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Nunca se desbordó en gritos por el triunfo de un equipo ni desperdició lágrimas ante la tempestad de la derrota. Tampoco mentó madres ante un televisor iluminado por el ruido de una mala señal y la voz de un narrador apasionado. Mucho menos pisó una cancha llanera abrazado al sueño de llegar a primera división ni se peleó con algún compañero del trabajo por llevar una camiseta con colores ajenos. Pero lo que sí quiso Julio Mejía III (Torreón, 1990) fue escribir un poemario dedicado al futbol, abordar el tema desde la poesía con debida distancia, como la reglamentaria entre la barrera y la pelota al ejecutarse un tiro libre.
En 2019 la editorial Atrasalante le publicó Balón de oro, un proyecto compuesto apenas por 58 páginas y tres secciones: “Cambio de juego”, “Salón de la fama” y “La crónica”. La primera incl uye poemas que juegan entre la poesía y el futbol. La segunda muestra al once ideal histórico de la Selección Mexicana que ha propuesto el autor. Y la tercera consiste en recuentos poéticos sobre hechos relevantes del también llamado “deporte más hermoso del mundo”.
No, a Julio Mejía III no le apasiona el futbol, pero tiene la sensibilidad suficiente para comprender que se trata de una enorme fiesta colectiva. Aunado a un deseo personal de reconciliación familiar, el poeta se propuso observar el fenómeno entregado a los libros: leyó El futbol a sol y sombra (1995), de Eduardo Galeano, y Dios es redondo (2006) y Balón dividido (2018), de Juan Villoro. Con la astucia de un entrenador, convocó poemas sueltos de José Eugenio Sánchez, Eduardo Zambrano, José Javier Villarreal, Dana Gelinas, Luis Vicente de Aguinaga, Jesús Ramón Ibarra, así como la antología El gol nuestro de cada día (2010), publicada por Vaso Roto Ediciones. Finalmente, alineó al pensamiento sobre la cultura de masas de Umberto Eco.
El también profesor de la Preparatoria Alta Fundación de Monterrey se planta en la hoja en blanco como quien traza versos en la cancha. Arranca la escritura con el silbatazo inicial. Gambetea entre renglones. No pierde el toque en la pluma al conducir sus palabras. Dribla a jugadores del balompié nacional e internacional. Y termina su hazaña como sólo la ingrata suerte de un mexicano puede firmar una crónica deportiva. A final de cuentas, el balón es más que un esférico y, ante la oracular frase de “jugaron como nunca y perdieron como siempre”, se convierte en la roca que arrastraba Sísifo.
Has mencionado que un verso de Wallace Stevens ha forjado tu visión poética: “La poesía es el tema del poema”. ¿Cómo empleas esta postura para escribir una obra sobre futbol?
Qué interesante que invoques esta frase de Wallace Stevens: “Poetry is the subject of the poem”. Precisamente todo tema que abordamos de un poema, ya sea de amor, reflexivo, filosófico, sobre las flores, lo que sea, en realidad el tema siempre será el pretexto y el asunto algo más general, que es la poesía. Entonces, en ese sentido, no creo que lo importante en un libro, o en un poema, sea el tema en específico, sino el tratamiento que se le dé. Y es lo relevante, porque es donde radica la esencia de la poesía. A mí eso me da muchísima libertad, porque me libera de la obligación de adoptar determinado tono. Como sabes, yo no soy aficionado al deporte. Lo comprendo, puedo verlo, incluso disfrutarlo, pero no soy particularmente aficionado. Y creo que eso me facilitó ver el futbol con cierta distancia. También hay una poeta, Isabel Fraire, quien escribe un poema indicando que la pasión es algo que mueve mucho a los poetas y, lo que en ocasiones nos hace falta, es una distancia para mirar y contemplar de manera objetiva. Considero que es una de mis aportaciones en este libro, Balón de oro. Como yo no me dejo llevar por la pasión futbolera, tuve la facilidad de apreciarla desde cierta distancia y tomar el futbol para reflexionar sobre otros temas más profundos de la condición humana, las pasiones, la circularidad de la historia, el lenguaje mismo, la fusión de referentes culturales en un mismo cuerpo textual.
