
Foto: Ramón Sotomayor
Era sábado cuando en el periódico El Norte leyó un artículo de The New York Times: “Vive Inquisición en el Nuevo Mundo”. La escritora Gabriela Riveros (Monterrey, 1973) tomó el papel de la publicación y centró su mirada en el encabezado del 14 de enero de 2017. Luego bajó poco a poco por las palabras, como si fuese la escalinata de un templo hacia una cámara secreta. Allí encontró una historia que la estremeció: las Memorias de Luis de Carvajal, “el Mozo”, aparecieron en la casa de subastas Galerías Swann de Nueva York. Habían sido robadas 85 años atrás del Archivo General de la Nación de Ciudad de México.
Para los judíos, el sábado, el Shabat, es el día sagrado dedicado a la oración, la reflexión y el descanso. La tradición sigue el Génesis, donde se indica que Dios descansó en el séptimo día de la creación. Entonces Gabriela Riveros incluyó a Luis de Carvajal, “el Mozo”, quien mudó su nombre a Joseph Lumbroso, perseguido por la Inquisición en México, como un personaje en un cuento de su libro Ciudad mía (1998). Lumbroso fue sobrino de don Luis de Carvajal y de la Cueva, conquistador novohispano y gobernador del Nuevo Reino de León, territorio trazado en 1579, luego de que el rey Felipe II de España firmara las capitulaciones para su fundación y encomendara a Carvajal y de la Cueva la misión de poblarlo. El poeta y dramaturgo alemán Friedrich Schiller tiene una frase: “No existe la casualidad, y lo que se nos presenta como azar surge de las fuentes más profundas”.
“Fue como en 1995, cuando leí por primera vez la historia de los Carvajal y cómo detrás de la fundación de Monterrey había una historia de violencia, de muerte, de inquisición, de proceso enorme (el más grande en la historia de la Inquisición española) de esta familia, donde se juzgó y condenó a más de cien miembros”.
Gabriela Riveros, acompañada por María Isabel Saldaña, visitó La Laguna para presentar su más reciente novela Olvidarás el fuego (Lumen, 2022) en el Archivo Municipal de Torreón. Se trata de la primera publicación de largo aliento que narra la historia y la tragedia de Luis de Carvajal, alias Joseph Lumbroso, poeta, comerciante judío y líder religioso. En esta ficción histórica hay un eco ardiente de fe y dolor: el testimonio de un judío que, al contrario de lo que dictan las normas más ortodoxas de su religión, eligió ser mártir, morir en la tortura y conservar su fe, para que luego su cuerpo ardiera en una pira, consumido por las llamas de la Inquisición.
“Los libros se empiezan a escribir dentro de nosotros. Ahí se están cocinando y a veces no somos conscientes de ello”.
Olvidarás el fuego no es una novela histórica tradicional. La autora acude al concepto de obra abierta acuñado por Umberto Eco; buscó una novela posmoderna, un documento donde compartir su mesa de trabajo. Además, emplea 11 tipografías distintas, imprime fotografías y narra detalles en primera persona sobre su trabajo de investigación.
Durante la presentación, la autora regiomontana indica que una novela surge de muchas preguntas. Por eso es pertinente cuestionarle cómo su libro ha vivido el contexto bélico suscitado en la Franja de Gaza. Ella lamenta la situación, pero confiesa que ha querido mantener su obra desligada de ese estruendo. Más bien, considera, es un llamado a la empatía, pues las personas, además de carne, piel y huesos, están conformadas por siglos.
Lees la nota de The New York Times en un sábado, y los sábados son días de guardar para los judíos. Hay una frase de Schiller: “No existe la casualidad, y lo que se nos presenta como azar surge de las fuentes más profundas”. ¿Crees en ello?
