Nos comprendemos en perspectiva, a la distancia y con cierto contraste. Por ejemplo, las democracias de tradición, como son los Estados Unidos y Gran Bretaña, tienen sus altas y bajas. Hoy no son un ejemplo de excelencia, ni tampoco modelo internacional. Por el contrario, cada una a su modo, muestra sus asegunes y contradicciones. Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos emergió como el referente de Occidente y más allá, tanto así, que la democracia estadounidense se volvió propaganda y fallido producto de exportación.
En nuestro tiempo y bajo otras circunstancias, las referencias tradicionales se han pulverizado. Más todavía, pasamos del "fin de la historia" al regreso de la historia. En otro momento los enemigos fueron el comunismo, bajo el nefasto macartismo, luego vinieron los "árabes". Hoy los "malos", según la narrativa de MAGA, son los migrantes y las drogas, principalmente el fentanilo, sin importar el voraz gusto que los gringos auspician por esos productos. En su momento (1882), los chinos fueron excluidos de Estados Unidos bajo la orden ejecutiva del presidente. Hoy las baterías apuntan contra la mayoría de los migrantes. Un buen número de países están señalados en blanco y negro como objetos del mal. En consecuencia, la nación que se formó por migrantes en el siglo XIX, ahora los repudia bajo el argumento de recuperar la grandenza perdida.
En dicho ambiente la tolerancia se achica. La primera víctima es el humor. Para muestra, dos cómicos generan urticaria presidencial. Rosie O'Donnell se autoexilió a Irlanda, tras el retorno del presidente. En la rencilla, el mandatario amenaza con quitarle la ciudadanía. A otro más, Stephen Colbert, lo despiden por presiones. La ocasión más reciente que la prensa reportó esa política de quitar ciudadanía, provino de una dictadura latinoamericana. Al respecto, la escritora Gioconda Belli expresó: "Aunque Ortega me retiró la nacionalidad, yo voy a ser nicaragüense hasta que muera".
La apuesta es representativa de los tiempos que corren en Estados Unidos. El gobernante se indigna por las referencias dudosas de su pasado en el caso Jeffrey Epstein y demandó al diario Wall Street Journal por la friolera de 10 mil millones de dólares. Un pleito entre magnates. La última vez, la asociación con el multimillonario Elon Musk, terminó en un dramático divorcio.
Entre tanto, los aranceles pretenden dar oxígeno a las finanzas públicas, tan endeudadas, que la medida, es desesperada. La política presidencial choca con el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell. Se le cuecen las habas por correrlo.
Algunos otros, como los jueces, han osado contradecirlo. Ya los corrieron en enero. La fiscal del polémico caso Epstein, se volvió una piedra en el zapato presidencial. Aunque el susodicho ya está muerto, se suicidió en la cárcel, el escándalo persigue al magnate. Sin embargo, las investigaciones judiciales continuaron. La cosa no le gusta al presidente y recién acaba de correr a la fiscal Maurene Comey. Lo mismo le hizo a su papá, James Comey, director del FBI que también fue despedido como en aquel programa de televisión, El Aprendiz.
Frente a las circunstancias, el gobernante cultiva día a día el balance, es decir, procurar que sean más los aciertos que desaciertos. No obstante, desde que regresó a la Casa Blanca, su aprobación ha venido en picada. Empezó con buena aprobación, entre 52 y 54 por ciento. Para mal, las líneas ya se cruzaron. Hoy son más los estadounidenses que lo desaprueban y apenas empieza. Para levantar las encuestas, culpa a los migrantes, los criminaliza, los aporrea. Culpa al fentanilo, del cual están enamorados. Vitupera a México y lo culpa por sus males. Amenza con invadir y los polkos le aplauden. A estas alturas, aunque parezca broma, lo que espera el magnate es el premio Nobel de la Paz.