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¿La fórmula de 1935 para 2025?

LORENZO MEYER

El supuesto del que parte esta columna es el siguiente: pareciera que hoy el enemigo al acecho es, por un lado, el crimen organizado, pero por otro es el enemigo interno, agazapado, que es poco evidente pero que a la larga puede echar abajo el proyecto de la 4ª Transformación. Este último peligro es más serio que la oposición partidista o que los grupos de presión y de interés del gran capital. Se trata de uno menos evidente y que ya empezó a filtrarse en el heterogéneo universo del morenismo en el poder.

Un ejemplo es el nombramiento de Adrián Rubalcava como director del Sistema de Transporte Colectivo Metro (STCM) de la Ciudad de México. Este nombramiento detonó una buena discusión en torno a la naturaleza de los personajes que debieran estar al frente de "los nervios del gobierno" en la era de la 4T. Y es que el nombramiento como responsable del metro capitalino del ex alcalde de Cuajimalpa y que apenas en 2023 buscó ser postulado candidato para jefe de gobierno dé la capital por el PRI-PAN-PRD, pero al no lograrlo simplemente optó por renunciar al PRI para de inmediato ofrecer su apoyo cómo "operador político" a la candidata presidencial de Morena, Claudia Sheinbaum. Rubalcava se convirtió así en una de las varias gotas que ya están derramando un vaso de dudas sobre la idoneidad de ciertos nombramientos políticos y administrativos que la 4T ha puesto en manos de personajes cuyas biografías políticas simplemente no cuadran con el perfil dibujado por la propia presidenta Sheinbaum como el idóneo para sacar adelante el ambicioso proyecto de transformación que ella encabeza.

Una carta que la propia presidenta dirigió a los militantes de su partido y que se hizo pública el 4 de mayo, es un decálogo puntual del "deber ser" de quienes integran las filas de un movimiento político que se ha comprometido a transformar a México bajo la divisa "por el bien de todos, primero los pobres". Para la presidenta, quienes han sido electos o designados para operar el cambio de régimen no sólo deben observar a pie juntillas el famoso "no robar, no mentir y no traicionar" morenista sino también deben mostrar con su conducta cotidiana, con su forma de vida, que efectivamente ya han interiorizado los valores de una nueva moral pública que rechaza la ostentación, el dispendio, la corrupción y que es ajena a los actos de prepotencia o abuso de los privilegios que solían caracterizar al antiguo régimen. Finalmente, la presidenta también pidió a quienes le acompañan en la nada fácil tarea de transformar la forma y el fondo de la naturaleza del gobierno, no olvidarse de dónde vienen, de su origen.

Y es justamente en ese "de dónde vienen" en el tema del origen, cuando aparece con toda nitidez un problema serio para ciertos cuadros de la 4T. Hay un grupo de "operadores políticos" que quizá no sea muy numeroso pero que sí es muy conspicuo tanto en el gobierno federal y el congreso como en los niveles estatales y municipales a quienes no les conviene recordar o que alguien les recuerde de dónde vienen y porque han venido a sumarse a las filas la 4T. En estos casos la interrogante de fondo no es porque se introdujeron ellos en la 4T sino ¿para qué los quiere la 4T en sus filas? A estas alturas de su carrera de vida resulta imposible suponer que puedan tener una conversión al estilo de la de San Pablo en su camino a Damasco -pasó de perseguir cristianos a ser su líder- y que ahora efectivamente estén identificados con la moral y valores del movimiento de izquierda hoy en el poder.

Tras siete meses de ejercer su cargo, apoyada por 35.9 millones de votos y con una popularidad en las encuestas de opinión que ronda el 80% la presidenta Sheinbaum es ya la líder política efectiva e indiscutible no sólo de Morena sino del sistema político mexicano. De ahí la interrogante ¿para qué quiere o necesita hoy una presidenta tan bien posicionada de "operadores" como Rubalcava, surgidos de y formados en los usos y costumbres del PRI o en ambientes igualmente reprobables?

