EDITORIAL Columnas Editorial Caricatura editorial

Columnas

En tierra adentro

JUAN VILLORO

Surrealista ejemplar, José de Jesús Sampedro nació en Día de Muertos. Lo conocí hacia 1977 en el taller que el novelista ecuatoriano Miguel Donoso Pareja coordinaba en San Luis Potosí. Durante varios años fui alumno de Donoso en la UNAM y un día me dijo: "Tienes que conocer lo que pasa en la provincia". Un singular grupo de jóvenes escritores, provenientes de Jerez, Zacatecas, Aguascalientes, León y San Luis, se reunían con él en la capital potosina. Comenzaba la red de talleres que cambiaría la literatura de la provincia mexicana.

Desde su llegada a México en condición de exiliado, Donoso supo que estaba en un país centralista, que menospreciaba lo que ocurría en "tierra adentro". Nuestro mejor poeta del siglo XIX, Manuel José Othón, había sido potosino, y el mejor del siglo XX, zacatecano: Ramón López Velarde. Sin embargo, los "modos de producción de la gloria", como los llamaba Brecht, se concentraban en la capital.

Donoso me incitó a conocer mi propio país. Durante un año lo acompañé una vez al mes al taller que sesionaba en un edificio versallesco, la Casa de la Cultura de San Luis Potosí. Los cinco llegados de fuera gozábamos del lujo de dormir en un hotel y la limitación de hacerlo en la misma habitación.

En 1977 conocí a los cuentistas Ignacio Betancourt, Alberto Huerta y David Ojeda, que obtendrían el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí, al poeta y narrador Alejandro Sandoval, al poeta e historiador Enrique Márquez y a José de Jesús Sampedro, que siempre fue Sam para nosotros.

En 1975, a sus insólitos 25 años, Sampedro había ganado el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes con un libro de título movedizo: Un (ejemplo) salto de gato pinto. Se definía como comunista, surrealista y -lo más explosivo- americanista, pero su principal ideología era el sentido del humor. Rehuía el protagonismo y se burlaba de toda situación solemne. Evitaba las discrepancias y ejercía un liderazgo tranquilo. Hablaba poco, pero con infalible puntería. Además, controlaba afectuosamente los arrebatos de Alberto Huerta, personaje cautivador e intempestivo que había sido mozo de espadas y fungía como el más temido dentista de Jerez. La turbulenta energía de Huerta se prestaba más para protagonizar novelas que para discutirlas, pero Sampedro encontraba el modo de pacificarlo en pro del grupo.

Hablaba en voz baja pero apreciaba el rock de alto volumen. Usaba una envidiable melena de Beatle, que nunca lo abandonó, y usó camisetas como un inmodificable código de vestuario. Fue la primera persona que conocí que bebía ginebra. Ese gesto, que en mi escasa experiencia de entonces asociaba con el "gran mundo", alternaba con gustos más populares. Un día hablamos de los relojes favorecidos por los futbolistas y dijo que prefería los de plástico, que daban la misma hora.

En los años ochenta exclamó famosamente: "¡Basta ya de López Velarde!". Tiempo después, discrepó de sí mismo y se convirtió en devoto promotor de su paisano. Su propia poesía pasó de explorar los límites del lenguaje a una zona más decantada y diáfana, en la que seguía misterios con la constancia con que contaba sus pasos en las noches de la ciudad más caminable del país.

En los años ochenta estuvo al frente de las publicaciones de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Ahí editó 125 libros con la mejor poesía del centro y el norte del país; creó una colección inspirada en una criatura imaginada por su maestro André Breton, El pez soluble, y fundó y sostuvo la revista Dosfilos. Con motivo de los 70 años del poeta y editor, Marco Antonio Campos hizo un certero comentario sobre esta publicación: "de tan veraz se ha vuelto inverosímil, tan real que parece legendaria".

La gran compañera del poeta, Esther Cárdenas, abrió las puertas de la librería Andrea, decisivo espacio cultural. Entre sus asistentes se encontraba el campanero de la catedral (solía pedir que le firmaran rápido para tocar a tiempo las campanadas que caerían "como centavos", citando a López Velarde).

La literatura ha perdido a un referente esencial, tan asociado a Zacatecas como el "cielo cruel" y la "tierra colorada". Para los amigos viejos, la muerte de Sampedro acaba con una zona de nuestra juventud. En forma demoledora, el último verso de John Donne en su "Meditación XVII" vuelve a ser cierto: "No preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti".

Leer más de EDITORIAL / Siglo plus

Escrito en: Columnas Editorial

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 2401436

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx