(...) Me duele este niño hambriento como una grandiosa espina, y su vivir ceniciento revuelve mi alma de encina. Lo veo arar los rastrojos, y devorar un mendrugo, y declarar con los ojos que por qué es carne de yugo. Me da su arado en el pecho, y su vida en la garganta, y sufro viendo el barbecho tan grande bajo su planta ¿Quién salvará a este chiquillo menor que un grano de avena? De dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena? Que salga del corazón de los hombres jornaleros, que antes de ser hombres son y han sido niños yunteros. Miguel Hernández
Vemos por todos lados el crecimiento del egoísmo y la violencia. Las esperanzas de resolver nuestras diferencias por medio de las plumas y los argumentos parecen disolverse en un mar de indiferencia y morbo televisado. Es justo por eso que debemos insistir, insistir e insistir. La violencia y el sufrimiento no son inevitables. Optar por la paz y la política como medios de resolución del conflicto es una vocación que, como todas, debe sostenerse más y mejor en tiempos adversos. Descansar acaso debas, mas nunca desistir, decía Kipling, en aquel poema famoso llamado «Cuando las cosas vayan mal», y que hoy suena a palmadas en la espalda para quienes seguimos y seguiremos creyendo en un mundo que sea un poquito mejor para todas las personas.
Los frentes son muchos: el azuzado broncón en California; la escalada del conflicto en Oriente Medio que ha pasado de desértica guerra fría a algo mucho más explícito que está tomando forma ante nuestros ojos; los pendientes en Ucrania… y en todas las trincheras, siempre, insistiremos: no hay camino hacia la paz; la paz es el camino.
Esa insistencia debe también pregonarse en nuestra tierra: La Laguna y Coahuila. Primero, por nuestra cercanía con Estados Unidos (cercanía no sólo geográfica sino también económica y hasta social); un país cuyos conflictos internos escalan de manera importante afectando no sólo sus dinámicas sino también su relación con sus vecinos. Si bien Texas es nuestro contacto directo y no California, las tensiones que están surgiendo no les son ajenas: hay una clara disputa Federación-Estados desarrollándose actualmente a la que habrá que ponerle mucha atención.
Haciendo eco de mi anterior columna, también en Medio Oriente debe insistirse. Contra todo pronóstico y todo derrotismo, insistamos: la paz es el camino. En la noche del jueves fuimos testigos globales del ataque directo y frontal de Israel a varios puntos neurálgicos iraníes; sobre todo para efectos de su programa nuclear que, hay que decirlo, a diferencia de Israel, está vigilado por las instancias internacionales correspondientes y se desarrolla en un país que, también a diferencia de Israel, ha firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear. Irán ha prometido una respuesta contundente en la que, si todo se desata, será inevitable que paulatinamente intervengan otras fuerzas globales. Es muy pronto para especular, pero sí puede decirse que el conflicto ha escalado y todas las potencias, Europa y Estados Unidos particularmente, parecen decididos a alejarse cada vez más de las vías pacíficas.
Es cierto también que este llamado al entendimiento y a la política como mecanismo para la gestión del conflicto debe encontrar resonancia en distintas escalas: nuestra vida diaria también tiene el potencial de cosechar paz o violencia, dependiendo de las decisiones de nuestra comunidad. He vivido en carne propia las consecuencias emocionales, políticas y sociales de decantarse por la violencia como medio de resolución de conflictos, y no es un buen escenario. Sin embargo, no peco de optimista cuando digo que estamos a tiempo: lejos de normalizar ataques harteros por la espalda, como el que me sucedió a mí en el estacionamiento del Coliseo Centenario, debemos condenarlos, aclararlos y someterlos a todos los mecanismos institucionales necesarios para transformar la violencia en concordia y crecimiento. Aprendizaje, que nos permita atravesar nuestras diferencias con madurez e inteligencia. Hago un llamado para que en Torreón siga siendo normal hablarnos de frente y sin embalajes cuando tenemos algún problema, y que siga siendo raro e incluso fuertemente criticado el tirar la piedra y no sólo esconder la mano, sino huir cobardemente montado en camionetas blindadas, guaruras anónimos y rutas oscurecidas por la impunidad.
Todo lo anterior es fundamental en escala global, nacional, comunitaria e incluso personal. En el obradorismo seguiremos insistiendo y no nos cansaremos: no hay camino para la paz, la paz es el camino. Esto es lo mejor para todos pero sobre todo para los más débiles y necesitados de entre nosotros que, como podemos ver en Oriente Medio, siempre son quienes más caro pagan los fracasos de las vías pacíficas.