Cuando el huracán Otis tocó tierra en Acapulco en octubre de 2023 con una fuerza sin precedentes, destruyó viviendas, infraestructuras y medios de vida en cuestión de horas. La pregunta inevitable surgió entre científicos, autoridades y ciudadanos: ¿el impacto habría sido menor si el ecosistema costero no estuviera tan degradado? En particular, ¿si los manglares de Guerrero no hubieran desaparecido en más del 50% en las últimas cuatro décadas?
La respuesta es clara: sí.
Los manglares actúan como barreras naturales ante huracanes y marejadas. Son defensas vivas que absorben el embate del mar, protegen a las comunidades y evitan la erosión de las costas. Además, capturan carbono, filtran contaminantes y sostienen la vida marina. Su desaparición es una renuncia a esa protección natural, justo cuando más la necesitamos.
El 26 de julio conmemoramos el Día Internacional de Conservación del Ecosistema de Manglares, una fecha que debería llevarnos a reflexionar seriamente sobre la manera en que estamos cuidando, o en algunos casos descuidando, uno de los ecosistemas más valiosos del planeta. Los bosques de manglar son una línea de defensa natural contra huracanes y marejadas, son una cuna de biodiversidad marina y también un potente sumidero de carbono. En muchos sentidos, los manglares son los guardianes incansables de nuestras costas. Y sin embargo, los estamos perdiendo.
A nivel global, más del 35?% de los manglares han desaparecido desde la década de los setenta. La tasa de pérdida llegó a alcanzar el 3.6% anual, aunque actualmente se calcula que varía entre el 0.26 y 0.66%. En México, el cuarto país del mundo con mayor cobertura de manglares (más de 905 mil hectáreas), científicos han estimado que, en la región del Golfo de California, la tasa de desaparición es del 0.20%, mientras que en el Pacífico es del 0.42%.
Estas cifras representan una vulnerabilidad creciente ante el cambio climático, el colapso de servicios ecosistémicos y una mayor exposición a desastres naturales. El caso de Guerrero es dramático: en 40 años perdió más del 50?% de sus manglares. Cuando el huracán Otis arrasó Acapulco en 2023, muchos se preguntaron si el impacto habría sido menor con una cobertura costera más robusta. La respuesta es sí.
Pero no todo es desolador. México cuenta con el 76?% de sus manglares bajo algún tipo de protección y la titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Alicia Bárcena, ha comenzado a canalizar esfuerzos concretos de restauración. En enero de este año, México se sumó a la iniciativa global Mangrove Breakthrough, que busca proteger y restaurar 15 millones de hectáreas de manglares para 2030.
También se ha presentado el Programa Nacional de Remediación Ambiental, que reconoce explícitamente la urgencia de recuperar ecosistemas costeros. En paralelo, en estados como Yucatán y Baja California Sur, mujeres y pescadores están demostrando que la restauración puede ser comunitaria, eficaz y sostenible. Este tipo de liderazgo es crucial, pero no suficiente y se requiere una coordinación multisectorial genuina, voluntad política continua y financiamiento robusto para sostener estos esfuerzos en el largo plazo.
El valor de los manglares es inmenso: nos protegen del oleaje, filtran contaminantes, capturan hasta cuatro veces más carbono que un bosque tropical y alimentan a miles de familias. Pero son ecosistemas frágiles cuyo equilibrio puede romperse con un cambio en la circulación de agua o en el aporte de sedimentos. Una carretera, una granja camaronera o un malecón pueden destruir en cuestión de meses lo que a la naturaleza le tomó siglos construir.
En tiempos donde los impactos del cambio climático son cada vez más visibles, proteger y restaurar los bosques de manglar es protegernos a nosotros mismos. No podemos permitir que el próximo huracán vuelva a causar los estragos como los que hubo en Guerrero, o que comunidades enteras pierdan su sustento por la desaparición de su ecosistema base.
Este 26 de julio, más que una fecha simbólica, debe ser un llamado a la acción. A exigir políticas coherentes, a reconocer el trabajo de quienes ya están restaurando y protegiendo estos ecosistemas, y a entender que conservar los manglares no es un lujo: es una necesidad urgente para la seguridad, la economía y el bienestar en nuestras costas.