Si algún día tuviera la misión de citar cuál ha sido la mayor tontería que he cometido, sin duda citaría el momento en el que hablé a mi hija de seis años sobre la muerte, sin que yo tuviera la preparación para hacerlo.
Acababa de regresar del panteón donde lo menos dramático fue ver el cuerpo de un amigo envuelto en madera regresando a sus orígenes.
Desmayos y crisis de histeria fueron parte de un ambiente en el que debí estar atento para sujetar a algunos familiares del fallecido, quienes se acercaban demasiado a la fosa para ver el descenso del ataúd.
Pero este panorama se convirtió en nada cuando uno de los hijos de quien despedíamos se dirigió hacia el féretro y comenzó a hablarle a quien ahí se guardaba, convencido de que seguía con vida.
Presente en mí este último impacto, lo primero que hice cuando regresé a casa fue hablar con mi hija sobre mi existencia finita, con la intención de evitar que ella viviera un hecho como el que yo acababa de presenciar.
¿El resultado? Fue tan fuerte el llanto de mi niña que le prometí que su papá nunca moriría.
Azuzado por este recuerdo hago a un lado la máscara que me hace creer diferente, acerco mi cara al espejo y observo la zozobra con la que llego a un año menos de vida.
Admito entonces que me gustaría ser un político de la nueva generación, para tener la capacidad de conducirme ajeno a la razón y al veredicto del tiempo.
Esa fórmula de aplicación hoy común en "derechas" e "izquierdas" que uniforma la concepción del poder para beneficio de sus respectivas castas, quizá libera también al individuo de la percepción de responsabilidad, angustiante como pocas.
Observo, por ejemplo, la falta de temor al juicio de la inteligencia cuando, en plena agenda mediática sobre la sucesión en el Vaticano, el gobernador de Nuevo León dice en público que su mamá deseaba que él fuera Papa, por lo que primero asistía a misa y luego a la escuela; después leo en sus redes sociales la frase "El Nuevo León XIV", escrita a propósito del nombre que llevará en su pontificado el cardenal Robert Prevost, y con incredulidad presencio un video que sólo conociendo lo anterior tendría la posibilidad de ser verdadero, donde el mandatario nuevoleonés apunta que invitaría al Sumo Pontífice para que conozca la presa "León".
Esta mañana no sé si agradecer que mis tonterías tienen compañía o que he recibido una nueva lección para cancelar el pudor que tanto me hace sufrir.