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La arquitectura masiva del estadio: forma, función y poder social

Del Coliseo Romano al Estadio Azteca, estas estructuras revelan los valores colectivos de las sociedades que los construyen como templos del espectáculo.

Estadio Shah Alam en Malasia. Foto: Unsplash/ Nazarizal Mohammad

Estadio Shah Alam en Malasia. Foto: Unsplash/ Nazarizal Mohammad

AURORA HERNÁNDEZ

La arquitectura de los estadios deportivos revela dimensiones esenciales de la sociedad donde se cruzan los requerimientos constructivos con la emoción colectiva. Estas estructuras no sólo deben soportar cargas físicas, sino también simbolizar identidad, pertenencia y modernidad. Son obras que pueden alojar a decenas de miles de personas, a quienes tienen que garantizar visibilidad, seguridad, accesibilidad, confort acústico, protección ante el clima y, además, dejar una huella visual potente. 

EL ESTADIO ANTES DEL ESTADIO 

La arquitectura del circo y el anfiteatro en Roma respondía a una concepción política del espectáculo como forma de cohesión y control social. El Circus Maximus, ubicado entre las colinas del Palatino y del Aventino, fue diseñado como un gran eje longitudinal con gradas escalonadas que aprovechaban el terreno y permitían reunir a cientos de espectadores en una única experiencia colectiva. Su monumentalidad anticipaba los principios arquitectónicos aún presentes en los estadios modernos: visibilidad total, control de flujos y concentración de masas. 

El anfiteatro, por su parte, fue concebido como un recinto cerrado de forma elíptica, con una arena central rodeada por graderíos dispuestos jerárquicamente según el orden social. En él se representaban combates de gladiadores, cacerías y ejecuciones públicas. Su forma arquitectónica multiplicaba la fuerza simbólica de las escenas que ahí tenían lugar y operaba como un dispositivo ideológico que articulaba los valores del Imperio: el orden, la jerarquía, la victoria y el poder soberano. Como señala Javier Garrido Moreno, el anfiteatro no era un simple contenedor, sino una imagen compleja y estructurada del mundo romano. 

Ambos espacios eran gestionados por el Estado o por ciudadanos con intereses políticos, en el marco del evergetismo —la tendencia de las élites a hacer donaciones a la comunidad para buscar reconocimiento—. El espectáculo, entonces, funcionaba como un medio de legitimación y propaganda. Como ya advertía Juvenal, panem et circenses fue una práctica institucionalizada que, desde la arquitectura, sentó las bases del estadio como teatro político de masas. 

Anfiteatro de Pula, el sexto más grande del Imperio Romano. Foto: iStock
Anfiteatro de Pula, el sexto más grande del Imperio Romano. Foto: iStock

UN TIPO ARQUITECTÓNICO SINGULAR 

A nivel tipológico, el estadio es un edificio monumental ideado para concentrar masas en eventos públicos. Lo que lo define no es tanto su forma exterior, sino su función: albergar un campo central rodeado por gradas en forma de anillo o elipse. Este diseño garantiza una relación visual constante entre público y espectáculo, lo que lo convierte en una arquitectura centrífuga, donde todo converge hacia el centro. Esto exige a los arquitectos pensar en escalas muy grandes, pero con precisión milimétrica. 

La cubierta es, sin duda, uno de los elementos más expresivos e influyentes en la arquitectura de los estadios. Su diseño responde a exigencias tanto climáticas como simbólicas: una gran cubierta puede envolver al público y crear una atmósfera única durante los partidos. Pero también plantea uno de los mayores desafíos estructurales: cubrir una gran luz sin interrumpir la visibilidad. 

En el análisis comparativo de José Pareja Abia, se estudian dos tipologías principales de cubierta: las metálicas trianguladas (más sólidas y convencionales) y las tensadas (más ligeras y tecnológicamente avanzadas). Estas últimas permiten una expresión más fluida, una estética más contemporánea y reducen la masa visual del inmueble, haciéndolo parecer más ligero. Las metálicas, en cambio, suelen transmitir solidez, monumentalidad y robustez. 