¡Guau! No había captado que esa nota la leí en sábado, pero es cierto, porque el periódico El Norte publica a The New York Times nada más los sábados. Tienes razón. Tu pregunta es muy buena. En realidad no sé si me guíe en mi vida por este tema de las casualidades, pero sí tengo que compartirte que estas coincidencias y casualidades me asaltan todo el tiempo; las agradezco, las recibo con alegría, como pequeños guiños de un destino o de un azar, incluso para temas de la novela que a veces he contado. Por ejemplo, el hecho de que, ya cuando la terminé, mi agente literaria la leyó y me preguntó si yo había cambiado el nombre de los personajes para adecuarlo a mi familia. Y no había caído en cuenta de que las hijas de esa familia se llaman igual que las mías: Isabel y Catalina; el padre se llama igual que mi padre, mi abuelo y mi hermano: Francisco. No sólo eso, el capitán que los trajo se llama Francisco de Luján y mi padre se llama Francisco Riveros Luján. Entonces, claro, hay muchos guiños, muchos. Y ahorita que dices eso del sábado… no me había dado cuenta, pero sí son cosas que suceden todo el tiempo, estos entrecruces de las coincidencias.
Hay una imagen de La Odisea que citas varias veces en tu libro: Ulises baja al Tártaro y ve a Sísifo empujar la roca. Cuando te encontraste con la historia de Joseph Lumbroso, ¿fue algo similar? Si es así, ¿de qué crees que estaba hecha la roca de su penitencia?
Sí, fíjate que esta imagen de Sísifo es una imagen recurrente que tengo quizá desde que era estudiante de letras. Creo que se puede aplicar a muchos personajes que quieren hacer tanto, que pasan muchas horas, con mucho esfuerzo, con muchas ganas haciendo, construyendo algo o yendo en cierta dirección y, de pronto, se derrumba, nos vamos hasta el inicio y hay que volver a empezar. Entonces, ahorita que lo dices, bien podría aplicarse a Joseph. Aunque en la novela creo que lo ligo más a la figura de don Luis de Carvajal, porque don Luis realmente es el motor de esta empresa, de cruzar el mar y construir este Nuevo Reino de León, y cómo él ha cuidado meticulosamente todas las piezas para que esto se dé así, cómo lleva años cuidando todo, desde con quién se casó o quién era su suegro, cómo se fue preparando en sus saberes, qué hizo en los viajes, su ganadería, su combate a piratas, su incursión a tierras inhóspitas, su manera de pacificar, todo lo que él fue haciendo: doce años de trabajo y méritos para negociar y obtener la capitulación de Felipe II. Luego llega a México y tiene un montón de enemigos que todo el tiempo buscan cuál es su talón de Aquiles para que ese proyecto se derrumbe, y se me figura mucho como el mito de Sísifo, cíclico, como estas personas que tienen tanta resiliencia. Tanto él como Joseph son ejemplo de esta fuerza interna que tenemos los seres humanos, y que en situaciones tan extraordinarias salen a relucir.
Escribes también que la muerte detona muchas cuestiones, ¿qué detona en ti la imagen de Joseph ardiendo en la pira?
Mucho dolor, mucha tristeza. En realidad, Joseph muere antes. Sabes que al final finge la conversión, pero no creo que se haya convertido, siempre vamos a tener esa duda. Se supone que le dan un versículo bíblico y dice que esa es una señal y se “convierte”. Y tanto la muerte de él, como la de su madre y sus hermanas, pero sobre todo la de él, que es el personaje con el que estoy más cercana, me da muchísima tristeza. No sólo es una persona a la que asesinan con este horrible garrote vil que les ponían en el cuello como un collar de metal y por atrás les encajaban un tornillo gigante que entraba por la nuca y salía por el cuello, por la boca. No sólo eso es horrible. Es como alguien que puede morir colgado, pero simbólicamente, como dices tú, el hecho de que haya una orden de quemar los cuerpos y que las palabras digan “hasta que se convierta en cenizas y de él no haya ni quede memoria”. Me parece muy doloroso, creo que es el colmo del horror. Y a la vez también me liga con el México del presente, con este afán de desaparecer a algunas personas: que no haya lápida para los suyos, que no haya memoria. Ya de por sí estas muertes son terribles, pero esto va más allá: querer borrar a alguien, desaparecerlo, que pase la vida y no sepamos dónde quedó. Y bueno, el fuego de las piras tiene mucha carga de significados, puede ser desde cuando Moisés conduce al pueblo israelita por el desierto y Dios se manifestaba en una zarza, en forma de pira, pero principalmente creo que tiene que ver con ese dolor de tratar de exterminar. Y creo que en México seguimos con esa necropolítica, de que ciertos grupos ya no estén.
