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La calumniada Rosario

Muchos son también los que suponen que el joven Acuña (tenía apenas 24 años), desesperado por ese amor no correspondido, terminó su poema momentos antes de suicidarse.

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ANTONIO ÁLVAREZ MESTA

Coahuila es tierra de grandes poetas. Sería una osadía señalar quién ha sido el mejor, pero es válido afirmar que, por mucho, el más célebre es Manuel Acuña. Tras su suicidio en 1873, el vate saltillense se convirtió en leyenda y su poema Nocturno, dedicado a Rosario de la Peña, lleva ya siglo y medio en el gusto popular.

En un centenar de versos heptasílabos, distribuidos en diez emotivas estrofas —que por su contenido, ritmo y rima son fácilmente memorizables y que se prestan a la declamación—, el Nocturno de Acuña manifiesta el mayor de los apasionamientos por Rosario. Hay que decir que ese tipo de textos, tan propios del romanticismo tardío del siglo XIX, resultan chocantes a los poetas actuales, pero muchos lectores los siguen recitando.

Se dirá —y no sin razón— que por gustos se rompen géneros y que todas las opiniones son válidas. Sin embargo, más allá de preferencias estéticas y literarias, es de justicia señalar que en varios lectores de Acuña se ha consolidado una infame imagen de Rosario.

Muchos son los que creen que para halagar su propia vanidad, ella alentó la pasión del pobre estudiante de medicina que acudía a las tertulias de la familia De la Peña y que, una vez que constató su enamoramiento, ella lo desdeñó cruelmente, llevándole a quitarse la vida.

Muchos son también los que suponen que el joven Acuña (tenía apenas 24 años), desesperado por ese amor no correspondido, terminó su poema momentos antes de suicidarse.

Abundan asimismo los que asumen que Rosario, presa de atroces remordimientos, vivió consagrada el resto de su vida a la memoria de Acuña.

Tales ideas carecen de sustento. La misma Rosario las desmintió décadas después cuando a solicitud insistente de Manuel José Othón, accedió a que el escritor peruano Carlos Germán Amézaga la entrevistara.

Así la describió el peruano: “Era una mujer de sangre española, morena y de cuarenta años. Alta y erguida, tenía la majestad de una princesa reinante. Su cabello negrísimo blanqueaba en algunos puntos; sus ojos, de un pardo obscuro, centelleaban en la cavidad de sus órbitas con la inequívoca luz de la inteligencia. Una nariz correcta, unos labios muy rojos, apretados y finos completabanesta fisonomía que debió ser soberanamente hermosa diez años antes, y que produce todavía una impresión agradable por su conjunto armónico, lleno de animación y de vida, profundamente simpático. Hablamos, y desde el principio me expliqué la fascinación que ejerció esta Rosario sobre los poetas que allá en su mocedad le habían cantado como a una diosa. No presume de literata; jamás ha compuesto un verso, pero recita admirablemente los versos de sus amigos y de otros notablesbardos.

Tiene un timbre de voz melodioso, una manera de decir que subyuga, porque da a cada palabra y sin aparente esfuerzo, el tono más apropiado para su efecto, cual si estuviera sintiendo idénticamente con el autor.”

Carlos Amézega no fue condescendiente con Rosario. Fue incisivo en sus cuestionamientos. Llegó creyendo que ella era responsable de la fatal determinación de Acuña y, tras entrevistarla, quedó convencido de su inocencia.

Rosario le hizo ver que cuando Acuña empezó a visitar su casa, era bien sabido que sostenía relaciones amorosas con la escritora Laura Méndez, quien incluso tendría un hijo suyo. Declaró que siempre lo vio sólo como un amigo del poeta Manuel M. Flores, real dueño de su corazón. Y afirmó que Acuña tuvo predisposición a quitarse la existencia porque en su familia había inclinaciones suicidas. Por algo dos hermanos de Manuel Acuña también se privaron de la vida. Además, el Nocturno fue escrito mucho antes del suicidio. Juan de Dios Peza aseveró que los amigos de Acuña lo recitaban de memoria tres meses antes de que éste se envenenaracon cianuro de potasio.

Sin remordimientos indebidos, Rosario permaneció fiel a la memoria de su amado Manuel M. Flores, a quien sobrevivió 39 años.

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