CONTEXTOS: EL TEÓRICO Y EL REAL.
Cada vez que en el pasado un presidente mexicano se ha enfrentado a Donald Trump la vulnerabilidad de la soberanía mexicana está en juego. Enrique Peña Nieto salió mal librado, Andrés Manuel López Obrador no. Esta vez, en Canadá, en la cancha del G7, aunque en el último minuto y por un imprevisto ese juego se suspendió a causa de una nueva crisis en el Medio Oriente. Mejor para Claudia Sheinbaum.
El concepto de soberanía externa puede ser un elemento de gran peso en el mundo real pero igual puede resultar tan leve que, por carecer de fuerza real, acabe en la intrascendencia. Ahora bien y, en cualquier caso, lo angustiante del juego de soberanías es que un resultado desfavorable puede explicarse por una falla del jugador, pero también y sobre todo por la imposibilidad para los jugadores débiles de imponer el "deber ser" sobre la realidad que implica una asimetría entre los participantes.
Para países como el nuestro lo angustiante del ejercicio de la soberanía en el plano internacional no es la dificultad de argumentar en términos teóricos, abstractos, sino en su aplicación en las situaciones concretas y hacer efectiva la independencia del estado nacional mexicano. Y es que la proclamación de un Estado como entidad nacional soberana -lo que en nuestro caso ocurrió hace 204 años- requiere del respaldo no sólo de razones históricas, políticas, morales y legales válidas -el "deber ser"-, sino también por elementos de poder duro-político, económico, militar, demográfico, geoestratégico, etcétera. Y es que hoy como siempre en la arena internacional -esa donde todo Estado está obligado a actuar- el valor de las normas jurídicas -en la medida en que hay un acuerdo sobre las mismas- es un discurso enmarañado que cuando finalmente revela el escenario real resulta que en este siguen imperando las reglas descarnadas del llamado "estado de naturaleza", ese que describió Thomas Hobbes en el siglo XVII, es decir un lugar donde la fuerza y no la ley continúa siendo la última ratio. Y aunque se supone que el derecho internacional ya lleva más de cinco siglos de estar codificándose entre doctos juristas como Hugo Grocio y negociándose en reuniones internacionales de alto nivel como los acuerdos de la Paz de Westfalia (1648), la soberanía y el llamado "derecho de gentes" y sus supuestos principios de carácter universal que debían regular el trato entre las naciones, simplemente no se observan. En las situaciones críticas el derecho y los acuerdos internacionales vigentes siguen sin valer mayor cosa si no están respaldados por algún grado de poder duro. Y hoy el mejor ejemplo de que el ejercicio efectivo de la fuerza sigue siendo superior a cualquier argumento jurídico o moral es la escandalosa impotencia de los pronunciamientos de la mayoría de los miembros de las Naciones Unidas frente a la brutal destrucción de Gaza por el Estado de Israel que, a su vez, puede llevar a cabo tal destrucción y matanza porque cuenta con el respaldo material y político abierto de la principal potencia mundial: Estados Unidos.
En suma, que el derecho de un Estado al ejercicio de su soberanía solo funciona, y eso no siempre, para regular sus relaciones rutinarias, básicamente no conflictivas, con otros estados y entidades multinacionales. Para las coyunturas realmente críticas la política del poder sigue tan vigente y campante como antaño.
México frente a los Estados Unidos de Trump. En Canadá la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum estuvo a punto de verse obligada a mantener su primera entrevista directa con el presidente de la gran potencia vecina del norte: Donald Trump. Finalmente, la entrevista se pospuso. Mejor, pues en las reuniones bilaterales que Trump ha tenido con mandatarios que por alguna razón no han contado con su simpatía o que lo han encontrado" de malas" (bad mood), el norteamericano no ha tenido ningún empacho en agredirlos o humillarlos públicamente como fue el caso de Enrique Peña Nieto en 2016 o de Volodimir Zelenski de Ucrania en febrero pasado.
