Hay un sector consciente de la gigantesca devastación institucional que ha perpetrado el régimen. Está invertebrado, desorientado, desanimado, pero existe. ¿Cómo denominarlo? Una frase del gran poeta español Juan Ramón Jiménez lo define: "la inmensa minoría".* El destino democrático de México está en sus manos. Y solo en ellas.
"Los pueblos -escribió el historiador griego Polibio (200 a. C.-118 a. C.)- aprenden la necesidad de reformarse por dos caminos: uno, a partir de los infortunios propios; otro, de los ajenos. El primero se presta más al error; el segundo es el menos doloroso. Nadie debería elegir voluntariamente el primero, porque implica grandes dificultades y peligros; más bien debería escoger siempre el segundo porque así, sin daño autoinfligido, puede entrever el mejor curso de acción".
Alemania es ejemplo de lo primero. Han pasado 80 años desde la caída de Hitler, y no parece posible que un nuevo demagogo precipite a esa nación a su propia hoguera y a la de decenas de millones de personas. Los alemanes aprendieron por la vía dolorosa.
Inglaterra es ejemplo de lo segundo. A fines del siglo XVIII, sus dirigentes estudiaron la decadencia del Imperio romano. Por eso, en torno a varios temas álgidos (el improductivo monopolio de la East India Company, la insostenible dominación de las colonias americanas, la corrupta hegemonía de seis decenios del partido whig, el poder excesivo del monarca), el gran estadista Edmund Burke introdujo reformas democráticas que no solo evitaron el estallido de la Revolución francesa en tierra británica, sino que consolidarían el poderío inglés hasta la Primera Guerra Mundial. Los ingleses optaron por la vía virtuosa.
Polibio aplica también a México.
El PRI fue indiferente a las lecciones de la historia universal y por eso comenzó a pagar por sus propios errores. Pero tuvo al menos el realismo de introducir reformas paulatinas. El ideólogo de esa alternativa fue un lector de Burke: el historiador y político Jesús Reyes Heroles (1921-1985). Para evitar más desgracias como las que ya pesaban sobre aquel régimen (el 68, la Guerra Sucia), Reyes Heroles concibió la reforma política de 1977, que abrió el Congreso a las corrientes de izquierda. Las veleidades imperiales de López Portillo (similares a las de su homónimo del siglo XIX; un juego de niños frente a las de su homónimo en el XXI) lo orillaron a renunciar a la Secretaría de Gobernación. Y previsiblemente, con la quiebra del 82, continuaron los desastres. Por eso, don Jesús sostuvo hasta el final la necesidad de limitar el poder del presidente y el del partido. La renuencia de De la Madrid y Salinas de Gortari a instrumentar ese cambio político precipitó la crisis del 88 y luego, aún más seria por el magnicidio de Colosio, la de 1994. El país parecía condenado a aprender por la vía dolorosa. Por fortuna, la transición propuesta en 1995 por Zedillo (avalada por todos los partidos) restauró la república y recondujo a México por la vía virtuosa.
Hoy oprime a México un régimen que muchos equiparan erróneamente con el PRI. Con toda su malignidad, el PRI era una institución política; Morena es un movimiento caudillista. El PRI no tenía dueño, ni siquiera el presidente en turno; Morena sí lo tiene, y no es la presidenta en turno. El PRI tenía una ideología camaleónica, con un trasfondo liberal. Morena tiene vocación totalitaria. Y, punto clave, el PRI despertó (al cuarto para las doce) a la necesidad de cambiar. Nada indica que Morena intentará reformarse. Por el contrario: tiene todo el poder y lo querrá para siempre.
Las lecciones que deberían prevenirnos están a la vista: son Cuba y Venezuela. Se dirá que, dada la vecindad con Estados Unidos, nuestro país nunca adoptará el sistema económico comunista ni nadie decretará, como Hugo Chávez, "Exprópiese". Puede ser, pero en términos de control político y disolución del Estado de derecho, solo los ingenuos dudan de que México navega hacia ese "mar de la felicidad", como llamó Chávez al infierno de Cuba y Venezuela.
¿Qué hacer? Es inútil esperar que el cambio venga desde dentro del régimen. Es inadmisible esperar que venga desde afuera. Y no creo que la mayoría del pueblo mexicano despierte pronto del engaño en que el régimen lo ha envuelto.
Por eso el futuro depende de la inmensa minoría. Si supera el pasmo, la cobardía, la comodidad y el egoísmo, México podrá eludir la vía en la que estamos, que amenaza con ser larga, humillante, caótica y dolorosa.
* Debo la frase a Gabriel Zaid.
ÁTICO
El régimen no se reformará. Sólo la ciudadanía movilizada puede oponérsele.