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El oficialismo en proceso de deslegitimación

JUAN ANTONIO GARCÍA VILLA

Algunos consideran -incluso de buena fe- y abiertamente lo dicen, que respecto de la grotesca jornada electoral del domingo pasado está dicho todo y ya no hay prácticamente nada más que agregar. No, no está dicho todo y en el supuesto de que así fuera, será necesario insistir una y otra vez, por aquí y por allá, desde un ángulo y desde el otro, que la locura en marcha que llaman la reforma judicial no puede continuar.

En los dos siglos que lleva nuestro país de historia independiente, es difícil encontrar algún cambio constitucional en la estructura del Estado mexicano peor diseñado, de alcances más catastróficos, de consecuencias más graves que la negativa reforma que nos ocupa.

Explicable porque tal reforma tuvo su origen --¿quién sensatamente lo puede negar?- en motivaciones de venganza atizadas por el rencor y toda suerte de ocurrencias, caprichos e improvisaciones.

La elección del domingo fue un fracaso. ¿Qué más se podía esperar? La participación ciudadana en términos porcentuales seguramente no llegó a dos dígitos. Millones de mexicanos, a lo largo y ancho del país, fuimos testigos no sólo de la soledad sino también de la desolación en que se encontraron las casillas durante toda la jornada. Y eso que solamente se instaló la mitad de las que ordinariamente funcionan. Era para que se hubiera notado mayor presencia de votantes, y no fue así.

Bueno, pues a pesar de la evidencia, la autoridad electoral, que lamentablemente ya empieza a ser como la de hace cuatro décadas, parcial y opaca, informa que la participación ciudadana fue del orden del 13 por ciento. Difícil de creer. Pero en el supuesto de que así haya sido (lo cual significaría que le costó al INE 500 pesos cada voto emitido y que más de 500 millones de boletas quedaron sin utilizar y no fueron canceladas en las casillas como ordena la ley), ¿cómo nos puede decir la presidente Sheinbaum que la elección fue "todo un éxito"? Al engaño burdo, agrega la burla.

Al efecto acude a un sofisma barato, de plano engañabobos. Dice que el total de participantes en la farsa del domingo superó el número de votos que la oposición obtuvo en la elección del año pasado. Además de que el dato es falso, nada tiene qué ver una cifra con la otra. Más bien debe explicarnos cómo es que si en la elección de 2024 más de 33 millones de electores votaron a favor de elegir directamente a jueces, magistrados y ministros, ahora que tuvieron la oportunidad de hacerlo no llegaron ni a 10 millones los que se presentaron a las urnas.

Además, cabe tener presente que el número de votantes reales el domingo no fue el que se dice. Si acaso la mitad. Pero además calla la Presidente que la elección judicial registró un porcentaje inusualmente alto de votos nulos, superior al 20 por ciento según las propias cifras oficiales, que fue la forma que encontraron millones de ciudadanos para expresar su protesta contra esa farsa de comicios. Entonces pues el argumento no sólo es falso sino sofista.

Lo que deslegitima esa elección es precisamente el alto índice de abstención registrado. A esto obedece que la Presidente ataque este flanco con su retorcido argumento. Por cierto, la comentocracia ha pasado por alto que apenas la semana anterior, el 25 de mayo, Venezuela tuvo elecciones legislativas, cuyo dato más significativo -en contraste con lo ocurrido en las elecciones presidenciales de julio del año pasado en ese país- fue, según las casas encuestadoras, de entre el 12 y 14 por ciento (aunque Maduro diga que fue el 43%, que nadie cree).

Curiosamente, el índice de participación en Venezuela (12-14%) es similar al oficialmente registrado (13%) en México una semana después. Y a pesar de que allá Maduro tenga otros datos, que ni él cree, sí ha expresado en cambio su encubierta preocupación por el altísimo abstencionismo observado en su país, por lo cual ha dicho que "Venezuela necesita un nuevo sistema electoral". Lo que en realidad necesitan los venezolanos es que su voto se respete.

Allá Maduro está ya consciente del problema de legitimación en que se encuentra, por más que tenga sometida a la población. Acá, en su soberbia y con argumentos infantiles, parece que aún no han caído en la cuenta. Pero ya caerán, ya caerán.

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