", estamos ante el nacimiento de un "Ministerio de la Verdad IA", un eco orwelliano que en nombre de la equidad y la imparcialidad define lo que es aceptable, verdadero, objetivo, neutral y visible.

Shoshana Zuboff, al teorizar sobre el "capitalismo de la vigilancia", advierte que no se trata simplemente de una tecnología, sino de una lógica que permea y orienta el desarrollo técnico. Evgeny Morozov, cuestionando en parte a Zuboff, lo refuerza: "Bajo el capitalismo, quien obtiene un excedente conductual es secundario; lo que importa es quién consigue apropiarse la plusvalía". La IA, así, se convierte en una herramienta de extracción de valor… y de dominación. Son inseparables.

No se trata sólo de máquinas inteligentes, sino de una mutación antropológica impulsada por la Cuarta Revolución Industrial, anclando su sentido en una transformación más que técnica (por ejemplo, en términos de subjetividad, tiempo, afectos, lenguaje, estética, etc.). Como señala el documento citado, esta transformación implica hiperconectividad, automatización, big data, análisis predictivo, realidad aumentada y plataformas extractivistas. Todo ello bajo el auspicio de los Estados y al servicio de intereses corporativos. Este neoliberalismo del presente reniega del Estado, pero lo aprovecha al máximo para sus fines. La desregulación no es general, la pregunta es: ¿para quién desregula?

A este fenómeno se suma el uso estratégico de recursos como el litio, el cobre, el agua y la tierra, indispensables para sostener la infraestructura de la IA. La geopolítica digital, en este sentido, tiene anclaje material: no hay nube sin territorio.

Marx ya advertía que lo que distingue a las épocas históricas no es lo que se hace, sino cómo se hace. Los medios de trabajo no son neutros: indican relaciones sociales. Hoy, los algoritmos no sólo organizan la producción, sino también el deseo, la atención, la conducta, atraviesan nuestra subjetividad. Como un hecho social, las redes sociales atraviesan al conjunto social, sí, colonizan la subjetividad. Desde el pato Donald hasta ChatGPT, pasando por la televisión infantil, las redes sociales y los motores de búsqueda, el control del pensamiento ha mutado, pero no ha desaparecido. Sólo ha adoptado nuevas formas, más sofisticadas y difíciles de detectar.

Parece lejano el pato Donald de Dorfman y Mattelart, pero no es así, se reconstruye en las nuevas configuraciones de control ilegible, difícilmente detectable, en los nuevos Donald's de la historia (y en un futuro próximo de la historieta). En el arco del tiempo destaca la bisagra que engancha al pasado (colonialismo cultural) con el presente (colonialismo digital).

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