El número dos ha sido antecedente de varios vocablos en lengua española, como duelo, dueto y otros. Ahora le presento uno más, proveniente de este cuantificador: duda.
Una de las dudas más famosas es la que plantea René Descartes, quien la propuso como método para llegar a una verdad incuestionable, pues dijo que si partía de la duda conseguiría una certeza total que sirviera de base para seguir afirmando verdades seguras, pues hasta entonces, según el mismo Descartes, no se podía hacer ninguna afirmación con plena certeza porque todas estaban basadas en supuestas verdades no demostradas, por lo que habría que dudar de todas ellas.
Luego don René dijo que la duda lo llevó a la certeza, porque a partir de la primera le fue posible afirmar algo que nadie podía negar: su propia existencia. De ahí salió su famosa frase que reza: "pienso, luego, existo".
Muy sugestivo el planteamiento del señor Descartes. Pero ahora nos preguntamos de dónde viene esta palabra tan llevada y traída por el insigne filósofo francés.
Este término proviene del latín Duo, que significa Dos, porque en general dudamos entre dos alternativas, es decir, debemos escoger una u otra.
Por lo común, cuando dudamos, fluctuamos entre dos opciones, no atinamos si seleccionamos la primera o la segunda. Los antiguos romanos también pensaban así, por eso llamaron duda a la elección aún no hecha sobre dos situaciones o cosas, como la de Hamlet, el personaje ideado por William Shakespeare que en un maravilloso soliloquio pretende elegir entre dos (otra vez el famoso numerito) opciones: ser o no ser, y continúa diciendo: "¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, o tomar las armas contra este torrente de calamidades?". En el ejemplo anterior se plantea el número dos como protagonista de la acción, aunque no aparezca expresamente.
Shakespeare (en boca de Hamlet) plantea dos alternativas de las cuales el personaje debe escoger, entonces en este segundo caso la etimología de la palabra duda resulta correcta porque, aunque de manera indirecta, interviene el número dos en la elección. Descartes, en cambio, plantea la duda entre una proposición que es verdadera con plena evidencia y otra que no se puede afirmar con seguridad, lo que, de nuevo, implica el número dos.
Los romanos compusieron la palabra Dubius, que significa vacilante o dudoso, y como se puede apreciar con facilidad, la derivaron del numeral Duo.
En los tiempos del Cid Campeador, en la edad media, la gente decía dubda cuando se refería a lo que hoy decimos duda (nosotros conservamos restos de esta forma cuando decimos indubitable), y ya para el siglo XII apareció escrita esta palabra tal y como la decimos actualmente, aunque en Francia derivó en Doute; en los países de habla inglesa, desde aproximadamente el mismo tiempo, derivó en Doubt; pero los portugueses decían (y aún lo hacen) Dúvuda, y los italianos, igual que nosotros, pronuncian y escriben Duda.
Una curiosidad apreciable es que en alemán la palabra correspondiente a la romance duda es Zweifeln, también derivada de Zwei, que significa dos. Como se ve, los germanos hicieron los mismos razonamientos para componer esta palabra, aunque lo más seguro es que no se pusieron de acuerdo con los de habla romance para llegar a una conclusión muy semejante, pues ahí también aparece el número dos, pero en su propio idioma, en el sustantivo equivalente a duda.
El dudar a veces nos frustra, pues por lo común deseamos estar seguros de lo que hacemos, pensamos o decimos, lo que equivale a haber tomado la decisión correcta, de lo contrario estamos en ascuas porque no sabemos cuál opción tomar ante las que se nos presentan, ya sean dos o más. Por esa razón la duda no es sana, a menos que se utilice para llegar a una conclusión razonable, como le sucedió a Descartes.
Entonces, amable lector, le propongo que no dude en seguir leyendo los artículos aparecidos aquí, para que se disipen sus incertidumbres y llegue a buen puerto en cuestiones de lenguaje.