Tu poemario lleva el título de Balón de oro, igual que el prestigioso premio entregado cada año al mejor futbolista del orbe. Pero además, existe una película francesa con el mismo nombre, donde Bandian, un joven guineano, dice que quiere ser futbolista porque los dioses lo eligieron. Siempre ronda la figura de la deidad, de Dios, de la mitología del juego.
Hasta en la numerología me parece bien interesante que son once jugadores. Y hasta tendríamos que agarrar un duodécimo elemento que es el director técnico, o incluso a la afición se le quiere ver como una especie de duodécimo jugador en la cancha. Y esos números, tanto el once como el doce, tienen connotaciones muy fuertes. El once siendo un número primo, el doce siendo el número de los apóstoles y el número de los dioses del panteón griego. Ya de manera muy natural establecemos esas asociaciones entre el futbol y lo divino. Y los jugadores finalmente son aficionados que participan de esa afición de una manera distinta, de la misma manera que un escritor es aficionado de la literatura. Un escritor es un lector que escribe. Un futbolista es un aficionado que juega profesionalmente.
Hablemos del epígrafe de José Ortega y Gasset que colocas al principio: “El poeta tratará su propio arte con la punta del pie, como un buen futbolista”. ¿Los futbolistas redactan su propia historia con las piernas?
Sí. Hay un ensayo de Pier Paolo Pasolini que habla sobre el carácter poético del futbol y es retomado por Luis Vicente de Aguinaga, en un volumen de ensayos que se titula Escribir poesía en México. La propuesta original de Passolini, quien también era aficionado al futbol, es que ese juego es un sistema lingüístico donde, cada pase o toque del balón, es como unidad de sentido. Eso permite distinguir distintos estilos de juego, así como hay distintos registros verbales. Y en el ensayo, Pasolini dice que, por ejemplo, los italianos juegan con cierto estilo; su lenguaje futbolístico tiene cierta estructura rígida, mientras que el estilo brasileño funciona más bien con olas concéntricas —el joga bonito, le llaman—. Entonces, sí, el futbol, y el deporte también, tienen su propio lenguaje, sus propias reglas. El lenguaje es un juego y el futbol también lo es.
Para este poemario tomaste las ideas sobre la cultura de masas de Umberto Eco. Desde esta perspectiva, ¿cuál es la poética del futbol?
La poética que habita en el futbol…. pues es un espectáculo, de la misma manera que el cine y un concierto también lo son. Pero sucede que, como el futbol es un espectáculo que apela a las masas y una presencia mediática que no tienen el concierto de cámara o el cine de autor, puede generar cierta desconfianza entre los críticos apocalípticos que tienen una visión muy exquisita y elitista de la cultura. Yo creo que debemos aspirar a una concepción más integral, que podamos reconocer el valor tanto de lo comúnmente denominado alta cultura y también de las culturas de medios masivos y las culturas populares. En realidad todo existe, todo es cultura y nos termina construyendo.
Al respecto, Eco tenía otra frase: “Hay algo que ningún movimiento estudiantil, ninguna revuelta urbana, ninguna protesta global o lo que sea podrán hacer: invadir un campo deportivo en domingo”.
Y fíjate, te lo puedo responder con un gesto. Es una leyenda urbana; ignoro si está documentado o si es real, pero Jorge Luis Borges no era muy aficionado al futbol, de hecho lo consideraba una de las peores cosas que le dio Inglaterra al mundo. Y precisamente, como forma de rebeldía, llegó a dictar una conferencia sobre inmortalidad al mismo tiempo que se disputaba un partido muy importante de futbol. No tengo idea de cuál sería la conferencia ni cuál sería el partido, pero te puedo apostar que hubo más gente viendo ese partido de futbol que escuchando la conferencia de Borges.
¡Sí! De hecho Borges dijo que el futbol es popular porque la estupidez también lo es.
