"Quizá esta paradójica actitud de otorgar democráticamente el perdón a quienes pisotearon la democracia pueda leerse como una proyección nacional de las convicciones personales de Mujica: la intuición de que para construir una sociedad se necesita a todos sus integrantes, incluso a quienes han sido enemigos y verdugos. Esta actitud, impresionante en una víctima directa de la dictadura, podría ser uno de los legados más importantes de Pepe: una tolerancia inexpugnable, una renuncia al odio y al sectarismo como modalidades políticas". Se trata del editorial de La Jornada del miércoles, que hace una glosa de Mujica, un político de genuina izquierda humanista.
Mujica estuvo encerrado siete años en un pozo y 12 en prisión. Entre 1973 y 1985, la dictadura militar uruguaya asesinó a cerca de 200 personas y hubo 191 desaparecidos. Se estima que el 10 por ciento de la población tuvo que irse al exilio. Mandela pasó 27 años en una celda solitaria en un contexto aún más violento contra la mayoría negra.
Ya en el poder ambos perdonaron a sus opresores para poder construir una sociedad democrática incluyente. Nunca renunciaron a los principios de justicia por los que se habían alzado en armas. Respetaron las reglas democráticas con las que compitieron. Mujica entregó el poder a Tabaré Vázquez, también de izquierda, y se retiró a su antigua vivienda, sin seguridad ni privilegios.
La transición a la democracia mexicana también tuvo su horrendo lado violento. El 2 de octubre del 68 el Ejército asesinó a unas 300 personas y fue implacable con la guerrilla, como lo cuenta tan bien la gran novela de Carlos Montemayor Guerra en el paraíso.
AMLO militaba en el PRI y nunca estuvo preso. Su movimiento estuvo financiado, al menos en la parte visible, por las prerrogativas que provee el Estado mexicano. Podía recorrer el país sin restricciones. En 1986, la activista estudiantil Claudia Sheinbaum no enfrentó la represión del Estado. Al final del movimiento en el que participó, se fue becada a la Universidad de Berkeley.
Sin embargo, AMLO y su sucesora parten de polarizar. Como en el cristianismo, para ellos hay un satanás, aunque etimológicamente significa el adversario o el acusador, hoy se entiende como la fuente del mal. Para el gobierno morenista, la oposición no es adversaria, sino traidora de la patria.
Pero a diferencia de una religión con principios éticos, los de Morena son mera retórica. Cuanto priista o panista les ha sido útil, le han abierto los brazos sin importar su reputación ni lo que haya dicho de AMLO antes. Un ejemplo extremo es el de Miguel Ángel Yunes. Sólo importaba conseguir una mayoría para poder hacer una nueva Constitución.
Este pragmatismo sin límites tiene altos costos: ¿cuántos morenistas están vinculados al crimen organizado? Ahora van a empezar a enfrentar algunas de las consecuencias.
Los que antes persiguieron guerrilleros, los militares, hoy son socios del régimen. La política social es digna de Milton Friedman: repartir dinero sin requisito alguno de cómo gastarlo. Cuando por primera vez se dieron transferencias sociales en efectivo con Zedillo, el entonces PRD lo criticó por asistencialista. Hoy el pacto con una gran parte de la sociedad es repartir dinero y ahorrar en los servicios públicos. No sólo no saben comprar medicinas; no quieren gastar mucho en ello.
El llamado humanismo mexicano ha renunciado a los principios democráticos por los que luchó. Es la historia de casi toda la izquierda de América Latina. En el perfil de Mujica, La Jornada concluye: "Para otros, en cambio, su trayectoria demuestra que el único marco aceptable para la acción política es la democracia procedimental diseñada por teóricos conservadores no para realizar la soberanía popular, sino para contenerla". Esta es la justificación no explícita de Morena para eliminar cualquier institución que limite a quienes, a nombre del pueblo, hoy gobiernan.
@carloselizondom
ÁTICO
Mientras Mujica perdonó a sus opresores, para el gobierno morenista la oposición no es adversaria, sino traidora de la patria.