De hecho, mi siguiente pregunta se dirige hacia el Antiguo Testamento. Hay un pasaje que dice: “Echarás a las llamas las estatuas de los dioses”. También está la escena del Éxodo cuando Dios se le manifiesta a Moisés en una zarza ardiente. Y luego, en tu novela, este tema de las personas que son incineradas por su fe. ¿Ves al fuego como un personaje?
Nunca lo pensé como personaje, sin embargo me preguntan mucho de dónde viene el título de mi novela. Y entonces sí pienso que el fuego, como bien dices, es un elemento simbólico presente a lo largo de la novela y que puede tener muchos significados. Cuando me preguntan del título, por ejemplo, les digo que, por un lado, el fuego tiene que ver con el fuego inicial. Estas familias conservaron un secreto que era su fe judaica y era tan peligroso que, si eran diez hermanos, sólo uno conservó la llama. Y este fuego quizá lo llevaban como algo entre las manos, con mucho cuidado para que no se apague, porque está a punto de apagarse y así lo pasaban a la siguiente generación. Y de esa generación a lo mejor algunos ya se habían convertido, a lo mejor otros no, a lo mejor a muchos no se les decía el secreto, y ahí está el fuego, que se va pasando y se va pasando. Olvidarás el fuego es que cada uno de nosotros fuimos obligados a olvidar esta luz inicial, esta raíz. Los mexicanos tenemos muchas raíces, como la prehispánica, y esta también es una de ellas, pero se olvidó. Una es esa calidez, valores, solidaridad entre la familia, la fe, lo que sea que haya estado en ese fuego. Por otro lado, cuando digo que Olvidarás el fuego es porque fuimos obligados a olvidar, está la violencia y la tortura que hizo la Inquisición, este fuego que sufrieron los pobladores que llegaron a México con creencias distintas. Esta historia está borrada, nunca nos cuentan sobre la Inquisición cuando vamos a la escuela. Y Olvidarás el fuego tiene que ver con Joseph Lumbroso, porque “Lumbroso” tiene que ver con el alumbrado, con la lumbre, fuimos obligados también a olvidar su historia.
La conspiración y las envidias crepitan en tu narración. ¿Crees que el lenguaje, tal como lo emplea el fiscal Eugenio de Salazar, para acorralar a don Luis de Carvajal y de la Cueva, tío de Joseph, sea también combustible de este fuego destructor?
