dio el viento", dijo el entonces candidato presidencial Donald Trump en 2024, refiriéndose al uso de turbinas eólicas como fuente de energía. La hostilidad del presidente hacia las turbinas eólicas ha sido prolongada y mordaz y contrasta marcadamente con su positiva actitud hacia el carbón.
En abril de 2025, firmó varias órdenes ejecutivas destinadas a fortalecer la industria del carbón. Estas órdenes especifican acciones para proteger las centrales eléctricas de carbón y agilizar las concesiones para la minería de carbón. Estas posiciones contrastantes ilustran una tendencia más amplia: gobiernos que creen que pueden promover selectivamente ciertas fuentes de energía mientras suprimen activamente otras basándose en preferencias políticas en lugar de necesidades prácticas. Esta era está llegando a su fin.
La demanda global de energía se está disparando, impulsada en gran parte por la rápida popularización de la inteligencia artificial (IA). "La IA devora electricidad. Una sola consulta de ChatGPT requiere diez veces más que una búsqueda convencional en la red". Según la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), los centros de datos del mundo consumieron aproximadamente 500 teravatios-hora de electricidad en 2023, equivalente al consumo anual de países como España o Australia. Esta cifra podría triplicarse a mil 500 teravatios-hora para 2030.
Esta demanda de energía sin precedentes ya está remodelando la política energética. Estamos presenciando los primeros signos de un cambio fundamental: gobiernos que alguna vez rechazaron confiadamente ciertas fuentes de energía ahora las están adoptando silenciosamente por necesidad. El primer ministro británico, Keir Starmer, reconoció en febrero de 2025: "Seré sincero, el petróleo y el gas serán parte de nuestra mezcla energética durante las próximas décadas". Sin embargo, no todas las fuentes de energía serán tratadas por igual. Los factores económicos y las preocupaciones ambientales continúan favoreciendo algunas tecnologías por encima de otras. Es probable que las energías renovables y la energía nuclear basada en nuevas tecnologías tengan ventajas. Lo que está cambiando es el absolutismo con el cual algunos líderes políticos han abordado la política energética.
Los gobiernos están descubriendo que las preferencias energéticas basadas en posiciones políticas es un lujo que ya no tienen. Presenciaremos, así, el surgimiento de un nuevo pragmatismo energético.
Los líderes políticos que han apostado su reputación oponiéndose a fuentes de energía específicas resistirán este cambio. Los grupos industriales con intereses creados lucharán por mantener el statu quo del favoritismo gubernamental. Pero las matemáticas de la demanda energética dejan poco espacio para la pureza ideológica.
La próxima década revelará qué naciones se adaptan más eficazmente a esta nueva realidad. Aquellas que adopten un enfoque pragmático y tecnológicamente neutral para satisfacer sus necesidades energéticas probablemente superarán a aquellas que sigan apostando a marcos ideológicos rígidos, independientemente de si esos marcos favorecen los combustibles fósiles o las energías renovables.
En política energética, así como en otros ámbitos, la necesidad está demostrando ser la madre de la reinvención.