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Iniciación en el relámpago

Saúl también se deja ver en Esteban, un trabajador calificado y con conciencia de clase, que a la manera de Femio, el poeta de la Odisea, se ha hecho a sí mismo.

Iniciación en el relámpago

Iniciación en el relámpago

ANTONIO ÁLVAREZ MESTA

Vale la pena es una expresión que se usa a menudo muy mal. Jamás la emplearía para referirme a la novela de Saúl Rosales, pues la lectura de Iniciación en el relámpago está a años luz de ser una experiencia penosa. Lo bien trabajado de su forma, que luce la impresionante maestría de quien por años ha sido un orfebre de las palabras, y lo trascendente de su contenido, que a través de la crítica fundamentada y de la denuncia valiente, nutre intensamente la conciencia social de sus lectores y constituye a todas luces una experiencia gozosa. 

Saúl condensó la mejor historia para conmemorar el centenario de Torreón como ciudad, aunque él no la haya escrito con ese propósito. La fluidez del relato que nos familiariza con sus bien logrados personajes, y que retrata pormenorizadamente instituciones, lugares, usos y costumbres de la comarca, en que es fácil reconocerse, motiva que se lean pronto sus diecinueve capítulos. En cada uno de ellos se logra conjugar la amenidad narrativa con la profundidad temática y brindar información detallada sobre la vida de los laguneros a mediados del siglo XX, y sobre los movimientos sociales que entonces se manifestaron en México contra la injusticia, como el ferrocarrilero encabezado por Demetrio Vallejo, que provocó una despiadada represión gubernamental. 

La frase Iniciación en el relámpago se refiere al comienzo de la vida laboral asalariada. En este caso de Damián, un chamaco que acaba de terminar sus estudios primarios en la escuela Felipe Carrillo Puerto, ubicada en la Colonia Moderna. Él entra a trabajar a la imprenta Tipografía Maguncia y sufre una choque con el mundo de los obreros adultos, clausurando de manera prematura su infancia. La convivencia forzada con gente mayor, con operarios alienados que con el alcohol y la salacidad pretendían mitigar los rigores de su degradante situación de explotación y crónica pobreza, le resulta asaz dolorosa. Apenas aprende a manejar el linotipo, sus compañeros le piden que imprima textos pornográficos sin que don Evaristo, el mezquino y abusador patrón, se dé cuenta. 

La novela muestra algunos de esos textos sicalípticos, que no obstante el ingenio de su manufactura, escandalizarían a las “buenas conciencias” de esta ciudad centenaria. Saúl, en boca de uno de sus personajes, Irlanda, pone estas palabras, que reflejan su propia conciencia de las reacciones que puede suscitar Iniciación en el relámpago entre los mojigatos: “Si escribes tu novela con las palabrotas de los obreros, de los centros de trabajo, te censurarán. Se van a fijar más en las procacidades de la novela que en la realidad procaz que refleja [...]Preferirán ver lo tremendista, lo grosero, lo grotesco, lo degradado, lo que según ellos merece censura para no ver la sociedad que produce esas vidas desastradas, esa sociedad que es la que merece ser censurada y desterrada. Juzgarán que la novela es una ficción obscena para no admitir que lo obsceno es que en la realidad un niño tenga que entrar al obsceno mundo del trabajo de los adultos”. 

Sin duda hay mucho de la persona y de la vida de Saúl en su novela. Frente a los críticos de arte, que influidos por el psicoanálisis afirman que toda obra artística es proyectiva porque siempre revela aspectos de la personalidad de su creador, incluso los de índole más inconsciente, resulta válido aseverar que la obra de Saúl no sólo es proyectiva, sino además es autobiográfica. No es casual que Damián y él nacieran en la misma colonia, asistieran a la misma primaria, ejercieran el mismo oficio de linotipistas, enfrentaran las mismas carencias, emigraran en busca de mejores oportunidades laborales y se inscribieran en la misma escuela militar de mecánica en aviación. 

Saúl también se deja ver en Esteban, un trabajador calificado y con conciencia de clase, que a la manera de Femio, el poeta de la Odisea, se ha hecho a sí mismo. Su profunda convicción de que la vida adquiere sentido cuando es guiada por un ideal de igualdad y de que la existencia no ofrece sino dos finales: la nada y la historia y sostener sin titubeos que decidirse por la historia, significa comprometerse con la transformación revolucionaria de la sociedad es una convicción muy propia de Saúl. 

La novela además de poseer un innegable valor literario, tiene el mérito de permitirnos conocer más a un hombre excepcional. Usando un conocido palíndromo digamos que con Saúl no erró Torreón.

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Escrito en: Antonio Álvarez Mesta Iniciación en el relámpago Odisea Saúl Rosales

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