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El sabor de los recuerdos

La historia es cíclica y sólo los que están dispuestos a aprender de sus errores y enmendarlos, son los que logran un cambio en el futuro y viven un mejor presente.

El sabor de los recuerdos

El sabor de los recuerdos

CORI MUÑOZ

He tratado, sin éxito, preparar café como el que hacía mi papá todas las mañanas. Incluso le he llamado y me dice claramente: “es una y un poquito más de una cucharada sopera, tres cuartos la taza y lo demás de leche”. El sabor no es el mismo. Cuando me preguntan cómo es Guillermo Muñoz me quedo pensando y digo: “siempre he tenido un padre muy maternal”. 

Su presencia por la mañana, sus charlas, su apertura, el esfuerzo diario, la pasión por el trabajo y los desacuerdos son parte de la memoria presente y del impulso. Como seres humanos guardamos recuerdos: olores, sabores, imágenes, palabras que de pronto nos ponen melancólicos, alegres, proactivos, meditabundos, y nos pierden, nos consuelan, nos abrazan y otros nos molestan, abren la caja del rencor y de la amargura en la vorágine diaria. Unos días hacen explosión. Sin embargo, siempre está en nosotros elegir qué queremos recordar. 

Recuerdo el sabor del caldo de res de Josefina Briones o el caldo de frijoles con arroz de Laurencia Aróstegui, los rezos de Fidel Yáñez ante la imagen del Perpetuo Socorro y el carrito de dulces de Cipriano Muñoz, que asaltábamos los nietos cuando se descuidaba y sólo decía: “¡Ah! Chimale con estos niños”. Y vienen a la mente mis escondites y las travesuras, aquellas en las que mis abuelos eran cómplices. Sabían lo que había quebrado, lo que había agarrado sin permiso y siempre se hacían como que no veían nada por más que Rita preguntara cómo me había manchado el vestido. Luego vienen las frases hermosas y los abrazos fuertes de ella que luego replico con Luis Daniel: “Te amo, corazón. ¿Quién es mi vida? ¿Quién es mi amor?” 

Todos guardamos una historia y no podemos escapar de esta. A veces no es agradable; en algunas nos recordamos como víctimas y otras tantas las borramos por completo, pero sabemos que existieron y marcaron lo que hoy vivimos como presente. 

Así, para muchos especialistas la historia es cíclica y sólo los que están dispuestos a aprender de sus errores y enmendarlos, son los que logran un cambio en el futuro y viven un mejor presente. Es lo que los psicólogos intentan que sus pacientes logren: la resiliencia, una capacidad que tenemos los individuos, comunidades e incluso países. 

La resiliencia se define como la capacidad que tienen los seres vivos de adaptarse y volver a brillar tras haber tenido una experiencia perturbadora o haber estado en una situación crítica. Podemos pensar en Japón y Alemania, que reconstruyeron su economía y estructura social tras la Segunda Guerra Mundial; en la imagen de una flor amarilla que crece en medio del desierto o en la vegetación que se aferra a crecer entre el concreto. 

También hay casos en que las historias perturbadoras se repiten, se recrudecen e incluso se vuelven más abominables, como es el caso de los tiroteos en Estados Unidos a manos de estudiantes desorientados, o de aquella persona que repite la historia trágica de su padre o madre. Y es aquí cuando nos preguntamos: ¿Para qué nos sirve la historia, los recuerdos? Los precedentes, los contextos propios y comunitarios. Ese montón de libros de historia que ya nadie quiere leer y escudriñar porque se niega a conocer su pasado y aprender de este. 

El francés Boris Cyrulnik, sobreviviente del Holocausto, fue el primer psiquiatra y neurólogo en plantear la definición de resiliencia, pero aunque asegura que todos los seres humanos tienen la capacidad para desarrollarse tras un hecho adverso, lo cierto es que no todos lo logran. 

Otra colega de Cyrulnik, Emmy Werner, realizó un estudio de más de 40 años en donde dio seguimiento a niños de Kauai, Hawái, donde se vivieron desapariciones y asesinatos de menores, y encontró que sólo un tercio pudo desarrollar una vida saludable después de estos sucesos. 

Salir de un evento traumático depende de varios factores, pero el principal es aferrarse a los lados positivos, al aprendizaje y, sobre todo, a los buenos sabores, las bellas imágenes, al olor de las flores pasadas, presentes o futuras, y siempre buscarlas. En mi caso, aún sigo experimentando con esa cucharada y un poquito más.

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