La evolución de los estadios ha sido posible gracias a la tecnología. Hoy en día, se utilizan programas de diseño que ayudan a prever cómo se comportarán las estructuras, especialmente las cubiertas, ante diferentes condiciones. Además, en su construcción se emplean materiales más ligeros y amigables con el medio ambiente, como acero reciclado y sistemas para aprovechar la energía solar, mejorar la ventilación y reciclar el agua. 

Render del Nuevo Estadio Santiago Bernabéu en Madrid. Foto: Real Madrid
Render del Nuevo Estadio Santiago Bernabéu en Madrid. Foto: Real Madrid

Actualmente los estadios también deben ser más versátiles. Muchos tienen que adaptarse para conciertos, eventos culturales y otras actividades, por lo que se diseñan con partes móviles como techos retráctiles o graderíos que se pueden cambiar de lugar. Un ejemplo es el Santiago Bernabéu, en Madrid, España, que cuenta con un techo que se abre y un césped que se puede guardar, para poder usarse todo el año en distintos tipos de eventos. 

Además, hoy estos inmuebles se integran en su contexto urbano como centros multifuncionales: incluyen plazas comerciales, museos, restaurantes, zonas verdes e incluso viviendas o espacios culturales. La arquitectura del estadio moderno busca ser parte activa del tejido urbano. Proyectos como el Wanda Metropolitano, también en Madrid, destacan por su integración con la ciudad a través del transporte, la accesibilidad y la creación de áreas abiertas.

EVOLUCIÓN DE LOS ESTADIOS EN MÉXICO 

La arquitectura de los estadios en nuestro país ha evolucionado desde el Estadio Nacional (Ciudad de México, 1925) hasta recintos modernos como el Estadio BBVA (Monterrey, 2015) o el Estadio Akron (Guadalajara, 2010). 

En los años cincuenta surgieron estadios funcionales como el Olímpico Universitario (Ciudad de México) y el Sergio León Chávez (Irapuato). 

En 2009 se inauguró el TSM (Torreón). Y en 2011, varias sedes como el Estadio Morelos (Morelia), el Universitario (Monterrey), el Hidalgo (Pachuca) y el Corregidora (Querétaro) fueron mejoradas. En esa década también se modernizaron el Nou Camp (León) y el Nemesio Diez (Toluca). Destaca, además, el Estadio Cuauhtémoc (Puebla), remodelado en 2015 con nueva fachada y mayor capacidad. 

Pero quizás el estadio más icónico en el país, a pesar de todos los que han surgido en las últimas décadas, sigue siendo el Estadio Azteca (Ciudad de México), inaugurado en 1966.

Estadio BBVA en Monterrey, fotografiado por Daniel Ocampo. Foto: Instagram/ @edom_fotos
Estadio BBVA en Monterrey, fotografiado por Daniel Ocampo. Foto: Instagram/ @edom_fotos

PEDRO RAMÍREZ VÁZQUEZ Y LA ARQUITECTURA GLOBAL: EL AZTECA 

Pedro Ramírez Vázquez (1919–2013) fue uno de los arquitectos más destacados de México y América Latina, cuya obra marcó el modernismo arquitectónico del siglo XX. Su legado no sólo está definido por la cantidad y diversidad de edificios que proyectó, sino por su visión de una arquitectura que sirviera a la sociedad, integrando la modernidad tecnológica con las raíces culturales locales. Bajo el lema “piensa globalmente, actúa localmente”, promovió una forma de construir desde los márgenes latinoamericanos, con impacto y proyección universal. 

Ramírez Vázquez perteneció a una generación de arquitectos latinoamericanos formados en las décadas de 1940 y 1950, convencidos de que la tecnología y la industrialización podían dar respuesta a las necesidades de las sociedades modernas. Sin embargo, su enfoque fue más allá del funcionalismo: buscó crear espacios para la convivencia, que respondieran a contextos específicos, fueran socialmente incluyentes y, al mismo tiempo, reflejaran una identidad nacional. 