Es verdad que en la etapa formativa de Morena el creador de ese partido-movimiento y artífice del proceso que llevó al morenismo a ser lo que hoy es, el expresidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), tuvo que abrir su movimiento de oposición a elementos formados en el PRI, el PAN y similares pese a que poco o nada tenían que ver con la izquierda o con el proyecto de nación de Morena. Pero eso ocurrió en la difícil e incierta etapa en que AMLO y los suyos debían enfrentar y derrotar a los herederos de lo que por mucho tiempo fue el régimen autoritario más exitoso de América Latina y que incluso fue tenido como modelo a imitar en el mundo de los sistemas en transición (véase, por ejemplo, a Samuel P. Huntington y Clement H. Moore en Authoritarian politics in modern society. The dynamics of established one-party systems, 1970).

Sin embargo, hoy pareciera no sólo innecesario sino peligroso dar cobijo en puestos de responsabilidad del nuevo régimen a conversos de última hora. Es de suponerse que en el caso del STCM sí es posible encontrar dentro de Morena o al menos en ambientes no surgidos a la sombra del priismo a ingenieros y técnicos que entiendan ese sistema de transporte y que, con el respaldo de la presidenta, puedan manejar la relación con los líderes sindicales heredados.

Bueno, ahora finalmente pasemos a dar sentido al título de esta columna, al 1935. En ese año, el recién llegado a la presidencia, general Lázaro Cárdenas, dio un manotazo en el tablero del juego político nacional y se deshizo de casi todos los elementos que no le apoyaban en su proyecto político. Hace justo 90 años el presidente Cárdenas, con el apoyo tácito de los jefes militares, limpió su gobierno de elementos no comprometidos con su propuesta de hacer efectivo el Plan Sexenal- Y Cárdenas se salió con la suya. Hoy la presidenta Sheinbaum no tiene por qué recurrir o tolerar a personajes que hasta hace poco eran parte del antiguo régimen. La presidenta ni siquiera tiene necesidad, como Cárdenas, de asegurarse la lealtad de las fuerzas armadas, esa ya la tiene. Y lo más importante, desde el inicio del mandato de Sheinbaum AMLO explícitamente renunció a jugar el papel de "Jefe Máximo" que Calles mantuvo de 1929 a 1935.

Veamos esto último más de cerca. Para asegurar el éxito de la institucionalización del gran cambio de régimen, AMLO supo que él debía renunciar a la posibilidad de mantenerse transexenalmente en el centro del proceso político. Esa renuncia era y es condición sine qua non para permitir que la presidencia pueda desempeñar cabalmente el papel que le corresponde como el centro efectivo de las grandes decisiones en torno a la continuación de la construcción de la 4T. Y en ese proceso se debe evitar que ciertas malformaciones de origen se consoliden y se transformen en deformidades permanentes.

En su origen Morena se nutrió y sobrevivió gracias a la amalgama lograda por AMLO que mezcló a elementos originalmente incompatibles: ex priistas con ex panistas más una fuerte variedad de izquierdistas formada y fogueada en la lucha contra el viejo sistema priista o prianista. Esa izquierda anterior a Morena y de la que se nutrió Morena, vivió su militancia original pagando un precio alto que podía ir desde la condena a la irrelevancia, la marginación económica y social hasta la represión extrema. Nada semejante se encuentra en la carrera de los prianistas que se han incorporado al morenismo.

El "caso Rubalcava" llama la atención porque para el ciudadano de a pie no es clara la razón para poner a un cuadro que apenas ayer era priista como responsable de manejar un complicado sistema de transporte en la capital pero que significa también manejar una nómina de más de 14 mil empleados agrupados en sindicato muy estratégico, un presupuesto de alrededor de 23 mil millones de pesos millones de pesos (equivalente al presupuesto del estado de Puebla) y además nombrar a personajes de su propio equipo político ya consolidado en Cuajimalpa como administradores del sistema.

En fin, que quizá más temprano que tarde la presidenta podría prescindir de los "operadores" fogueados en el viejo sistema y que pueden dejar de ser una ayuda para convertirse en un lastre y confiar los puestos de responsabilidad a gente socializada no en las prácticas del pasado sino en la política nueva, en la que se desea para el futuro.

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