Hace muchos años, en los exámenes franceses de filosofía al final de la preparatoria (el famoso Baccalauréat), se solicitaba a los alumnos una larga disertación (tres horas de escritura) sobre la frase clásica de Voltaire: "Si Dios no existiera, habría que inventarlo". ¿Qué quiso decir el filósofo satírico del siglo dieciocho? ¿Qué reflexiones podía suscitar el comentario a propósito de otras creencias de la existencia humana?
Hoy Claudia Sheinbaum seguramente se ha planteado una idea semejante: "Si Trump no existiera, habría que inventarlo". Podría parecer paradójica la afirmación, ya que el actual presidente de Estados Unidos no le ha generado más que intensas jaquecas a múltiples jefes de Estado en el mundo entero. Pero también le ha brindado un fuerte levantón a muchos de los colegas de la presidenta mexicana: a Zelensky y Macron en las encuestas de popularidad, a Carney y a Albanese en elecciones recientes, a Xi Jinping en el sui generis sistema político chino. El caso de Claudia Sheinbaum es parecido.
En efecto, cada nuevo frente que abre Trump en la relación con México constituye un poderoso antídoto a los retos crecientes que se le presentan al gobierno de Morena en el plano interior. Los frentes con Trump son múltiples y cotidianos: fentanilo, metanfetaminas, jitomates, ganado, agua en Tijuana, agua en el Río Bravo, migración, aranceles, T-MEC, China, más lo que se acumule. Esto sin mencionar los diferendos que no se han hecho públicos, pero que en algún nivel seguramente existen: Cuba, Venezuela, y demás.
Todo lo cual le quita sin duda el sueño a las autoridades mexicanas, pero a la vez implica que la mirada de la población, de la comentocracia, de la oposición y hasta de la prensa extranjera, se dirija a un conjunto de temas donde la presidencia es bien vista, incluso aplaudida. Ya hemos aclarado aquí -y algunos otros lo han subrayado también- que en realidad los aplausos no son del todo merecidos. Básicamente, México ha cedido en todo lo que Trump ha pedido, salvo, por ahora y aparentemente, en la presencia masiva de militares norteamericanos en México. Ya si ella lo hace de buenas o de malas, o si Trump se molesta o no, es un asunto menor. Pero el hecho es que las encuestas, la comentocracia y las corresponsales lo muestran claramente: a Sheinbaum le va muy bien mientras todas las miradas estén colocadas en Estados Unidos.
Cada vez que Trump nos deja en paz, las cosas se complican adentro. Aparecen los campos de entrenamiento/exterminio, los casos de corrupción y abuso de este gobierno o del anterior, el caos de la reforma judicial, el estancamiento económico, la violencia persistente y las dudas sobre los datos oficiales de fallecimientos, las críticas de Zedillo y de muchos más ante la deriva autoritaria del régimen, las vergüenzas de la cercanía con Cuba, la indisciplina de los morenistas en las cámaras y en las gubernaturas estatales, los intentos de censura vía nuevas leyes, más también lo que se acumule. Los gobernantes piden a gritos una nueva patanería de Trump, que no suele tardar en producirse.
Insisto: nada de esto resulta privativo de México. Por su magnetismo mediático, el presidente norteamericano posee la capacidad de aparecer en los titulares o en las pantallas de todos los países del mundo, cuando habla de todo y de nada. Y se opina sobre un país en particular, desde Dinamarca hasta Argentina, atrae la atención en dicho país como nadie, como nunca. Varios jefes de Estado y de gobierno han captado que esta innegable desgracia encierra también varias ventajas: el de ayer fue el primer ministro de Canadá, que salió bien librado del show de la Oficina Oval. Trump no es un distractor, porque los frentes abiertos no deben ser menospreciados: afectan a millones de personas, en decenas de países. Pero arrojan una sensación de descanso de todos los desafíos internos: de la exigua mayoría Liberal en Canadá, de la parálisis gubernamental en Francia, de los mediocres resultados electorales laboristas en el Reino Unido, ya sin hablar de los quejosos de siempre: Cuba, Venezuela y Nicaragua.
En algún momento, los ataques de Trump se volverán más nocivos -como su comentario insidioso sobre el supuesto miedo de Sheinbaum a los cárteles- y los reflectores que atraigan harán más daño que los beneficios políticos que ahora brindan. Asimismo, los problemas internos, si todo sigue por el camino actual, ya no podrán ser tan fácilmente desplazados gracias al himno nacional. La estrategia del masiosare tiene límites. Pero por ahora, para volver a citar al relojero de Ferney, Sheinbaum vive en el mejor de los mundos posibles.