Entre sus obras más representativas se encuentran el Museo Nacional de Antropología, la nueva Basílica de Guadalupe, el sistema de escuelas rurales prefabricadas y su participación en el diseño de la Olimpiada Cultural de 1968, todas ellas concebidas como espacios accesibles, pedagógicos y simbólicos. En cada proyecto, Ramírez Vázquez aplicó soluciones arquitectónicas innovadoras y funcionales, siempre buscando articular lo local con lo universal, lo moderno con lo tradicional. 

Uno de los ejemplos más emblemáticos de esta filosofía es el Estadio Azteca, construido entre 1963 y 1966. Esta obra surgió como resultado de un concurso convocado por tres clubes de fútbol profesional que deseaban un estadio moderno en el sur de la Ciudad de México. Los arquitectos invitados fueron Pedro Ramírez Vázquez, Enrique de la Mora y Félix Candela. Aunque la propuesta de Candela destacaba por su audacia estética, fue el proyecto de Ramírez Vázquez, en colaboración con Rafael Mijares, el que resultó ganador por su viabilidad técnica, costos más accesibles y una solución más práctica para la visibilidad del público. 

El Estadio Azteca en 1968. Foto: Locatel Ciudad de México
El Estadio Azteca en 1968. Foto: Locatel Ciudad de México

El Estadio Azteca fue planeado como un espacio funcional y económicamente rentable. Incluyó tres niveles de palcos con servicios privados, acceso directo y estacionamiento, lo cual facilitó su venta anticipada y financiamiento. Aunque inicialmente fue inaugurado sin cubierta por razones presupuestarias, posteriormente se le añadieron techos metálicos con los ingresos generados por su operación y las transmisiones televisivas. 

Uno de los mayores logros técnicos del estadio fue el estudio de isóptica, es decir, la visibilidad desde cualquier asiento, realizado por el arquitecto Luis Alvarado. Este análisis garantizó una visión sin obstrucciones desde múltiples ángulos: horizontal, vertical y diagonal. Por ello, en 1988, la FIFA otorgó al Azteca la Medalla de Oro, reconociéndolo como el único del mundo con triple isóptica. 

VALOR COLECTIVO 

Pero más allá de los logros técnicos y arquitectónicos, el Estadio Azteca se convirtió en un ícono cultural y social. Fue concebido como un espacio democrático que, aunque responde a una lógica comercial, permite la convivencia de públicos diversos y de distintas clases sociales. Como destacó el arquitecto Salvador Pinoncelly, aunque los espectadores pagan diferentes precios por su ubicación, todos gozan de excelente visibilidad, convirtiéndolo en un espacio equitativo en su experiencia visual.

Además, ha sido escenario de eventos deportivos históricos a nivel mundial, incluyendo Copas del Mundo, Juegos Olímpicos y conciertos multitudinarios. Su diseño y funcionalidad han resistido el paso del tiempo, consolidándolo como uno de los estadios más emblemáticos del mundo. 

Esta obra, como muchas otras de Pedro Ramírez Vázquez, resume su pensamiento profesional: una arquitectura al servicio del ser humano, que no busca lucirse formalmente, sino responder a necesidades reales y proyectarse con dignidad y eficiencia. El Estadio Azteca fue una afirmación del potencial arquitectónico mexicano, capaz de dialogar con el mundo sin renunciar a su identidad. 

Render de la remodelación del Estadio Azteca proyectada para el Mundial de 2026. Imagen: Altavista Sur Inmobiliaria
Render de la remodelación del Estadio Azteca proyectada para el Mundial de 2026. Imagen: Altavista Sur Inmobiliaria

Los estadios condensan tradición, tecnología y poder simbólico. Desde el Circus Maximus hasta el Estadio Azteca, estos espacios articulan espectáculo e identidad. El Azteca, como templo laico del deporte, muestra cómo la arquitectura puede traducir valores sociales en estructuras concretas y visibles. Así, estudiar los estadios es también leer las formas en que una sociedad se representa y se organiza en torno al acto colectivo.

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Escrito en: Aurora Hernández arquitectura del estadio coliseo Estadio Santiago Bernabéu Wanda Metropolitano Estadio BBVA Estadio Akron Estadio Azteca Pedro Ramírez Vázquez

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