Los Alegres del Barranco fueron vinculados a proceso por el delito de apología de la violencia. Mostraron en una pantalla gigante en el auditorio Telmex la cara de el Mencho, uno de los criminales más "buscados", así entre comillas, en este país. Cuando les prohibieron cantar la canción que hace referencia a las aventuras del "el señor de los gallos", recurrieron a un enorme karaoke para que fuera el público y no ellos los que cantaran la rola prohibida, una brillante evasión de la censura ¿van a vincular a proceso a los dos o tres mil asistentes al concierto? Por supuesto que no.
Los narcocorridos son el síntoma, no la enfermedad. Si el pueblo bueno y sabio canta narcocorridos no es porque quieran cometer un delito, ni siquiera es una forma de protesta contra la autoridad constituida, es porque esa es la cultura en la que están inmersos, porque las hazañas de los criminales son historias atractivas, porque burlar a la autoridad siempre ha sido una forma de resistencia.
Los corridos de la revolución hablaban de forajidos que escapaban a la autoridad. A quienes gobernaban en aquella época no les gustaba nada que cantaran loas a bandoleros en fiestas y cantinas e incluso hoy resulta absolutamente incorrecto alabar a machos mujeriegos como Juan Charrasqueado. A la postre algunas de estas canciones se convirtieron en parte del repertorio nacional y las cantamos con absoluta ignorancia de su contexto histórico. Son canciones que narran una historia que nos divierte y entretiene, punto.
La pregunta es si cantar narcocorridos incita a la violencia, si podemos establecer un vínculo objetivo entre cantar una canción y pasar al acto violento. Definitivamente no. Generaciones enteras de todo el mundo hemos cantado a gritos pelón Meet the Devil, de los Rolling Stones y no somos adoradores del diablo. Disfrutamos su irreverencia y nada más.
El riesgo de la persecución de cualquier tipo de expresión cultural -aunque nos parezca horrorosa- es naturalizar la censura. La tentación del autoritarismo es consustancial a toda autoridad. Todos los poderosos, incluso en los regímenes más democráticos, tienen la vena autoritaria a flor de piel. Controlar eres parte del ejército del poder; evadir los controles del Estado es, y ha sido, la forma de ampliar las libertades.
La verdadera apología del delito es la impunidad y la incapacidad de las instituciones del Estado para asegurar el cumplimiento de la ley. Eso y no otra cosa es lo que promueve que los jóvenes prefieran ser criminales. Todas las historias de los narcocorridos lo que muestran es la incapacidad de las instituciones para perseguir el delito.
Hablemos, escribamos y gritemos todo lo que tengamos que decir contra los narcocorridos, pero no los censuremos ni los persigamos penalmente. Combatamos la narco cultura con otras culturas, no con autoritarismo, porque mañana se le va a ocurrir que estar contra el régimen es un delito. Quizá estoy exagerando, eso nunca ha pasado, ¿o sí?