El 18 de agosto, el director de la DEA, Terry Cole, presentó el llamado "Proyecto Portero" como una operación insignia para desmantelar a los "guardianes" de los cárteles: operadores encargados de controlar corredores de contrabando, supervisar el flujo de drogas hacia Estados Unidos y garantizar el retorno de armas y dinero a México. El comunicado dibujaba la imagen de un acuerdo sólido y de una cooperación inédita con el gobierno mexicano.
La noticia tuvo gran eco en medios de ambos países. Se interpretó como el inicio de una nueva etapa en la relación bilateral, después de años de desencuentros durante la pasada administración. La expectativa, sin embargo, duró poco.
Al día siguiente, la presidenta Claudia Sheinbaum desmintió categóricamente el anuncio: no existía ningún pacto con la DEA. Lo único que ocurrió, explicó, fue un taller en Texas con policías mexicanos.
Durante varios días repitió el mensaje: la seguridad nacional corresponde exclusivamente a las instituciones mexicanas y cualquier participación extranjera debe apegarse a la Ley de Seguridad Nacional.
Con esa aclaración, el supuesto "hito" quedó reducido a un malentendido diplomático. Pero el episodio no es casual: refleja la pesada herencia histórica que marca la relación con nuestro vecino del norte.
Perdimos la mitad del territorio nacional a mediados del siglo XIX y esa herida sigue siendo transmitida de generación en generación, alimentando la suspicacia y el rechazo hacia cualquier intento de cooperación. En especial cuando proviene de una agencia como la DEA.
El resultado es una relación donde el instinto defensivo suele prevalecer sobre la construcción de confianza. Sin embargo, aferrarnos a esas taras históricas es un lujo que no podemos permitirnos frente a la brutal amenaza del crimen organizado.
El poder de los cárteles no conoce fronteras: aprovecha la debilidad de nuestras instituciones y se alimenta de los mercados de armas y drogas que cruzan con facilidad entre ambos países. Pretender enfrentarlos en soledad es condenarse a una batalla perdida desde el inicio.
La soberanía no debe confundirse con aislamiento. México necesita -forzosamente- la colaboración de Estados Unidos para enfrentar al crimen organizado transnacional. La dimensión financiera y logística de estas redes criminales obliga a compartir inteligencia, tecnología, coordinar operativos y reforzar mecanismos conjuntos.
Reconocer esta necesidad no significa subordinación. Al contrario: la verdadera soberanía se ejerce cuando un Estado tiene la fortaleza suficiente para decidir con quién, cuándo y cómo coopera. Negarse sistemáticamente a trabajar con agencias extranjeras, únicamente por la sombra del pasado, es cerrar los ojos a una realidad que exige soluciones compartidas.
Por su parte, la DEA debe entender que no puede actuar de manera unilateral. Ese estilo comunicativo, cargado de arrogancia, solo alimenta la desconfianza.
El "Proyecto Portero" pretendía simbolizar una nueva etapa de cooperación y terminó como un desencuentro diplomático. Pero más allá del error de comunicación, el episodio revela una verdad incómoda: México no puede enfrentar solo al crimen organizado.
Superar las taras históricas que nos atan al recuerdo de abusos y a la desconfianza automática hacia todo lo que venga de Washington es indispensable. No se trata de olvidar el pasado, sino de no quedar atrapados en él.
Necesitamos a nuestro vecino del norte para enfrentar una amenaza que trasciende fronteras. Ese es el verdadero reto de la diplomacia mexicana en materia de seguridad: convertir la cooperación en una herramienta de fortalecimiento, no de vulnerabilidad.
Solo así podremos pasar de la retórica a los resultados, y dejar de ver la relación con Estados Unidos como una herida abierta, para transformarla en una alianza estratégica capaz de responder a un enemigo común.
Leo que la Guardia Nacional se quedó sin ex policías federales: todos fueron absorbidos por la Secretaría de Seguridad de Omar García Harfuch, donde hoy refuerzan inteligencia e investigación tras haber sido marginados en el sexenio pasado. De ser cierto, sería una muy buena noticia.