anta, diosa, la cólera aciaga de Aquiles Pelida, que a los hombres de Acaya causó innumerables desgracias y dio al Hades las almas de muchos intrépidos héroes cuyos cuerpos sirvieron de presa a los perros y pájaros de los cielos". Así comienza ese gran poema épico de la Antigüedad, donde se narra el último año de la guerra de Troya. El conflicto bélico duró diez años, pero no es el primero ni el último. En la mitología, el dios Marte, enseñó a los hombres el arte de matar a otros hombres. Así transformó el hierro en armas letales. Hoy nuevamente estamos ante la encrucijada de la guerra. Primero Israel, luego Irán y ahora Estados Unidos. Los acontecimientos recientes reafirman el presente del pasado en pleno 2025.
A nadie le gusta admitirlo, pero somos adictos a la guerra. La violencia y no la paz, define la historia humana. El debate es largo, comienza en Caín y todavía no termina en Ucrania o Irán. Para Hegel, la historia es un gran matadero. Así que ya sabemos lo que viene. En ese sentido, somos más propensos a la guerra que a la paz. La primera es una pulsión humana pura y dura. La segunda un deseo. En amplios periodos de la historia, la guerra está presente por todos lados. Digamos, es el sello de la casa. Por el contrario, la paz parece casi una excepción. Pero en cambio, la guerra propició los mejores tratados. De Sun Tzu a Maquiavelo, de Tucídides a Clausewitz. Lo mismo puede decirse de las innovaciones tecnológicas. Más que excepción, la guerra aparece como continuidad.
Lo definió con claridad el general prusiano Carl von Clausewitz en su obra clásica: la guerra es sólo la continuación de la política por otros medios. Para el teórico alemán que vivió en carne propia los estragos de la guerra, no hay límites en la aplicación de la violencia. Dicho en otras palabras, todo puede empeorar. En ese punto nos encontramos ahora, donde Medio Oriente es un polvorín.
Como en otros años, el conflicto regional crece. En su momento, fue la guerra de los Seis Días en 1967. Israel contra Egipto, Siria y Jordania. El resultado de ese relámpago para Israel fue reafirmarse frente a sus enemigos y de paso, ganar territorio. Hoy es Irán, Siria, Líbano. La política por medio de misiles. Sin recato, se repite la vieja estrategia que utilizó el segundo Bush contra Irak. Inventó un falso supuesto sobre armas de destrucción masiva, para invadir, saquear y destruir a ese país. Ya luego le acomodaron en la propaganda eso de exportar democracia y cambio de régimen con Humvees y tanques. El resultado, un fracaso monumental, no obstante ese inmenso y decorativo organismo llamado Naciones Unidas.
Además de la política, no perdamos de vista la dualidad entre Eros y Tanatos. La vida y la muerte. Por lo pronto, Tanatos domina el frente. En El Leviatán, el filósofo Thomas Hobbes retomó la locución latina, "homo homini lupus". El hombre es un lobo para el hombre. A partir de ahí, construyó su tratado político sobre el Estado. De manera descarnada, pesan más los intereses geopolíticos que los deseos de paz. No son las buenas intenciones lo que mueve a las naciones en pugna, sino razones prácticas. Ganar poder, ganar territorio. Destruir al enemigo, mantener un monopolio, defender la soberanía, imponerse a los vecinos. Curiosamente las razones se repiten como en la guerra del Peloponeso. En la gran obra de Tucídides leemos con sorprendente similitud las claves de la tragedia contemporánea. Dos grandes bloques enfrentados. Atenas y Esparta. En el presente tenemos actores dispuestos a usar gasolina para apagar el fuego. La propaganda de un bando habla de supuestas armas atómicas, pero no habla de las propias. Impera esa lógica de tapar un pozo, abriendo otro. El cierre del Estrecho de Ormuz, espacio donde pasa una buena cantidad de la producción mundial de petróleo, podría desencadenar una crisis energética internacional, pero también una escalada mayor de la violencia. Agárrate querido cochista. Al final, nadie es tan fuerte para imponerse todo el tiempo sobre los otros.