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Entrevista

La prosa terrestre de Cristina Rivera Garza

En su nuevo libro, el viaje se convierte no sólo en un tema, sino en un medio narrativo para retratar la libertad propia de la juventud, la amistad y la necesidad de habitar y apropiarse de los espacios.

Foto: El Universal/ Gabriel Pano

Foto: El Universal/ Gabriel Pano

SAÚL RODRÍGUEZ Y ANA SOFÍA MENDOZA DÍAZ

En el último par de libros de su autoría, Cristina Rivera Garza retrata dos caras de la libertad: cuando choca con la obsesión de control de un machista empedernido y cuando encuentra otras libertades con las cuales arrojarse de frente al mundo, sorteando los peligros, con la suerte de no cruzarse en el camino con un asesino. En El invencible verano de Liliana (Penguin Random House, 2021), la escritora aborda el duelo y la búsqueda de justicia por el feminicidio de su hermana a 30 años de su muerte, y, a su vez, honra su memoria al reconstruir partes de su vida, de su eternamente joven ser, a través de las cartas y los testimonios de quienes la conocieron. Terrestre (Penguin Random House, 2025), por su parte, es un peculiar libro de viajes que capta con precisión el espíritu indómito de la juventud.  

Es el último día de mayo y más de un centenar de personas están reunidas en El Foro del Tejedor, una acogedora sala en el tercer piso de la Cafebrería El Péndulo, ubicada en la colonia Roma de Ciudad de México. Todas las miradas están puestas sobre el pequeño escenario, donde se encuentra, al centro, Cristina Rivera Garza (ganadora del Premio Pulitzer y del Premio Xavier Villaurrutia), flanqueada por las escritoras Mónica Nepote y Ave Barrera. El trío está ahí para presentar Terrestre, el último libro de Rivera Garza. La química y la familiaridad que hay entre las tres son contagiosas, y hacen que el sentido del humor y la apertura definan el tono de la conversación, la cual se teje con suavidad pese a las dificultades de la autora para hablar debido a una agresiva infección en la garganta. 

“Son las perfectas madrinas del libro, porque a las dos les encanta andar del tingo al tango, son muy pata de perro”, agradece Cristina tan pronto es su turno de hablar. 

Terrestre, explica, está conformado por un conjunto de textos que germinaron luego de que se sumergiera en el pasado para rememorar los viajes que hizo en su juventud. Así, las páginas de este volumen siguen senderos terrestres dentro y fuera de México, recorridos en una edad en que, en palabras de la propia autora, se es inmortal. 

De este modo, el viaje se convierte no sólo en un tema, sino en un medio narrativo para retratar la libertad propia de la juventud, la amistad y la necesidad de habitar y apropiarse de los espacios, todo a través de una escritura que no teme desafiar las estructuras literarias canónicas ni jugar con las nociones de tiempo y espacio. 

Foto: EFE/ Toni Albir
Foto: EFE/ Toni Albir

Rivera Garza revela que el título del libro proviene de la tensión que existe entre los pies y la tierra que los sostiene, lo que les permite enraizar sin impedirles continuar su camino, uno que inevitablemente lleva a formar conexiones humanas significativas. 

Esa consciencia de la comunidad, ya sea la conformada por amistades longevas que acompañan en el viaje o la gente que se conoce en el trayecto, es una de las características más destacables de Terrestre, y que se refleja en el lenguaje y la narrativa del libro.

“La idea de que existe un personaje, muy del siglo XX, usualmente nos remite a una individualidad —una neoliberal, para darle más apellidos— [...] Tienes que, de alguna manera, subvertir el concepto mismo para que aquí quepan cuerpos, cuerpos que se están moviendo, y relaciones que van cambiando”. De ahí que una buena parte de los textos del libro estén escritos en plural, es decir, desde una perspectiva colectiva. 

“Aquí estamos viendo, al menos esa era mi intención, a estos personajes siempre en abrazo, siempre en conexión, lo cual no significa que estén en armonía, para nada. Sabemos que la cercanía implica disenso, conflicto, fricción, además de goce”. 

Una frase de Camus titula el libro dedicado a tu hermana: “En lo más profundo del invierno aprendí al fin que había en mí un invencible verano”. ¿Qué tanto habita en Terrestre el eco de esa frase? 

