En días pasados, el expresidente Ernesto Zedillo volvió a tocar el tema relativo al proceso que está llevando al país de la democracia a la tiranía. Sin reticencia ni eufemismos, así, con todas sus letras, Zedillo lo ha dicho: A la tiranía.
No es la primera vez que el expresidente aborda este asunto. Ya lo había hecho antes, hacia mediados de septiembre del año pasado, en una conferencia que dictó en la Ciudad de México a los integrantes de una asociación internacional de abogados. En un momento, aquel, por demás oportuno, por haber sido justo cuando las Cámaras del Congreso discutían y aprobaban, de manera tortuosa, las modificaciones a la Constitución de lo que se dio en llamar la reforma al Poder Judicial.
Ahora Zedillo ha vuelto al tema, mediante la publicación de un ensayo de su autoría en el número de mayo de la revista Letras Libres, que en realidad es una versión ampliada de su conferencia de septiembre. Esta publicación dio lugar a que la revista Nexos adelantara la difusión de una entrevista hecha a Zedillo sobre el mismo tema, programada para ser publicada en su edición del próximo mes de julio. El asunto está pues sobre el amplio tapete del debate nacional.
Y debe permanecer en el ánimo de la opinión pública por el tiempo que sea necesario. Porque no es posible, y menos aún de aceptarse, que esta pretendida reforma, en especial la parte relativa al proceso en marcha de demolición del Poder Judicial, siga adelante. De continuar hasta llegar a consumarse este grave atentado, el daño que se causará a la nación será sencillamente incalculable. Imposible de cuantificar por ahora. De no darse marcha atrás de inmediato, por lo pronto la actual generación habrá de sufrir muy graves y quizá hasta irreparables consecuencias. Y en el futuro mayores, en tanto más tiempo transcurra sin corregirse el camino.
El oficialismo no quiere que la voz de Zedillo se imponga y gane adeptos. Sigue al efecto la conocida técnica del descontón. Consiste ésta en aniquilar de entrada al adversario, a como dé lugar, de manera inescrupulosa y total ausencia de ética, de ser preciso. Por lo general se acude a cuestiones que ni al caso vienen, con tal de dejar tendido en el suelo al oponente.
Si la anterior estrategia no surte efecto, el oficialismo acude entonces al trillado expediente de lanzar distractores, de los que tiene amplio repertorio, aun triviales, a fin de desviar la atención, para lo cual dispone además de medios en exceso.
En su respuesta a la denuncia de Zedillo, de que el país va rumbo a una tiranía, la presidente Sheinbaum no estuvo a la altura. En lugar de esgrimir argumentos lanzó insultos y amenazas. Y responsabilizó al expresidente del costo que representó el rescate bancario, lo que en términos populares se conoce como el FOBAPROA.
En la réplica que de inmediato difundió Zedillo, recordó que "el rescate bancario fue objeto de una auditoría independiente llevada a cabo por un auditor internacional nombrado por la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión -no por el Ejecutivo. Debe subrayarse -agrega- que el partido del Ejecutivo ya no contaba con la mayoría de esa Cámara… Los resultados de esa auditoría fueron oportunamente publicados y quedaron a disposición pública…".
A continuación Zedillo propuso a Claudia Sheinbaum, quien no ha respondido, "que al igual que en el caso del rescate bancario, se nombre un auditor internacional independiente, de impecable reputación profesional, para que se auditen un conjunto de proyectos emprendidos por el gobierno de López Obrador, entre otros la destrucción del aeropuerto internacional de clase mundial para la Ciudad de México que estaba a medio terminar; la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya. La ciudadanía tiene el derecho a saber cuánto costaron y qué beneficios se perdieron con esas gravísimas tropelías de López Obrador". La presidente Claudia Sheinbaum tiene la palabra y éticamente está obligada a responder como corresponde. Sin insultos ni amenazas.