Sí, es correcto. También Juan Villoro, en Dios es redondo, reflexiona un poco sobre esa popularidad que tiene el futbol, que es un deporte muy básico: agarramos una pelota o cualquier cosa que podamos patear y cualquier persona puede jugar. Es algo mucho menos elaborado que el ping pong o el tenis, que exigen el uso de una herramienta y ciertas cosas, donde se necesita una red, la raqueta, la pelota, que además deben tener características muy específicas. El futbol es el deporte más democrático que existe. Agarras cualquier cosa que puedas patear, pones dos piedras como portería y listo, cualquier persona puede jugarlo. E insisto con esta desconfianza que puede generarle a las personas con ideario elitista que algo esté al alcance de todos. La gente suele asociar la cultura con el cultivo del alma, como un esfuerzo, como algo a lo que tenemos que aspirar y esforzarnos para apreciar. Y estas expresiones que son masivas y democráticas como que quitan ese elemento del esfuerzo espiritual.
En el poema “Marcador final”, escribes: “el balón rueda como el peñasco de Sísifo”. Hablas del silbatazo final de un partido, pero me hizo pensar que, en ocasiones, para los futbolistas, el balón es esa piedra que patean infinitamente por una responsabilidad tanto social como simbólica.
Es un peso. Y la verdad es una situación que me parece absurda, en el sentido del absurdismo filosófico de Camus. No es que me parezca ridículo ni mucho menos. Todo el escándalo que hacemos cada Mundial o cada torneo de la Liga MX, cómo la gente se emociona, grita y llora, como si lo estuvieran dando todo, como si absolutamente todo estuviera en juego, pero resulta que en unos meses va a haber otro torneo. Eso no anula los anteriores, de ninguna manera, pero ofrece esa nueva oportunidad para que el derrotado se convierta en campeón, y que el campeón quede derrotado. Eso me parece absurdo en el sentido de Camus. Los jugadores lo están dando absolutamente todo, buscando la gloria de ganar este partido, este torneo, y pueden llegar a sentir que la derrota, al margen del tema económico o lo que puede llegar a representarles, es como si se estuvieran jugando la vida misma, pero habrá otros partidos y otros torneos.
Sobre ese tema, en 2026 tendremos un tercer Mundial en México. En el poema “Teofanías”, mencionas que los mexicanos murieron en la espera de una Copa Mundial. ¿Por qué crees que a pesar de la historia reciente, los aficionados mexicanos no desistimos del sueño de alzarnos como campeones del mundo?
Híjole, es que es una pregunta hasta sociológica y filosófica. ¿Por qué no desistimos de ese sueño? No sé, creo que, y aquí pienso en Miguel de León Portilla y su Visión de los vencidos, hemos heredado esa sensación de que históricamente estamos derrotados. Como que el mexicano vive en un estado permanente de derrota y de resignación, que depositamos nuestra esperanza en lo que sea. Como que ya nos rendimos y estamos hartos de la política, hartos del trabajo y vemos en el futbol un espacio donde otros van a poder darnos algún tipo de satisfacción. Entonces, no sé, creo que también hay cierto componente de conmiseración en esa aspiración a ganar el Mundial como si fuera lo máximo, porque es algo que ninguno de los aficionados va a lograr; no ganan los aficionados, gana la Selección Mexicana y lo queremos ver como una especie de triunfo comunal. Y es algo a lo que aspiramos, le damos esta responsabilidad de nuestra propia felicidad a otros.
En la segunda sección del libro haces un once ideal histórico de la Selección Mexicana. Leí tu poema sobre Jorge Campos y me hace pensar que lo poético del juego está desde una botella de plástico que se vuelve metáfora de un balón, hasta lo que mencionabas de las porterías hechas con piedras.
Sí, está buena esa idea. Sí se me había ocurrido, pero no lo había hecho tan explícito como tú. El hecho de tomar la botella de plástico y convertirla en un balón, esa es una operación metafórica. Lo cual abona a esta teoría de que el futbol es un lenguaje y tiene sus signos materiales. Así como están los sonidos o las imágenes de las letras, que son los signos materiales del lenguaje, también cualquier cosa puede terminar materializándose en un balón y se puede convertir en un gol, que también es una experiencia abstracta, casi inefable.
Y precisamente, otro de tus poemas es sobre el gol de Manuel Negrete en el Mundial de 1986. ¿Un gol es capaz de triunfar sobre la vejez y el olvido?, como escribes en un verso.