Creo que hay una conexión muy orgánica que va de El invencible verano de Liliana a Terrestre, y es una conexión que no sólo no me interesa negar, sino que creo que puede ser enfatizada. En El invencible verano de Liliana yo exploré el mundo, las razones, la historia detrás de un feminicidio. Pero también puse mucha atención a la vida de mi hermana, a su deseo de libertad, a su creencia de que otro amor y otra vida podían ser posibles en esta tierra. Conforme fui hablando del libro, adquirí una especie de compromiso con muchas de las lectoras que se identificaron con la libertad y con la curiosidad de Liliana. Y yo creo que aquí (en Terrestre) están un poco estos caminos, esta exploración, estas mujeres jóvenes que tuvieron la suerte de no toparse con feminicidas y que fueron enfrentándose a distintas formas ominosas de violencia de género, que abrieron camino, que se arrojaron, que disfrutaron también de este arrojo y de esta valentía. Entonces, sí, yo creo que es un libro, en el sentido de la cita, que sigue viviendo de ese verano, un verano que además de invencible, la apuesta es que también sea interminable. 

Liliana y Cristina Rivera Garza. Foto: Revista de la Universidad de México
Liliana y Cristina Rivera Garza. Foto: Revista de la Universidad de México

Mencionaste en las presentaciones de Ciudad de México y Barcelona que parte de este libro existe porque recurres a viajes que realizaste en tu juventud, pero también hay algunas citas donde mencionas la relación entre la memoria y la ficción. Cuando se recurre a la memoria, ¿es inevitable que la imaginación nos lleve a la ficción y a esa confusión? 

Esta frase la ha dicho mucha gente, pero yo se la oí en persona a Néstor Braunstein, el famoso psicoanalista argentino que vivió muchos años en México: “Si hay memoria, hay ficción; no hay salida al respecto“, y eso es una máxima en la que creo. A estas piezas les he llamado de no ficción especulativa porque, al igual que en mis libros más recientes, aquí hay una conexión directa con el referente: hay revisión de documentos, realización de entrevistas, todo el tipo de investigación que uno esperaría de la no ficción, pero a la vez le he dado rienda suelta a la forma y a la imaginación, ambas cosas. Hay ejercicios, de estilos muy diversos, que corresponden estrechamente a los materiales memoriosos con los que estaba trabajando. Traté de mantener un balance entre cómo me voy aproximando a cosas que me interesan para la escritura, que es hacer todo este tipo de investigaciones. Lo he dicho antes y te lo repito ahora: yo creo que esa investigación es la que me permite tocar estos temas. Pero, por otra parte, en cada uno de estos textos hay una apuesta formal, muy distinta de uno a otro, porque se trata de materiales también muy distintos. 

Se recuerda la presencia que el agua tuvo en El invencible verano de Liliana, sobre todo la imagen donde te sumerges en la piscina. En el primer relato incluido en Terrestre, te encuentras con Julia O’Bradeigh y aparece la lluvia irlandesa, ¿consideras que el agua es un puente que acentúa nuestra necesidad de conexión con otras personas? 

No sólo con personas, sino en este caso con personajes. Julia O’Bradeigh es un personaje de mi primer libro de cuentos. En su época, este libro de cuentos se llamó La guerra no importa, y lo volvimos a editar hace no mucho tiempo con Dharma Ediciones como Andamos perras, andamos diablas. Y en ese libro aparece Julia O’Bradeigh en compañía de Xian, a quien también menciono en estos textos. Estos personajes nacieron más o menos en la misma época, en el mismo tiempo cronológico que explora el libro. Por eso me parecía interesante. Si los lectores o lectoras han leído el libro y saben de este nombre, pues ahí hay un guiño de complicidad, y si no lo saben tampoco pasa nada, el texto se lee simplemente de otra manera. Pero aquí yo buscaba una conexión, no nada más con mi memoria, sino también con el referente. Estos son personajes que existen desde entonces, que han regresado de una u otra manera en algunos de mis otros libros, y me parecía que son la mera encarnación de la juventud. Aparecen precisamente en estos libros. Julia llega de Irlanda, habita este mundo subterráneo de radicales y revolucionarios, y Xian es un poco más como una drifter que anda por ahí en la Ciudad de México. Y bueno, si en este libro estoy invocando estas presencias de mujeres jóvenes, me pareció del todo adecuado que fueran las mismas jóvenes, como personajes, las que abrieran la puerta para entrar a los otros textos del libro. 

Propones una idea donde podemos enraizarnos en la tierra, pero a la vez movernos y viajar. 