Y es que en la agenda bilateral México-Estados nunca han estado ausentes los temas conflictivos. Hoy Trump y el trumpismo pueden usar una variedad de motivos para conseguir el aplauso fácil de casi la mitad de los electores, después de todo a Trump le han respaldado con entusiasmo la mitad de los votantes: el 46.1% en 2016, el 46.8% en 2020 y el 49.8% el año pasado. Es esa la base social que respalda la visión dura, negativa, simplista o de plano falsa con laque Trump y su gabinete (Kristi Noem, destacadamente) pretenden justificar su política contra los supuestos 5 millones de indocumentados mexicanos en Estados Unidos y que son presentados como meros invasores y no como el resultado de una demanda histórica de mano de obra barata del mercado laboral norteamericano. Esa visión también se presenta al explicar el tráfico de drogas prohibidas como resultado de la actividad de los carteles mexicanos, pero sin tomar en cuenta la responsabilidad de los millones de adictos a las drogas ilegales que las demandan y las pagan al norte del Bravo. El déficit comercial México-Estados Unidos que alcanzó en 2024 los 172 mil millones de dólares lo explica el trumpismo como competencia desleal y no como resultado de la globalización que hasta no hace mucho Washington apoyaba con entusiasmo. En fin, que hoy las quejas del trumpismo contra México han llegado al grado de culpar sin base alguna a la presidente México por las protestas que este año han tenido lugar en Los Angeles y que han servido como pretexto para una espectacular movilización de marines y guardias nacionales. Y la lista puede seguir.
Los Vaivenes Históricos de la Política de Washington frente a México. A diferencia de Estados Unidos, México logro su independencia en 1821 sin ayuda externa. Washington tardó en reconocer esa independencia, pero una vez establecidas las relaciones políticas entre los países vecinos el interés norteamericano se centró en adquirir partes sustantivas de la antigua Nueva España ya fuese por compra o mediante maniobras de sus colonos en Texas o finalmente por la fuerza. Como sea, la debilidad política y demográfica mexicana, su pobre sistema de comunicaciones internas, sus duras y prolongadas luchas civiles y otros factores más le sirvieron bien al país del norte para expandirse hacia el sur y hacia el Pacífico sin preocuparse por la soberanía mexicana.
Ya concluida la guerra-norte sur en Estados Unidos y lanzado ese país a una industrialización rápida y exitosa a su gobierno le vino bien la formación y consolidación en México de un régimen estable como el porfirista que propició la estabilidad interna y fronteriza y que estuvo en posibilidad de garantizar y proteger sus primeras inversiones en el exterior (minas, ferrocarriles, petróleo, empresas agrícolas y otras). En 1910 la Revolución Mexicana vino a trastocar este modus vivendi y tuvieron que pasar más de tres lustros de conflicto constante México-Washington antes de que el acuerdo Calles-Morrow de 1927 -acuerdo que significó la aceptación de la legitimidad de la Revolución Mexicana por el gobierno norteamericano- llegara a sentar las bases de un nuevo acomodo entre los dos países vecinos, un acuerdo tan fuerte que sobrevivió a la gran presión a la que lo sometió el sexenio nacionalista del presidente Lázaro Cárdenas. A la alianza formal entre México y Washington durante la II Guerra Mundial le siguió otra informal que se inició entre los gobiernos anticomunistas de Miguel Alemán y Harry S. Truman y que se mantuvo a todo lo largo de la Guerra Fría y aún después.
En el mundo unipolar que siguió a la desaparición de la URSS, Washington ya no vio mayor peligro para el interés nacional norteamericano en la decadencia del autoritarismo priista, en el ascenso y descenso del PAN de la presidencia mexicana, enla aparición y triunfo de la izquierda lopezobradoristani en el inicio de un verdadero juego de partidos al sur del Río Bravo y en el inicio de un nuevo régimen político mexicano.
Pero en la presidencia de Trump ha aparecido la otra cara de la moneda que implica la coincidencia del cambio de régimen en México y su viaje hacia la izquierda y la aparición de Trump y el trumpismo que han hecho virar a Estados Unidos hacia una derecha radical. Yun resultado de esa coincidencia es la que hoy estamos viviendo ahora y que se puede caracterizar de esta manera: si Trump encuentra que puede obtener ganancias políticas acusando pública y falsamente en la propia Casa Blanca y por boca de la secretaria de Seguridad Nacional a la presidenta de México de haber instigado los "motines de Los Angeles" no dudará en hacerlo sin importar el daño a la imagen de México o a la buena relación con nuestro país. Igual podrá mantener vigente la amenaza de poner cuando quiera aranceles a las exportaciones mexicanas o alterar o de plano dejar de lado el T-MEC, hacer mayores y más espectaculares redadas de mexicanos indocumentados o simplemente contentarse con mantener en vilo a los "sin papeles" en ciudades como Los Ángeles o en los campos agrícolas de San José, sin importarle las consecuencias de esas políticas en la relación con México. La levedad de nuestra soberanía frente a la gran potencia va a seguir como una constante de nuestro navegar en el espacio internacional.
Realmente estos son tiempos difíciles para la soberanía mexicana. Su levedad frente al imperio tiene la capacidad de mantener en vilo no sólo a millones de conciudadanos al norte de la frontera sino, en coyunturas desfavorables, a nuestro proyecto nacional mismo.
https://lorenzomeyercossio.com/