
La geopolítica de la esperanza
Presentar un libro, cualquiera que este sea, implica una gran responsabilidad. No se trata de ver la mejor cara ni de ponderar la buena pluma del autor, menos tratándose de libros como Geopolítica de la esperanza, el territorio como lugar de la dignidad y la justicia de Juan Luis Hernández Avendaño, politólogo y educador, rector de la Universidad Iberoamericana, plantel Torreón.
El libro ofrece una visión fundamentada en la experiencia académica y en la sensibilidad del ser humano preocupado y ocupado por ser un individuo de su tiempo capaz de reflexionar, de crear y que cuida de sí, de su familia, sus alumnos, su ciudad, del agua, de los otros.
Geopolítica de la esperanza se sustenta en uno de los muchos estados anímicos que nos da humanidad: la esperanza, aunque es necesario precisar que no se trata de la esperanza melosa que deja al que espera un papel pasivo, de espectador de la realidad. Es más bien un estado del alma derivado de nuestra capacidad transformadora, que nos hace confiar en que podemos leer el guion de la realidad con una reflexión crítica hacia lo que sucede. La esperanza de la ilusión es muy distinta a la esperanza de la acción; una llega, la otra se construye.
En el primer capítulo el autor nos da cuenta de los cuatro ejes sobre los que está sustentada la geopolítica de la esperanza. “Laminar” es el principio de las interrogantes personales que surgen en relación con el lugar que ocupamos cada uno de nosotros en un momento histórico caótico, desigual, injusto, dominado por unos cuantos que han impuesto, con nuestra connivencia, el modelo económico y de mercado que ha acentuado las brechas sociales. Ello trae consigo la instalación del mal común y la necesidad de poner en práctica las estrategias pedagógicas y espirituales a través de las cuales podamos, cito textual, “organizar la esperanza frente a la desesperanza”.
Las primeras páginas obligan a preguntarse: “¿Y yo dónde estoy?”. Alentado en la esperanza o hundido en la desesperanza, la cual sostiene contra viento y marea el principio del status quo. A pesar de la muerte y la destrucción, la depredación y la concentración de capitales, la intención se concentra en que todo siga igual para beneplácito de unos cuantos.
El desarrollo de los cinco campos de acción que sugiere el autor son claros y alientan a hacer posible lo que el desastre quiere hacer parecer imposible: la epistemología de la esperanza, la praxis, la espiritualidad, la ética y la geopolítica de la esperanza propiamente dicha.
Hay una propuesta clara de cómo adquirir el conocimiento de la esperanza a través de lo que el autor define como método profético, inspirado en los profetas de Israel, el cual plantea reconocer lo malo, pero ponderar lo bueno, encontrar inspiración en quienes llevan al terreno de la práctica el bien común.
La praxis, por su parte, es llevar el verbo a la acción; es resistir, no quedarse callado, ser valiente, movilizarse, organizarse.
Otra de las áreas a atender es la espiritualidad, eso que pretendemos atender desde la religión, con la gran diferencia de que esta última genera una práctica expuesta, en tanto la espiritualidad es una experiencia silenciosa que enlaza a Dios-Jesús con los seres humanos. Volver a Jesús es el camino, la verdad y la vida, es el amor por los demás, es el que cuida y es cuidado, el que defiende y es defendido.
Ser ciudadanos es ser cuidadores y es también la expresión ética. Cuidar de uno mismo para poder cuidar a los demás; cuidar la tierra, la ciudad, el campo y los mares; cuidar el corazón y las emociones que albergamos, y salir al mundo para construir espacios solidarios que nos acojan a todos.
Formar ideas y construir pedagogías para que la práctica sea en nuestro territorio. La educación es la puerta de entrada a la liberación. Las líneas de acción también van en dejar atrás el falso positivismo, el espejismo de la felicidad permanente que se compra, se envuelve y se tira. A veces la esperanza duele, pero es un dolor que repara, que hace crecer, que nos permite darnos cuenta que la resiliencia existe.
La esperanza es una virtud teologal que nos lleva a Dios y nos compromete con él. Para que la virtud sea virtud tiene que ser habitual y no un acto esporádico, aislado. Es como una segunda naturaleza a la hora de actuar, pensar, reaccionar, sentir. Alentemos esto; el libro es una guía para conseguirlo.
La esperanza es un sueño despierto, dijo Aristóteles, soñemos juntos.