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La evolución psicológica de la delincuencia juvenil

Antes de llegar al punto de infringir la ley, es posible que un adolescente ya haya mostrado signos de algún trastorno conductual en su niñez. Por eso es importante la detección temprana de estas señales, para evitar que progresen de forma peligrosa.

El Trastorno de la Personalidad Antisocial (TPA), se caracteriza por la violación persistente de las normas sociales, la manipulación, la falta de empatía y de remordimiento. Foto: Unsplash/ Koshu Kunii

El Trastorno de la Personalidad Antisocial (TPA), se caracteriza por la violación persistente de las normas sociales, la manipulación, la falta de empatía y de remordimiento. Foto: Unsplash/ Koshu Kunii

PRISCILA CASTAÑEDA

La delincuencia juvenil ha sido objeto de estudio por diversas disciplinas debido a su complejidad e impacto en la sociedad. 

No todos los jóvenes que infringen la ley lo hacen de manera espontánea; muchos de ellos transitan por una secuencia evolutiva de trastornos conductuales que, si no son tratados a tiempo, pueden desembocar en actos delictivos persistentes. Explorar el desarrollo progresivo desde el Trastorno Negativista Desafiante, pasando por el Trastorno de Conducta, el Trastorno Explosivo Intermitente hasta llegar al Trastorno de la Personalidad Antisocial, abordando los contextos que favorecen dicha evolución y las posibilidades de intervención, pueden darnos un panorama más amplio respecto a estos comportamientos que suelen desconcertar a la mayoría de las familias, así como a quienes no están del todo familiarizados con las problemáticas infantiles y adolescentes. 

PRIMERAS SEÑALES 

El Trastorno Negativista Desafiante suele manifestarse en la infancia, caracterizado por un patrón persistente de ira, irritabilidad, discusiones con figuras de autoridad y comportamiento vengativo. Estos niños frecuentemente rechazan reglas y normas, pero aún no infringen leyes o cometen actos delictivos.

Los factores contextuales que suelen estar presentes incluyen dinámicas familiares disfuncionales, estilos de crianza autoritarios o negligentes, así como modelos de comportamiento agresivos en el entorno inmediato. 

A esta edad, el tratamiento psicológico conductual y la psicoeducación familiar tienen buenos resultados si se interviene a tiempo. En el caso de este diagnóstico, es común encontrar comorbilidades con otros padecimientos, tales como el Trastorno por Déficit de Atención (con y sin Hiperactividad) y el Trastorno del Espectro Autista. Aun así, los arrebatos conductuales comunes en estos últimos requieren atención independiente. 

ESCALADA DE LA AGRESIÓN 

Cuando el Trastorno Negativista Desafiante no es tratado adecuadamente, existe un riesgo elevado de que evolucione hacia el Trastorno de Conducta. Este se manifiesta por un patrón de actos que violan sistemáticamente los derechos de los demás y las normas sociales apropiadas para la edad. Aquí ya aparecen el robo, el vandalismo, la agresión física, el uso de armas o la crueldad hacia personas o animales. Es preciso identificar la etapa de inicio, pues puede darse en la infancia o en la adolescencia. 

Los individuos con Trastorno de Conducta a menudo inician con un comportamiento agresivo y reaccionan violentamente ante otras personas. Pueden acosar (incluso a través de redes sociales), amenazar o intimidar, y también es común que recurran al robo o la piromanía. Estos individuos suelen transgredir seria y frecuentemente las normas, y tienden a presentar salidas nocturnas a pesar de la prohibición de los padres. 

El Trastorno Negativista Desafiante suele manifestarse en la infancia, caracterizado por un patrón persistente de ira, irritabilidad, discusiones con figuras de autoridad y comportamiento vengativo. Foto: Freepik
El Trastorno Negativista Desafiante suele manifestarse en la infancia, caracterizado por un patrón persistente de ira, irritabilidad, discusiones con figuras de autoridad y comportamiento vengativo. Foto: Freepik

Jóvenes que viven en contextos marcados por la violencia comunitaria, la pobreza extrema, la desorganización social o el abandono paternal tienen mayor probabilidad de desarrollar este trastorno. En esta etapa, la intervención es más compleja, pero aún posible, combinando terapia cognitivo-conductual, intervención familiar y, en algunos casos, programas comunitarios intensivos. Existen, además, ciertos factores de riesgo específicos que pueden representar una predisposición, tales como los temperamentales, ambientales, genéticos y fisiológicos.

CONSOLIDACIÓN DE LA CONDUCTA DELICTIVA 

Cuando el patrón disocial persiste hasta la adultez y se vuelve parte del funcionamiento general del individuo, puede diagnosticarse como Trastorno de la Personalidad Antisocial (TPA). Además de la violación persistente de las normas sociales, se caracteriza por la manipulación y la falta de empatía y de remordimiento. En la mayoría de los casos, quienes poseen este diagnóstico ya han tenido múltiples conflictos con la ley. El TPA se incluye en el grupo “B” de los trastornos de la personalidad, conformado por personas que son exageradamente dramáticas, emocionales o erráticas. 

Quienes lo padecen suelen tener una concepción elevada de sí mismos y mostrarse arrogantes. Piensan, por ejemplo, que un trabajo ordinario no está a su altura. Tampoco tienen una preocupación realista acerca de sus problemas actuales o de su futuro, y pueden ser excesivamente obstinados o engreídos. Además, desprenden un encanto simplista y superficial, con una capacidad verbal voluble y artificiosa, en la que usan términos técnicos o una jerga que podría impresionar a alguien que no esté familiarizado con cierto tema. 

La falta de empatía, la concepción elevada de sí mismo y el encanto superficial son características incluidas en la definición tradicional de la psicopatía, y pueden ser particularmente distintivas del trastorno y predictivas de la reincidencia criminal. 

La aparición del TPA no ocurre de forma aislada. Es la culminación de un proceso en el que interactúan factores genéticos, neurobiológicos y psicosociales adversos desde edades tempranas. El tratamiento en esta etapa es especialmente difícil, y aunque existen programas de intervención en los sistemas penitenciarios, la respuesta suele ser limitada. No obstante, algunos enfoques centrados en la empatía y la responsabilización pueden tener efectos positivos en ciertos casos. 

La conducta delictiva juvenil es el resultado de una evolución observable desde edades tempranas a través de trastornos del comportamiento. Cada etapa del proceso —negativista desafiante, de conducta y antisocial— tiene características propias, pero todas están influenciadas por un contexto social y familiar problemático. La buena noticia es que esta progresión no es inevitable. Con detección temprana, apoyo psicosocial, intervención familiar y programas comunitarios, es posible modificar el curso del desarrollo y prevenir la consolidación del Trastorno Antisocial en la adultez.

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Escrito en: Priscila Castañeda delincuencia juvenil negativista desafiante personalidad antisocial

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El Trastorno de la Personalidad Antisocial (TPA), se caracteriza por la violación persistente de las normas sociales, la manipulación, la falta de empatía y de remordimiento. Foto: Unsplash/ Koshu Kunii

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