Sí, la cuestión con el viaje es que también está súper codificado. Desde el viaje imperialista, de la gente del imperio que viene a clasificar a sus súbditos, al viaje turístico, el viaje instagramático. Y como puedes ver, aquí los viajes que me interesan son de otro tipo, son incómodos, son viajes del deseo. En muchos sentidos son viajes de no saber, de no saber a qué te vas a enfrentar. Me interesa precisamente lo que ocurre en situaciones así, la capacidad de transformación que tienen, esta manera de movilizarse. Muchas veces se dice, de manera fácil y muy dicotómica, que una cosa es ser sedentario y sólo así formas comunidad, y otra cosa es ser nómada, como si siempre anduvieras de un lado para otro, como si fueran dos cosas absolutamente distintas. Una idea que anima estos textos es que es posible andar en el camino y construir comunidad. Hay algo que alguna vez llamé comunidades esporádicas, por las esporas, por cómo funcionan las esporas y por la brevedad también de estas comunidades. Por una parte quiero enfatizar mucho eso, que el que camina, que el que se va, no necesariamente ha pasado superficialmente por la tierra, y que el hecho de ser sedentario tampoco implica, por fuerza, que haya esta formación de comunidad como tal. El sedentarismo finalmente es la base del capital y es la base del Estado. Jimmie Durham, este artista, native american artist, decía que las sillas eran espías del Estado, porque eran agentes del sedentarismo que dio como resultado precisamente la formación del Estado y su conexión con el capital. Por eso yo le tengo una cierta resistencia a esta idea sedentaria o a la bondad con la que a veces se retrata al sedentarismo sin más. Entonces me parece que es del todo posible, e incluso deseable, el ir avanzando e ir produciendo una multiplicidad de comunidades que nos informan y que nos echan a andar.

En Barcelona, la presentadora comentó que le llamaba la atención que tu poesía completa se titulara Me llamo cuerpo que no está, cuando el cuerpo siempre está presente en tu obra de alguna forma. Terrestre no es la excepción, ¿qué te interesa al estudiar la visión sobre el cuerpo? 

La materialidad del cuerpo y del lenguaje son estructurales en todo mi trabajo. No se podría entender realmente sin la presencia estructural del cuerpo, no sólo como tema, sino como principio de materialidad. Y yo creo que aquí se nota no sólo en referencia al cuerpo femenino o al masculino, sino también al paisaje y al territorio. Traté de tener una visión muy meticulosa respecto a qué parte del cuerpo entra en contacto con qué parte de la tierra, cómo se van armando ese tipo de conexiones y alianzas. Todo eso, a un nivel celular y a un nivel macrocosmos, me interesa; por eso el libro se mueve entre esas dos variantes: el detalle minucioso, milimétrico, celular, le llamo yo, pero también esta conciencia muy amplia de que formamos parte de un universo, de que hay planetas a nuestro alrededor, de que el sol se comporta de maneras impredecibles a veces. Eso me importa mucho.

Foto: El Universal/ Gabriel Pano
Foto: El Universal/ Gabriel Pano

Y claro, en relación al cuerpo femenino, ya en particular, hay una serie de guiños acerca de cómo las disparidades del sistema patriarcal inducen una relación muy compleja, a veces muy oscura, de las mujeres jóvenes con sus propios cuerpos: el tratar de ocultarlos para prevenir la violencia, el tratar de domesticarlos, delimitarlos, para precisamente alejar la posibilidad de la violencia, de la objetivación también, de la instrumentalización de los cuerpos femeninos, especialmente de las mujeres jóvenes. Yo creo que hay una gama muy amplia de desigualdad propia del sistema patriarcal, del sistema capitalista, más todo lo que estamos viviendo, pero que se traduce de múltiples formas en la vida cotidiana. Esto es lo que hace tan complicada la relación igualitaria, la relación gozosa, la relación del tú a tú entre hombres y mujeres en general, hombres y mujeres y más, ahora que tenemos muchos géneros y que no estamos en esta dualidad tan simple. Investigar, meterse por esos recovecos, es algo que hace bien, que nos puede ayudar, algo que le interesa mucho a la literatura o a la escritura —en todo caso, a la que a mí me gusta—, que es este énfasis en los detalles sensoriales, en esta cuestión muy material, en la posibilidad de vivir por segundos, a veces un par de horas, lo que dure la lectura en el cuerpo de otro. 

Pensamos en una imagen del relato “Las pajarracas”: dos chicas están hablando con un hombre y él les dice, abriendo los brazos enormes, que ellas podían volar, aunque una de las mujeres asegura que esos brazos nunca estarán tan enormes como la envergadura de sus alas. 