Incluso sobre la persona misma, sobre el artífice del gol. Por ejemplo, Maradona se volvió famoso por dos goles en el mismo mundial. Él metió dos goles que lo trascendieron como jugador. Maradona no sería Maradona sin la Mano de Dios y sin el Gol del Siglo. Messi podrá haberlo superado en calidad como jugador, pero no tiene estos momentos que se volvieron icónicos y casi míticos.
¿El gol de la Mano de Dios puede ostentar algo de poesía? Pienso que, al igual que un acto poético, Maradona rompió el lenguaje del futbol al transgredir las reglas y meter la mano cuando no debería hacerlo, aunado al contexto político y social de la Guerra de las Malvinas.
Eso es lo que ha hecho tan icónico a ese gol de Maradona, ese elemento de la transgresión. Vaya, el Gol del Siglo también tiene ese elemento transgresor de que realiza una seña casi sobrehumana, pero la Mano de Dios tiene todos estos componentes sociopolíticos que acabas de mencionar. Todos estos temas políticos van más allá del campo. Es una grosería lo que le hizo Maradona a los ingleses y es algo que le cayó muy bien al pueblo argentino. Y para retomar lo que estábamos diciendo, en el campo, en la cancha, no sólo están jugando once contra once, sino que es todo el imaginario de un pueblo depositado en este once ideal que se convierte en su representante.
Para bien o para mal, ¿el jugador siempre está a un gol de hacer historia?
Sí, para bien o para mal, el jugador siempre está a un gol de hacer historia. Pienso nuevamente en Manuel Negrete. Se convirtió en una figura legendaria, tiene hasta su placa en el Estadio Azteca por ese gol que metió. Y pienso también en el famosísimo “no era penal”. Para Robben, esa falta que se convirtió en penalti, se convirtió en una marca de infamia.
¿Y crees que ese juego de México contra Países Bajos, en Brasil 2014, puede verse desde la perspectiva de la tragedia griega?
No sé si lo asociaría con la tragedia griega. Se me hace complicado mantener esa ideología, porque a los jugadores les queremos conectar esta condición de deidades, pero al mismo tiempo tienen estas fallas humanas. Supongo que tal vez un poco como los dioses, sólo que en la tragedia era algo que le ocurría a los humanos por desafiar el destino marcado por los dioses. Y los jugadores, al mismo tiempo, son los dioses y los héroes trágicos. Al mismo tiempo son los dioses y humanos demasiado humanos.
Haces otro poema sobre los cachirules, el escándalo donde México fue vetado del Mundial de Italia 1990 por falsificar actas de nacimiento de jugadores en un torneo juvenil. Qué curioso que el año más importante para la literatura mexicana, cuando Octavio Paz ganó el Premio Nobel de Literatura, fue el más infame para el futbol nacional; incluso Hugo Sánchez estaba en su mejor momento.
Sí, digo un poco en broma de que ese premio Nobel fue un poco en consolación a México por no haber podido participar en el Mundial. Y habrá aficionados y personas a quienes le pese eso, que no hayan podido participar en el año en el que, tal vez, México pudo haber ganado el Mundial.
Y sobre ese deseo de ganar el Mundial descansan los versos populares con los que cierras el libro: “Jugaron como nunca. / Perdieron como siempre”.
Es una frase utilizada con regularidad, algo que le pertenece a toda la gente. Aparece publicado en mi libro, pero técnicamente no son palabras mías; son palabras del pueblo y me gusta que estén ahí representadas. Tienen ese carácter trágico, casi mítico, algo oracular, lamentablemente.
A pesar de todos sus esfuerzos, el destino de la Selección Mexicana es nunca ganar su mundial. Pero en la historia de la humanidad han pasado cosas sorprendentes y a ver en qué momento llega a ganarlo. Hay una canción de El Tri, de Alex Lora, que plantea el escenario apocalíptico de que si México ganara el mundial, habría una semana de asueto, fiesta nacional, atracos por todos lados. Entonces, tal vez sería más conveniente que México no gane el Mundial. Tal vez esa frase oracular está para protegernos de nosotros mismos.