Vivimos una época sui géneris. Sentimos los vientos convulsos, pero no sabemos de dónde provienen. Olemos la descomposición de lo viejo, mientras algo nuevo reclama nuestra atención. El orden antiguo no termina de morir y el nuevo orden no acaba de nacer. Esta sensación de vértigo tiene un origen. No se trata sólo de ruido. Estamos en un momento en el que convergen múltiples cambios históricos, con distintas escalas de tiempo. Algunos de esos cambios nacieron con nosotros. Otros llevan varios siglos o milenios en proceso. Todos se traslapan aquí y ahora. Nuestro presente está marcado por la conjunción del pasado que tuvimos pero, sobre todo, del futuro que estamos construyendo.
El primer cambio es, quizás, el más evidente: es el cambio de orden geopolítico. Durante cuatro décadas vivimos bajo el paradigma de un mundo abierto. Globalización, libre comercio, movilidad de capital, mercancías y personas. Pero lo que llamamos "hiperglobalización" fue apenas una fase breve. Desde 2020, la fragmentación global avanza. Las guerras interestatales regresan, como regresan también las fronteras duras. Se disuelven los consensos del orden liberal. Se afianzan bloques regionales que buscan seguridad económica más que eficiencia. China y Estados Unidos, Rusia y Europa, Irán e Israel, India y Pakistán. El mundo se rompe en pedazos de poder.
El segundo cambio es demográfico. Desde 1950, la población mundial se ha triplicado. En ningún otro momento de la historia se vivió un salto así de grande. Fue un crecimiento explosivo. Pero ahora el ciclo comienza a revertirse. Europa envejece. China ha llegado al tope. Japón decrece. Estados Unidos depende de la migración para multiplicarse. La tasa de natalidad cae incluso en América Latina. Salvo África y algún país asiático, las sociedades se achican. Y está nueva realidad lo transforma todo: el consumo, el trabajo, el ahorro, la política, la educación, el poder. El equilibrio entre generaciones se desajusta. Los niños y jóvenes empiezan a ser minoría, una solitaria minoría.
El tercer cambio es hegemónico. Durante un siglo, poco menos, el centro de poder mundial estuvo en los Estados Unidos de América. Industria, economía, tecnología, finanzas, política, armas, cultura. Todo el orbe se movía al compás de la hegemonía americana. Pero ese liderazgo hoy se erosiona. No desaparece, pero ya no basta, es insuficiente y se repliega. China se alza en la cima y la India crece. Europa no encuentra su lugar. Rusia reescribe el pasado para desafiar el presente. América Latina mira a China, pero convive con Estados Unidos. África se sacude los vestigios del colonialismo. Ya no hay un centro claro. Tampoco se vislumbra aún un nuevo poder hegemónico. El sistema se vuelve multipolar, sin reglas comunes, sin acuerdos definidos.
El cuarto es el cambio geoeconómico. El eje productivo del mundo está en movimiento. Durante dos siglos, la riqueza se concentró en el Atlántico Norte, entre Europa occidental y Norteamérica. Las marcas de ese dominio fueron la revolución industrial, el colonialismo, el imperialismo y el capitalismo trasnacional. Pero ahora, Asia Pacífico toma el relevo. China es la gran fábrica del mundo. Corea del Sur innova. Vietnam ensambla. India programa. El comercio fluye hacia y desde el este. Las rutas y corredores se redibujan: del triángulo atlántico a la Nueva Ruta de la Seda. El centro de gravedad de la economía está en Asia Oriental y Oceanía, la zona de libre comercio más rica del mundo. Occidente ya no es el corazón de la economía global.
El quinto cambio es tecnológico. Pero no es sólo una revolución industrial más, la cuarta. Es una transformación integral, estructural. Durante 500 años, el ser humano se empeñó en dominar la materia: máquinas, motores, fábricas. Hoy domina la información: algoritmos, datos, inteligencia artificial. Lo físico se expande en lo digital. Lo digital aprende por sí mismo. Lo que antes era gradual ahora es instantáneo. La técnica ya no sólo prolonga el cuerpo, simula el pensamiento. Y eso altera el trabajo, la educación, la guerra, el deseo.
Así llegamos al sexto cambio, el filosófico. Cada vez creemos menos en una verdad común. Desde la Era Axial (800-200 a. C.), buscamos el orden universal: el cosmos, Dios, la razón, el progreso. Hoy los fundamentos de la realidad se fragmentan. Cada quien tiene su versión del mundo. La realidad se vuelve relativa, subjetiva, irreconciliable. Vivimos en burbujas de sentido. La autoridad se disuelve. La palabra pierde peso. La postverdad se instala como paradigma. ¿Estamos ante el fin de la realidad compartida?
El habitacional es el séptimo cambio. No siempre hemos sido urbanos. Durante milenios fuimos aldeanos. La ciudad era la excepción. Pero hace ya dos siglos comenzó un proceso imparable: la urbanización del mundo. En el siglo XXI, por primera vez en la historia, más de la mitad de la humanidad vive en ciudades. Y no en cualquier ciudad: en megaciudades, conectadas por autopistas, redes eléctricas e internet; devoradoras de recursos y productoras de basura. El ser humano moderno vive cada vez más lejos de la tierra y más cerca del artificio. Nuestra civilización es intensiva, masiva, interdependiente.
El octavo es el innegable cambio climático. Durante 10,000 años, el planeta fue relativamente estable. Esa estabilidad permitió sembrar, criar, construir, comerciar, pensar. Fue el Holoceno, que ya no es. Hoy vivimos en el Antropoceno. Una nueva era de clima alterado por la actividad humana. Las temperaturas suben como lo hace el nivel del mar. El Ártico se derrite. Los incendios forestales se multiplican. Los ecosistemas colapsan. El planeta reacciona con fenómenos cada vez más fuertes e impredecibles. ¿Hay civilización posible en un clima inestable?
El noveno cambio está más cerca de la especulación, de la sugerencia: el cambio de consciencia. En nuestro pasado remoto nos divorciamos de la naturaleza para sobrevivir… hasta que de pronto nos creímos sus dueños. ¿Qué tan conscientes somos de que somos la naturaleza como lo son los animales y los árboles? ¿Que el aire, el agua y la tierra no son recursos, sino condiciones? Sin ellos, no hay economía, ni política, ni cultura. Creo que esta consciencia apenas despierta. Pero puede cambiarlo todo.
Todos estos cambios, con sus distintas escalas temporales, actúan a la vez. Se empujan entre sí. De ahí viene nuestro vértigo. Lo que vivimos es una transformación civilizacional. Un cruce de eras. Estamos en medio de la transición. No al final. No al principio. En medio. ¿Qué sigue? Difícil saberlo, pero, como vimos arriba, hay señales. Mientras no haya consciencia global, el conflicto será la norma. Si no hay cooperación, la fragmentación se volverá pulverización. Si no hay sentido común planetario, el caos será el "nuevo orden". Pensemos en las palabras de Ortega y Gasset: "lo que nos define no es lo que hemos sido, sino lo que deseamos ser".
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