La cábala cubana, según dicen, reza así: “Pitcher que empieza ponchando al primer bateador, pierde el juego”. Se pueden dar numerosos ejemplos de juegos memorables en los que no fue así. Tal vez sí en muchos casos. Pero ni remotamente en todos. Lo que sí es más probable que suceda es que un lanzador al que le conectan tres jonrones, le anotan 6 carreras, concede tres bases por bolas, hace 46 disparos a home, de los cuales sólo 22 son de strike y a duras penas puede sacar dos outs del primer episodio, es casi seguro que sí pierda el juego. Como ocurrió.
Es justo lo que le sucedió a Ricardo Sánchez, pitcher venezolano del Unión Laguna, que abrió el sábado en Tijuana el juego inicial de la primera ronda de playoffs frente a los Toros de aquella ciudad. Después de él vinieron seis relevistas guindas, a los que en el resto del encuentro los Astados sólo les pudieron anotar una carrera.
¿Qué fue lo que pasó?¿Cómo en un juego de este calibre, de tanta importancia, frente a un equipo como el de Toros que precisamente por su pitcheo por lo general le anotan pocas carreras, se permitió que a Ricardo Sánchez le “arrimaran tanta candela”? ¿En qué estarían pensando tanto el manager del equipo, José Offerman, como el coach de pitcheo, Jesús Manso? ¿Considerarían que en las ocho entradas que faltaban del juego los Algodoneros podrían producir seis o más carreras? Muy apenas anotaron 2 ese día y sólo otras 4 en el juego del domingo, que por cierto se ganó.
Es probable que ellos trajeron otros datos, derivados básicamente de la sabermetría. No lo sabemos, pero es posible. Cabe aquí hacer de nuevo la reflexión de que la sabermetría es sólo una herramienta, un apoyo que en modo alguno podrá jamás sustituir a la experiencia, a la intuición beisbolera de personas como Offerman y Jesús Manso. ¿O qué otra explicación podrá haber? No se necesita ser un experto en beisbol para saber lo que estaba pasando y adivinar cuál sería el resultado. El simple lenguaje corporal de Sánchez, que todos vimos a través de la televisión, lo decía todo. Y de manera patética.
Desde mucho antes de que le pidieran la bola y lo bajaran del montículo, Ricardo Sánchez estaba verdaderamente sufriendo. Se le veía cara de tristeza, incluso de tragedia. No podía más, porque sabía que ya no soportaba aquella terrible tortura. ¿Por qué entonces lo aguantaron tanto en la loma, que llaman de las responsabilidades? Sin que tenga relación con lo anterior, va una anécdota: Don Pepe “Zacatillo” Guerrero, el manager del beisbol mexicano que más juegos ha ganado (1,976 sólo en la LMB), solía contar que en alguna ocasión le recomendó a cierto pitcher que no saliera a divertirse, porque el día siguiente, domingo, le tocaba abrir el juego. Le dijo que sí, pero no le hizo caso. Llegó al hotel de madrugada y “bien servido”.
En el juego le propinaron tremenda paliza. Pasaban los innings y don Pepe no lo sacaba.
Hasta que le suplicó que lo hiciera, previo reconocimiento de que había aprendido la lección. En el beisbol, muchas son las lecciones que se deben aprender