Soy una apasionada del poder que tienen las palabras, ya sabes que uno de los detonadores para escribir esta novela es que me maravilló que estos libritos, después de tantos siglos, todavía pudiesen contar una historia fuerte, poderosa, que tiene que ver con nosotros. Y entonces, sabes que en la novela hay un leitmotiv: las palabras, siempre las palabras; aparecen los distintos narradores y es algo que se va repitiendo a lo largo de la novela. Y a mí me sorprendió mucho cuando descubrí este personaje del que sabía muy poco, que es Eugenio de Salazar, estudiar su biografía, ver cómo se formó, que había ido a la Universidad de Salamanca (de las mejores de su momento), que era fiscal, una persona muy minuciosa, y sobre todo me sorprendió muchísimo saber que era poeta. Tanto en los números como en las letras se dedicó a lo que requiere más rigor. Sí que lo hizo, y parece que le fascinaba. Era llegar a un lugar, ser auditor de tal familia, dejarlos en bancarrota y luego moverse de lugar porque se hacía de muchos enemigos. Anduvo en Guatemala, en varios lugares de España y siempre con cargos muy importantes, entonces dije: “No sólo lo hace con los números, lo hace también con las palabras”. En la novela pueden ver algunos de sus poemas, muy barbero con el virrey. Y entonces se me ocurrió que apenas alguien como él tenía la pericia, la preparación y la sensibilidad para detectar algo que a otros se les estuviera escapando. Y que el “algo” a lo mejor no fue muy evidente o material, por eso voy poniendo que él detecta algunas palabras, que vivieron en la raya entre España y Portugal, que a lo mejor unos de ellos descienden de conversos, y por ahí empieza hasta que dice: “Si me sale bien esto, podríamos comprobar que (Carvajal y de la Cueva) está ligado a los judíos, ya sea de manera directa o como encubridor de judaizantes”. Por ahí me voy con este tema de cómo las palabras esconden y a la vez develan.
Y a pesar de ese contexto, ¿por qué Joseph elige su fe?
Esa es la pregunta que quizá me llevó a escribir la novela, porque es una pregunta que no tiene respuesta. El mártir, incluso hoy en día, en los clubes de lectura, siempre da mucho ese tema, porque es algo totalmente ilógico, incluso para los judíos, porque ellos no creen en el martirio. Para ellos, y sobre todo los sefarditas que tienen la influencia de Maimónides, la vida vale más que todo, por eso tienen esta frase de que “si salvas una persona, salvaste el mundo”; siempre hay que salvar la vida, y si hay que fingir se finge. Sin embargo, Joseph Lumbroso vive una religión fronteriza. Él es, por decir, como si fuera chicano, de una cultura nueva que surge del encuentro de dos culturas.
Entonces, la idea que tiene de hacer un sacrificio de ese tamaño para una vida futura es más católica, más cristiana. Por un lado está eso, de que si en verdad se hubiera apegado al judaísmo ni siquiera hubiera tenido que dar su vida, y por otro está lo totalmente ilógico de cómo alguien decide ser mártir. Sin embargo, son figuras a lo largo de la vida que existen: sabemos de Francisco I. Madero, que es el mártir de la democracia. O sea, ¿qué necesidad tenía este niño hacendado, que estudió en los Estados Unidos, sabiendo que lo iban a matar, de meterse en ese conflicto político? Jesús sabía que lo iban a matar y dice “puede que pase de mí este cáliz una noche antes”. Y qué decir de las personas que se autoinmolan, que se ponen estos chalecos con bombas. A mí me hace mucho ruido, me inquieta y me intriga qué hay dentro del corazón y de la mente de un ser humano para llegar al martirio. Y a la vez me conmueve, porque estoy segura de que estas personas lo hacen con toda su conciencia, su inteligencia y deciden que eso es lo mejor. Entonces, ¿por qué creo que Joseph lo hace? No sé, es un personaje muy espiritual, muy místico, como Santa Teresa, como San Juan, con esta presencia de Dios.
Pienso en la incineración de Joseph Lumbroso y en el postulado de Antoine Lavoisier: “La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”. ¿En qué se transforma la memoria cuando arde?
Pienso con realismo que la respuesta es muy triste. Para las siguientes generaciones, Joseph debió de haber sido un mártir, una memoria muy luminosa, pero pasa que quien sigue dice: “Eso vivió él”, y te puede contar la historia, y el que sigue le va restando y va siendo una llama que poco a poco se va apagando. Entonces, mientras arde la memoria, es luminosa, pero esa llama no va a arder eternamente, porque los seres humanos tenemos una memoria corta y, después de cuatro o cinco generaciones, eso se va a olvidar. Una de las bondades de la escritura, precisamente, es volver a dar vida a estas personas y a esta historia.