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La otra historia que no fue viral

Melissa Ayala

La conversación pública está llena de momentos urgentes, debates necesarios y llamados legítimos a la igualdad. Esta semana, muchas personas alzamos la voz para cuestionar los comentarios de Javier Hernández, que reprodujeron estereotipos de género y reflejan una visión profundamente machista que muchas pensábamos ya era cada vez más obsoleto. Y es importante hacerlo: señalar el machismo cotidiano, incluso cuando viene de figuras admiradas, es parte del trabajo de construir una sociedad más justa.

Pero mientras hablábamos de eso, algo profundamente preocupante pasaba sin recibir casi atención. Irma Hernández Cruz, una maestra jubilada de 62 años, fue hallada muerta en Veracruz. Había sido secuestrada días antes, tras negarse a pagar una cuota de extorsión mientras trabajaba como taxista para sobrevivir. La versión oficial dice que murió de un infarto, pero es importante señalar que fue la violencia, y el miedo que seguramente experimentó, lo que provocó el infarto.

Irma no recibió la atención nacional que recibieron las declaraciones del "Chicharito", pero su historia importa. No sólo porque es trágica, sino porque refleja grandes problemas públicos y estructurales. Porque revela, con toda su crudeza, cómo se entrelazan la precariedad, la violencia y la desigualdad, especialmente cuando se trata de mujeres mayores.

De acuerdo a un análisis realizado por el Centro de Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP) de todas las personas que se reportan como pensionadas contributivas en la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), 58.4% son hombres y 41.6% son mujeres. También resalta que, en promedio, las mujeres reciben un monto por pensión 14% menor comparada con la pensión recibida por los hombres.

Estos datos muestran que, aunque muchas mujeres trabajaron, su acceso a una pensión digna es notablemente menor. Cotizan menos, ganan menos, tienen interrupciones en su vida laboral al ser las encargadas de realizar las labores del hogar y de cuidados y, al jubilarse, están expuestas a precariedad económica y social.

Todo eso tiene consecuencias. Miles de mujeres mayores que no pueden dejar de trabajar, y enfrentan la vejez en condiciones de riesgo, sin respaldo ni protección. En regiones donde el crimen organizado ha sustituido al Estado, salir a trabajar puede poner en riesgo la vida y muchas mujeres adultas mayores no tienen alternativa.

Hablar de la muerte de Irma es hablar de pensiones, de seguridad, de vejez, de cuidados y de violencia. No se trata de dejar de hablar de otras causas ni de comparar dolores. Se trata de no olvidar que, mientras nos ocupamos del discurso de un futbolista, hay realidades urgentes que también merecen toda nuestra atención.

Lo que ocurrió en Veracruz no es una excepción o un caso aislado. El nombre y la historia de Irma no debe borrarse entre titulares efímeros ni su muerte quedar atrapada en la lógica de una nota roja. Hablar de lo ocurrido es hablar de la deuda estructural que existe hacia las mujeres mayores, con las trabajadoras pensionadas, con quienes no tienen un lugar seguro para envejecer. Mientras discutimos lo que dice un futbolista, hay mujeres que siguen enfrentando la vejez sin red, y sin seguridad. Recordar, nombrar y hablar de Irma Hernández es un acto de memoria frente a la indiferencia.

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