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La estrategia nacional para la renegociación del T-MEC

Federico Novelo y Urdanivia

a desaparición del Tratado implica, para México, haber pagado los costos por participar en él, y estar dispuestos a pagar el costo por salir. La economía mexicana ya se adaptó a este instrumento y los trastornos de una vuelta al 93 pondrían en riesgo a la economía toda del país" (Antonio Gazol Sánchez, 2015, Bloques económicos, séptima edición; UNAM/FEUNAM, México, p. 613).

La reciente declaración -el 21/07/25- del secretario de Comercio estadounidense, Howard Lutnitk, sobre el momento de inicio de la renegociación (que no revisión) del T-MEC, "durante el próximo verano", sugiere una fuerte politización del tema, por cuanto en el próximo año se verificarán, en noviembre, las elecciones intermedias del Poder Legislativo en aquel país.

Las promesas hechas a los electores de Donald Trump, al menos en los temas de creación (o retorno) de buenos empleos manufactureros y de reducción de la inflación, bien pueden continuar en pausa o convertirse en sus contrarios, según siga siendo amenaza, o se convierta en realidad, la condena arancelaria; en ninguno de los dos casos, el presidente republicano obsequiará buenas nuevas a su grey.

Ya sabemos a qué Gran América quiere regresar el ocupante de la Casa Blanca y, para desgracia de los integracionistas, no es un destino que encuentre cabida en ninguna de las densidades previstas en las teorías de la integración, que suponen beneficios compartidos por los suscriptores del instrumento elegido: Acuerdo de Libre Comercio, hasta el momento; y, también hasta el momento, violentado por los tres integrados.

En esas condiciones, lo que tenemos derecho a esperar como propuesta estadounidense de renegociación del T-MEC es una versión ampliada de lo propuesto en la renegociación de 2017, durante Trump 1.0: Colocar al déficit comercial de ese país como problema de los tres signatarios, y no solo de los EUA; volver a negociar por separado, en dos acuerdos bilaterales, lo que nació siendo uno trilateral, primero, con el eslabón más débil, México, para servirse de una asimetría, ahora más política que económica, y agrandar el contenido estadounidense en las reglas de origen de la industria -especialmente la automotriz-; eventualmente, proponer la conversión de la zona de libre comercio en unión aduanera con la intención de imponer un alto arancel común a las importaciones desde China. El actual gobierno de los Estados Unidos percibe a México como un trampolín, usado por los productores chinos, para llegar al mercado gringo, y, finalmente, insistir en la desaparición del antiguo capítulo XIX, por el que se estableció la paridad de los tres países en la designación de las y los jurisconsultos que abordarán las inevitables controversias comerciales.

Con el primer cuerpo de imposiciones, se podrá llegar a una negociación con Canadá que sea sometida a lo previamente acordado con México. Como ayuda de memoria, cabe recordar que -en la pasada renegociación- el gobierno mexicano (en realidad, dos: el que se iba y el que llegaba en 2018) aceptó la desaparición del capítulo XIX, que se mantuvo en el Tratado por la insistencia de Canadá. En obvio de términos, Trump 2.0 no quiere socios comerciales, quiere subordinados y la pregunta relevante es: ¿qué quiere y cree poder lograr el gobierno mexicano?, ¿es viable una alianza con Canadá para, por ejemplo, convertir la zona de libre comercio en mercado común?

La situación internacional, en la que Trump ya alcanzó la "grandeza negativa", un consenso adverso (del que habla Ian Kershaw), como Hitler en su momento y Nixon en el suyo, está favoreciendo las -hasta hoy impensables- pláticas entre la Unión Europea (UE) y China; el terreno que pierden los EUA, lo toma la potencia oriental, mientras los europeos se disponen a tratar la imposición arancelaria con la reciprocidad que se merece.

La coyuntura, en apariencia adversa para México, puede resultar propicia para negociar algunos beneficios para la región, aunque el subnormal solo piense en los que podría obtener su país. A Trump no solo le hacen falta logros concretos, también le urgen; y la dimensión temporal le podría jugar una mala pasada. La caída libre de su popularidad, incentivada por su más que presunta pertenencia a una especie de club (comandado por Jeffrey Epstein) de pervertidos sexuales (muy mal vista por la hipócrita moralina de MAGA) y la poco recomendable medida distractora de acusar de conspiración a Barak Obama, le van a colocar frente a un descontento con su gestión que ya se hace visible, incluso, en la desaprobación de las medidas antiinmigración, despojadas del menor respeto por los derechos humanos de la mano de obra extranjera (con T. W. Adorno, prefiero este término que el de "migrantes", por la eficacia explicativa de la demanda de trabajadores que ha originado el flujo de personas).

Puede ser viable, y es necesario, que el gobierno mexicano se avoque a obtener mucho más que empleos mal remunerados del tratado; el que dos terceras partes del comercio bilateral, e incluso regional, sea intra industrial y, dentro de éste, intra firma (la Ford de allá le compra a la Ford de acá), con costos laborales en México siete veces inferiores a los estadounidenses, permite suponer que, con o sin tratado, ese comercio recorrerá su propia inercia y que las plantas aquí establecidas simplemente no retornarán a condiciones brutalmente incrementadas de costos laborales. Por eso están aquí y no allá.

Trump ha abierto demasiados frentes de confrontación, fuera y dentro de su país y, de paso, en su propio partido político. Su descrédito presente, comparado con cualquier otro presidente gringo en la era reciente, solo es del tamaño que alcanzó, él mismo, con la gestión de la pandemia durante su primer mandato. En tan grave situación, es probable que alguien cercano le sugiera la conveniencia de fortalecer al muy agredido bloque norteamericano.

De otro lado, el establecimiento de aranceles, y no solo su bravucona invocación, más temprano que tarde alumbrarán una espiral inflacionaria en los Estados Unidos que, a su vez, incentivará el incremento de la tasa de interés paralizando a la, de suyo "pausada", inversión productiva. Con audacia, firmeza y patriotismo, la gestión mexicana de la renegociación no tendría por qué ser reactiva y defensiva. Ya estuvo suave que el libreto de nuestra política económica se dicte desde fuera. La soberanía nacional debe ser practicada y no solo mentada.

Al respecto, mucho y muy talentoso deberá proponer la representación mexicana en la renegociación, particularmente -y de inicio- por la cancelación de medidas proteccionistas, arancelarias o no, que es la esencia del libre comercio. En lo personal, confío mucho más en la habilidad de Marcelo Ebrard que en la complaciente, desdibujada e inútil figura del olvidado "embajador" Jesús Seade, quien pareció más un empleado indolente de Ildefonso Guajardo que un representante del sedicente gobierno transformador, durante la renegociación previa. Estampó su firma en una versión del instrumento de integración, la actual, a la que no le aportó ni una coma.

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