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En tres patadas

Harvard contra Trump, una batalla de todos

DIEGO PETERSEN FARAH

Se dice libertario, pero detesta las libertades más esenciales: la de expresión, la de catedra, la de movimiento. Se dice libertario, pero le tiene pavor a los que piensan distinto. En su idea de debate no existe la escucha, solo la imposición. La única forma de relacionarse con el que piensa distinto es aplastándolo, aniquilándolo. Ese es Donald Trump, un enemigo público de la pluralidad y por lo mismo de las universidades.

La cargada del presidente Trump contra la Universidad de Harvard no tiene precedentes. Lo más parecido en la historia reciente de Estados Unidos es el macartismo de los años cincuenta del siglo pasado, cuando la paranoia anticomunista del gobierno federal obligó a los maestros y alumnos de las universidades a delatar todo pensamiento o actitud que pudiera ser considerada comunista. Sin embargo, aun en aquellos terribles años de persecución no hubo un acoso similar contra una institución de educación superior.

La orden de Trump de cerrar los programas de educación para extranjeros en Harvard (aproximadamente uno de cada cuatro alumnos en esa universidad) no es solo una más de las acciones xenófobas del presidente estadounidense sino un ataque directo a la libertad de cátedra. La excusa es que entre los estudiantes extranjeros hay algunos pro-palestinos, como seguramente los hay también entre los estudiantes estadounidenses: son muchos maestros y estudiantes, en muchas universidades los que están en contra de la masacre humanitaria en la franja de Gaza.

La Universidad de Harvard, número uno en valor económico y una de las cinco de mayor nivel académico junto con las inglesas de Oxford y Cambridge y las estadounidenses, Instituto Tecnológico de Massachusetts y Princeton, ha dado una batalla en contra de las políticas del gobierno trumpista prácticamente desde el primer día de su segundo mandato. Trump le congeló los recursos federales, más de dos mil 200 millones de dólares al año en fondos para investigación, por negarse a adoptar las políticas de ingreso y enseñanza impuestas desde el gobierno federal. La universidad respondió con una demanda judicial contra el gobierno por violar la primera enmienda, la que define las libertades básicas (religión, expresión, prensa, reunión y petición). A este segundo ataque, que le obliga a no aceptar estudiantes extranjeros, se espera que Harvard responda con otra batalla judicial.

Lo que se juega en Harvard es mucho más que un montón de dinero para la investigación científica en la universidad que ha dado más premios Nobel. Doblegar este ícono universitario sería un gran triunfo del autoritarismo y la xenofobia trumpista, y un pésimo precedente para la libertad de cátedra en todo el mundo.

Por lejano que parezca, geográfica o ideológicamente, lo que pase con Harvard nos afecta a todos.

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