Fíjate que eso está muy relacionado al epígrafe del poema, los dos versos del poema de Kim Hyesoon, una poeta coreana, traducida por otra poeta coreana que se llama Don Mee Choi, donde ella habla de esta pájara que tiene tacones, tiene la boca pintada, etcétera, que no puede estar en ningún cuarto porque tiene las alas muy grandes. Y aunque de repente esa imagen puede ser medio adolescente, es precisamente lo que traemos ya de la niñez hacia la adolescencia, esta gran capacidad de imaginación, esta enorme curiosidad por el mundo. Se puede traducir así, ese tamaño de las alas: lo que nos impide, lo que nos pone en posición de resistencia respecto a las muchas clasificaciones de esas casitas o jaulas, en las que el trabajo, la edad adulta, la ganancia y la crueldad, nos intentan poner. La adolescencia, este momento en el que somos verdaderamente inmortales, pone en cuestión todo eso.

Foto: EFE/ Toni Albir
Foto: EFE/ Toni Albir

¿Esperarías que el sentido de comunidad femenina retratado en tus textos pueda transportarse también a la realidad y mantener una resistencia ante los discursos hirientes y separatistas de la ultraderecha? 

Bueno, vienen de la realidad. Mucho de este temperamento o de esta posibilidad viene de la realidad y regresa. Se va retroalimentando una y otra vez. Quiero decir, no, no es producto de mi imaginación pura; es parte también de la observación y de ver lo que pasa en nuestros días. A mí fíjate que me preocupan dos cosas. Por una parte, la idealización de esta solidaridad entre mujeres. Cuando yo era joven, siempre se usaba esta frasecita de “mujeres juntas ni difuntas”. La decía todo el mundo a la menor provocación, como si las mujeres intrínsecamente no pudieran trabajar juntas o ser amigas, o tener una relación de solidaridad más allá de sí mismas, como individuos, como personas. Y yo creo que de ahí viene este énfasis en lo que se puede lograr cuando hay esta conexión. Por otra parte, me interesa no dulcificar y no idealizar. Si las mujeres son y somos múltiples, y hay gente buena onda como hay gente mala onda, es importante tenerlo en cuenta. Yo cuando hablo del feminismo trato de que no se me olvide que son los feminismos, que son plurales, porque las discusiones son bárbaras y los desacuerdos también. Hay que enfatizar eso. No se trata de una movilización armoniosa ni organizada de acuerdo a un principio único, sino de una discusión muy viva, muy álgida, que tiene repercusiones en quién se lleva con quién y alianzas estratégicas y no. 

Ahora, por otra parte, el avance de la derecha, como lo hemos visto en Estados Unidos, no es cosa de juego. Muchas mujeres en Estados Unidos pensaron por varias décadas que en la lucha feminista ya se había conseguido todo, que ya no tenía sentido. Y quién les iba a decir, ¿no? Fue en el 2018 cuando se revocó el Roe versus Wade, limitando de una manera muy drástica la capacidad de autonomía de las mujeres respecto a sus cuerpos. Y bueno, hemos visto la propuesta de Milei, por ejemplo, de borrar la categoría de feminicidio de los códigos penales de Argentina. Eso es borrar un derecho que se ha conseguido. Eso es preocupante, el tratar de transformar la experiencia y la materialidad de las luchas feministas en una ideología de género, como la llaman. Hay varias maneras de contestar ese tipo de discurso y hay que estar atentos al mismo. Sabes, a mí lo que también me preocupa son las estrategias de la derecha, como la de la ministra italiana, que no hace mucho propuso precisamente incluir la categoría de feminicidio en el código penal, una demanda que habían tenido las feministas italianas por años enteros. Y yo todavía estoy tratando de pensar qué significa que esta demanda, que viene de la radicalidad de las movilizaciones de mujeres y feministas, sea algo que tiene la probabilidad de convertirse en ley gracias a, o en conexión con, una primer ministra que ha tenido una posición recalcitrantemente conservadora respecto a la mujer como sexo, no como género, y todas las otras limitaciones conservadoras respecto al papel de la mujer en la sociedad. Yo creo que los golpes vienen por muchos lados, desde los que rechazan hasta los que optan. Creo que hay que estar muy atentas al respecto. Creo que por eso es importante tener este espíritu de transgresión, de libertad y de autonomía que hace posible el viaje, y el estar reverdeciendo en rebeldía. 

Foto: El Universal/ Gabriel Pano
Foto: El Universal/ Gabriel Pano

Tal y como plasmas en el último relato de Terrestre, ¿crees que todo el tiempo nos estamos despidiendo? 

Lo puse ahí porque la frase tiene que hacer pensar. Lo cierto es que si eso fuera verdad, quiere decir que siempre le estamos dando la bienvenida a algo más. Y eso ya depende de qué lado de la ecuación estés.

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Escrito en: viaje Terrestre Saúl Rodríguez El invencible verano de Liliana Cristina Rivera Garza Ana Sofía Mendoza

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