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La corrupción omnipresente

JULIO FAESLER

Aunque la presidente Sheinbaum se empeñe en negarlo, podemos considerar como un hecho el que Estados Unidos está activamente colaborando con el gobierno de México para eliminar las mafias que sólo nos dejan violencia y corrupción que vive el país.

Cada día amanecen asesinados candidatos a puestos de elección popular, presidentes municipales, funcionarios públicos, policías, miembros de la delincuencia organizada y civiles inocentes, todas víctimas de la violencia desatada que siembra al país de fosas clandestinas que vuelven ingobernables amplias fajas de la geografía nacional.

La situación es resultado directo de la falta de voluntad de hacer realidad cuánta promesa política ha habido desde hace más de un siglo. Los políticos han carecido de una voluntad sincera en cada uno de los sucesivos gobiernos.

No bien había terminado el noble intento maderista de cambiar radicalmente la filosofía del gobierno y de la sociedad para mejorar el bienestar de todos, que la Revolución de 1910 cayó víctima de los cañonazos de 50 mil pesos, que movieron y aún mueven voluntades hundiendo las esperanzas y los sanos propósitos de honestidad. La ambición y la avidez convirtieron en arca abierta y modus vivendi la famosa frase "la Revolución me hizo justicia" que sin distingo de clase abusaron de ella convirtiendo este dicho en dogma y principio acción.

La filosofía de los gobiernos en turno y las acciones que le caracterizaban nada hicieron para remediar la situación. No hubo tampoco elencos de jueces capaces de enderezar el cáncer que se había expandido hasta el último rincón del país. No han bastado códigos penales para castigar la corrupción que en la práctica goza de total libertad y que penetra las conciencias de ministros, jueces y funcionarios. Antes que nada, se requiere una fuerza policial desde los niveles municipales hasta la cúspide de la pirámide. El gobierno debe ser ejemplo de las virtudes que proponen.

No es aceptable la tesis de que la corrupción sea un elemento endémico de México. Varios países han logrado aplicar los correctivos necesarios a través de una policía eficaz, una judicatura firme y proba y un ejecutivo honesto y convencido de que los cambios éticos son posibles y urgentes. Ejemplos de esto se observa en algunos países que han logrado la ética como fundamento de su ejercicio político y social.

La incontrolada corrupción actual no autoriza que renunciemos a la tarea de limpiar nuestras sociedades convulsas. Debemos aportar la energía suficiente para sanar nuestra sociedad a través de la actuación firme, honesta y ejemplar de todos funcionarios públicos.

Esta es la tarea que urge que emprenda el gobierno de Claudia Sheinbaum, en vez de rechazar y admitir como falsas las denuncias fundadas de deshonestidad de algunos miembros del régimen que encabeza. Se requiere una auténtica profilaxis en todo el país si es que hemos de participar en el desarrollo económico y social que urge dinamizar para contrarrestar la contracción económica mundial.

Eventualmente la depuración de las políticas de México se irá inclinando hacia un régimen de disciplina fiscal con presupuestos limpios y respetados por todos. Para que esto sea posible es indispensable la ética del quehacer público. Ya destacan algunos elementos positivos en la administración de la cuenta pública como la mayor recaudación fiscal, que dota más presupuestos para atender las urgentes necesidades y cubrir la crecida deuda pública heredada.

Aún estamos lejos de esa meta que no podrá alcanzarse sin antes extirpar de raíz la corrupción que aún nos lastra y nos desprestigia internacionalmente.

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