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Recuerdos de una vida olvidable

Guácala, es 'política'

MANUEL RIVERA

lguna vez ha sentido hartazgo por alguna rutina de su trabajo? En mi caso, estoy hasta "el copete" por leer diariamente reportes "políticos" que se agrupan a favor o en contra del régimen, y luego se subdividen en especulaciones, chismes, rumores, alabanzas o deseos de que todo le salga mal al otro bando.

Claro que hay contenidos de índole política profundos y capaces de distinguir medios tonos, no obstante, percibo que una buena parte de la información relacionada con este tema rebaja una de las más altas expresiones de la civilización, para convertirla en un mero entretenimiento que tergiversa una actividad fundamental para la paz y el bienestar.

El hartazgo que me provoca la banalización de la política o, en el mejor de los casos, su irrespetuosa comparación con el respetabilísimo deporte-espectáculo de la lucha libre, me traslada al siglo pasado, donde cuenta la leyenda que en México existió un instituto político llamado Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Autodenominado como el legítimo heredero de la Revolución de 1910, el PRI ondeó entre sus banderas la del "sufragio efectivo, no reelección", ambos conceptos muestras clásicas del humorismo basado en contradicciones, el primero en la época hegemónica de ese partido y el segundo en sus pompas fúnebres encabezadas por su actual dirigente reeleccionista.

Sin embargo, como suele suceder en toda organización humana, ni todos sus integrantes eran demonios ni todos poseían alas angelicales. Ejemplo de ello era uno de los fotógrafos veteranos que laboraba para el Comité Directivo Estatal de Nuevo León en la década de los 80, hombre de trabajo en una época aún heroica para la fotografía, donde tan rápido debía ser para encuadrar como para revelar e imprimir sus retratos a comercializar, en ocasiones todavía húmedos.

Posiblemente sexagenario, ese hombre de la cámara mostró al veinteañero de ese tiempo un enfoque sobre la política que ha sobrevivido lo mismo a los dinosaurios que a los neoliberales.

Previo a un acto partidista, al que confieso asistía con la intención de encontrar la nota "de ocho" en forma de sucesos novedosos o contradictorios, el fotógrafo veterano observó el lente que traía montado en mi cámara y, luego, ajeno a cualquier actitud presuntuosa, dijo que acababa de hacer una importante compra que estrenaría ese día.

"Es un lente especial para política", expresó con toda seriedad y convicción.

Conocía objetivos para trabajar con la luz existente, para fotografiar eventos deportivos o para captar la vida en la naturaleza, entre otros usos, pero era la primera vez que escuchaba acerca de un lente diseñado para actos políticos.

Con franca curiosidad le pregunté sobre las características de su adquisición, lo que contestó mostrando una sonrisa de descubridor: "Es un objetivo de 28 mm, especial para tomar fotos de grandes grupos".

El hombre se refería a un gran angular que facilitaría su labor para captar multitudes, integrando primeros planos de sus clientes políticos sin necesidad de alejarse mucho de la escena.

Él asumía que la esencia de su especialidad fotográfica, y por ende de la política, era la capacidad de una persona para convocar a las masas. Ni la mejor idea o propuesta posicionarían a un político tan alto como una imagen rodeado de numerosos fieles.

Este registro de mi memoria, aunado a la indigestión informativa que me aqueja con frecuencia, me lleva a admitir la realidad en la que durante tantos años me desenvolví.

La política en su dimensión cotidiana tiene al menos tres definiciones: es la manipulación de las carencias y aspiraciones de la mayoría con la cual la plutocracia legitima acciones dirigidas al logro de sus objetivos particulares; es sinónimo de intriga, servilismo y complacencia para ocupar puestos en la pirámide del poder y traficar con influencias; y resulta el instrumento ideal para que unos cuantos gobiernen sin violencia aparente a una masa.

Empero, paradójicamente la misma experiencia laboral me permite afirmar que en su estado puro la política es el ejercicio de proponer y convencer a los pueblos para seguir determinado rumbo hacia su desarrollo integral.

Asimismo, resulta ser el arte de la conciliación pacífica de los intereses en el seno de una sociedad o la actividad que, con base en el análisis de las condiciones y tendencias sociales, concilia esfuerzos y aspiraciones para proyectar el futuro al que aspira la mayoría de los ciudadanos.

Sí, mañana despertaré leyendo comentarios políticos como si estuviera hojeando alguna revista de famosos del espectáculo, pero seguiré soñando el resto del día en un futuro mejor, merced a la política.

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