En 1994 nuestro gobierno decidió unirse a Estados Unidos en un programa de desarrollo norteamericano en forma del Tratado Tripartito de Libre Comercio. Entrelazados, así como siameses, tenemos que compartir experiencias en crecientes proporciones que deben significar beneficios mutuos.
A medida que se aleja esa fecha se acumula el peso de dicha alianza. Hoy en día las relaciones se complican con la obsesión de grandeza mundial y con políticas de Trump de usar los aranceles fiscales como arma de negociación internacional. México se encuentra involucrado en los resultados de cualquiera de las negociaciones que Washington concluya con un gran número de países sobre los que aspira extender su hegemonía. A nosotros nos toca evitar que ello contamine nuestra propia agenda de desarrollo.
Hoy en día las relaciones con Estados Unidos se complican con la obsesión de Trump de grandeza mundial y su política de usar sus aranceles como arma de negociación internacional. A nosotros nos toca evitar que ello contamine y descomponga nuestra propia agenda de desarrollo. Uno de los efectos más tangibles de la importancia que tiene el T-MEC en la vida cotidiana de los mexicanos, es la impresionante presencia de productos norteamericanos y de otras procedencias extranjeras, de alimentos preparados y de artículos domésticos de uso cotidiano. Un tema de importancia es la opción para no sólo el consumidor, sino también a los industriales mexicanos, de artículos chinos que desde hace décadas compiten con los de nuestro país en precios inferiores al del mismo costo de fabricación. Es evidente la necesidad de encontrar un sano equilibrio entre la conveniencia del comercio con China, los intereses de México y la actitud de Estados Unidos.
México está creciendo en importancia como mercado de todo género de bienes, además de ser centro de fabricación de productos para el mercado de Estados Unidos donde ya estamos a la par de China en valor monetario. Como eje económico tenemos también un papel que jugar como puente de distribución con toda Latinoamérica.
Algunos analistas encuentran en esta situación grandes ventajas para nuestra economía que así se verá impulsada. Hay que reflexionar, empero, sobre el costo que significaría en términos sociales y culturales que inspiran nuestros usos y costumbres y criterios habituales de vida que nos identifican con los de otros países desde hace muchas centurias. El sentimiento de nacionalidad es indispensable como razón de ser de toda comunidad.
La mezcla de culturas es un fenómeno mundial que se ha dado desde la más remota antigüedad y sus resultados dan nuevas características a nuestras comunidades. Todos los países demuestran así sus rasgos más evidentes. La sostenibilidad del desarrollo es una de las metas más persistentes no sólo por los valores inmateriales como los lazos de familia o por estar en la base de la fe y confianza en la capacidad y convicción con que una sociedad se afianza y fortalece.
Es oportuno mencionar el caso particular de Canadá, nuestro socio en el T MEC, donde es clara esta faceta de sus programas nacionales en leyes de protección de los valores multiculturales y autóctonos, así como de la defensa de su patrimonio cultural incluyendo la protección mediante favores y exenciones fiscales a publicaciones, periódicos, revistas y películas canadienses frente a las importadas.
La defensa del patrimonio cultural en cuanto al idioma nacional es de interés . especial en la actualidad en México donde vivimos un asedio creciente de publicidad empresarial y oficial que prioriza frases y giros extranjeros en sus promociones que alcanzan a extenderse y difundirse sin que la autoridad educativa, ni siquiera, valga la ironía, la Academia Mexicana de la Lengua, expresen su rechazo.
La responsabilidad internacional de México es pues trascendente para nuestro propio desarrollo y bienestar. Las elecciones del 2027 deberán de abrir horizontes viables.