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La institución

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LUIS RUBIO

ómo explicar el siglo XX mexicano? El siglo inició con un gobierno que se había prolongado casi tres décadas y concluyó con una elección democrática; el país experimentó una cruenta revolución que dejó más de un millón de muertos a su paso; luego de la guerra civil vino la guerra cristera; los albores de una reorganización política; y el crecimiento de la economía, el desarrollo estabilizador y las crisis económicas. O sea, fue un siglo en que hubo de todo: bueno, malo y regular. Aunque muchas naciones del hemisferio y de otras latitudes experimentaron situaciones similares, lo que distinguió a México fue su excepcional capacidad para preservar la estabilidad política.

No guardo nostalgia alguna por el siglo XX, pero entender sus características -aciertos y defectos- es indispensable para explicar nuestra realidad actual, y también para apreciar y reconocer las virtudes y errores de quienes entonces gobernaron. Hubo de todo. Si uno mira hacia el sur, el contraste con México a lo largo del siglo pasado es revelador. No es del todo inconcebible que, de haber evolucionado de una manera distinta, México habría acabado experimentando gobiernos dictatoriales o militares (a diferencia de uno autoritario).

La gran constante del siglo XX mexicano fue el partido que surgió de la gesta revolucionaria y sin el cual sería inexplicable el México de entre los treinta y el 2000 y, sin duda, también el de hoy, para bien y para mal. Fue el PRI, en sus tres momentos, la institución que pacificó al país, le confirió estabilidad política e hizo posible el crecimiento de la economía, facilitando la evolución que culminó en el siglo XXI.

La pacificación y estabilización no fueron procesos simples, pacíficos o siempre amables. Desde su creación, el objetivo del PNR en 1929 fue someter a los liderazgos de partidos, facciones y agrupaciones políticas a una disciplina institucional que impidiera la violencia política en los procesos de sucesión luego del asesinato de Obregón. Algunos líderes se sumaron de inmediato, en tanto que los que no aceptaron las nuevas reglas acabaron pagando las consecuencias. El sucesor, el PRM (1938), prosiguió con el proceso de institucionalización al incorporar a las organizaciones campesinas, sindicales, populares y militares dentro del partido, con el mismo objetivo.

Cuando se formalizó el PRI (1946) ya con tres sectores perfectamente definidos (campesino, obrero y popular) y un ejército profesionalizado, surgió una institución que tuvo la capacidad de procesar el conflicto político, canalizar demandas sociales, ejercer disciplina y, en conjunto, conferirle certidumbre, estabilidad y continuidad política al país. Fue esa institución la que hizo posible absorber los costos de las diversas crisis (políticas, económicas, financieras y electorales) que se presentaron a lo largo de las décadas, sobre todo entre los cincuenta y los noventa. Sin el PRI, México seguramente habría seguido un camino muy distinto. Desde luego, la institucionalización y la disciplina vinieron a costa de la democratización de la vida política que otras naciones al sur del continente experimentaron antes que México y, quizá, de una manera más sostenible y duradera.

Tal vez lo más notorio de la era del PRI fue la formación de una clase política profesional que sigue siendo, bajo diversos membretes, la que domina el panorama nacional. El "reino" del PRI, ese PRI, concluyó cuando se "divorcia" de la presidencia al perder las elecciones en 2000. No podía haber sido diferente: más que un partido político, el PRI era una institución, un sistema de control y un factor de continuidad. Su derrota en 2000 lo convirtió en un partido común y corriente que no logró reorganizarse para sobrevivir y trascender bajo otras reglas y circunstancias.

Muchos expriistas militan y son líderes importantes en el partido gobernante, Morena, que no deja de ser un "movimiento" con características radicalmente distintas al PRI del siglo XX. Morena podrá preservar su hegemonía por algún tiempo, pero nunca podrá desempeñar la función nodal que caracterizó al PRI en su era. Y ese es el asunto clave para Morena y para México. Morena no es una institución ni contribuye a la gobernabilidad del país. Vaya, ni siquiera sirve para aprobar las iniciativas que envía su propia presidenta.

El gran déficit de México (y de Morena) es la gobernanza. El PRI fue la espina dorsal de la gobernanza a lo largo del siglo XX, asegurando que tanto presidentes hábiles como torpes pudieran gobernar y adaptar al país a los tiempos cambiantes. Sin embargo, aunque muchos añoran la recreación del PRI en la forma de Morena, la era de los partidos hegemónicos y en control absoluto ya pasó a la historia.

Independientemente de las estructuras o prácticas internas del PRI de antaño (mucho más activas y vigorosas de lo que se cree) éstas serían incompatibles con un esquema (cada vez menos) democrático como el que vive el México de hoy. Pero eso no quiere decir que el país haya resuelto su problema de gobernanza, factor que impide su recuperación económica y su estabilización política. Y eso no se resuelve con controles autoritarios o espionajes digitales.

En ausencia de un nuevo esquema institucional, idóneo al siglo XXI, la propensión al estancamiento será inevitable y peor en la era de Trump.

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