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La escritura

J. SALVADOR GARCÍA CUÉLLAR

Actualmente la acción de escribir se concibe como actividad del pensamiento, es decir, que quien escribe cavila algo, lo desarrolla en su interior y luego traslada las ideas a un medio como el papel o la memoria de una computadora para conservarlo. Lo sobresaliente aquí es el contenido de la escritura, no la operación física que se realiza con las manos, quizá porque esto resulta irrelevante y hasta burdo para el escritor y sus lectores.

Pero la acción de escribir, originalmente se pensaba como una operación manual, mediante la cual se raspaba un material, como una tablilla de barro, o bien, una barra hecha de hueso o de piedra. Para dejar grabados algunos caracteres, era necesario quitar materia del medio que se usaba, pues según parece no había otra manera de perpetuar lo que se quería registrar, que arañar la pieza sobre la cual se quería grabar lo pensado o hablado.

Con el paso del tiempo, en lugar de quitar materia al medio, se añadió otra. Este es el caso de la escritura con algún tipo de tinta, que se aplica al papel, la piedra, el papiro o la tela. Ahora se trata de una añadidura, no de una sustracción de materia, pero el efecto es el mismo: dejar visible lo contenido en los símbolos escritos.

Como vemos, el primer concepto de escritura consistió en la operación física de esta actividad, y no en el contenido mental que se quería consignar mediante ella. La palabra escribir procede del latín, y ahí llegó de una raíz indoeuropea que significa arañar, raspar o hacer incisiones, pues así se realizaban los primeros escritos que hubo en nuestra civilización.

Los sumerios vieron la necesidad de registrar las mercancías compradas y vendidas, a fin de recordar lo que debían cobrar a sus deudores. La acción a algunos podría parecernos algo tosca, pero no lo es, ya que en nuestros días todavía se lleva este tipo de registros en los sistemas contables, es decir, la necesidad sigue vigente y los humanos de hoy, igual que hace más de cinco mil años en el sur de Mesopotamia, seguimos haciendo registros del debe y el haber como una actividad importante y recurrente en nuestra cultura.

El hecho de registrar era completamente corporal o físico, pues al escribir, en aquel tiempo, era necesario raspar la materia, pero lo que se escribía era una idea, algo inmaterial o cultural, es decir, producto del espíritu.

Entonces, la escritura indefectiblemente ha sido y es un acto propio del aspecto espiritual de los humanos, los únicos seres en el planeta que podemos hacer abstracción y regresar lo pensado al medio en que está hecho el documento que producimos.

La civilización humana se extendió por el aprendizaje común, que se pudo alcanzar por varios o muchos individuos al mismo tiempo, gracias a que se les compartió el avance que lograron unos pocos hombres. Antiguamente, el compartir los conocimientos no se hizo necesariamente con la escritura, pues el lenguaje hablado se convirtió en tradición y así los humanos, cercanos y alejados de un lugar donde algo se descubrió o inventó, disfrutaron los beneficios que ese descubrimiento o invento les otorgaba. La escritura no fue necesaria para el aprendizaje común, pero ayudó de una manera descomunal a que los logros y avances se difundieran con más efectividad y mayor rapidez.

La escritura conservó los conocimientos en tiempos azarosos, bajo condiciones que no permitían la preservación de las ideas de otra manera, como en la alta edad media, cuando los monjes benedictinos copiaban obras muchas veces ajenas a su propia cultura, y en ocasiones, las reproducían sin necesariamente entenderlas.

Ana Frank pudo soportar el confinamiento obligado gracias a la escritura. Ella tenía serios conflictos con su madre y otras personas con las que compartía el refugio donde estuvieron encerrados cerca de dos años. El escribir sobre su situación y sus sentimientos le ayudó a sobrellevar la tensión y los apuros que supone el encierro dentro de un espacio que no pasaba de los dos metros cuadrados por persona. Sin darse cuenta, la escritura le sirvió como terapia. Lo escrito por Ana Frank nos hizo conocer su historia, y además nos enteramos de que el hecho de escribir libera a la gente de tensiones causadas por conflictos.

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