
Brendan Buckley. EL SIGLO DE TORREÓN / Ramón Sotomayor
Hace sonar el ride, luego el hi-hat. Baqueta en mano, golpea el centro de la tarola y con su pie en el pedal envía latidos al bombo. Tan sólo es un ejercicio, un ritmo de cuatro por cuatro. Brendan Buckley se encuentra frente a la batería como si fuese el rey Pakal en su presunta nave espacial. Encabeza una clase magistral organizada por la Casa de la Cultura de Gómez Palacio y el Laguna Drumfest en el Teatro Dolores del Río. Las luces azules, el sonido desnudo, una veintena de laguneros observa con atención sus movimientos sobre el escenario.
El hoy baterista de la cantante colombiana Shakira, nació y creció en Nueva Jersey. Al principio se involucró con el piano y la trompeta. Estudió ambos instrumentos. No obstante, cuando el tiempo de ocio lo colocaba frente al televisor, los videos musicales del canal MTV le mostraban bandas de rock armadas con bajos, guitarras y baterías. En ese estruendo se decantó por la percusión. Tenía 13 años.
“Conseguí una batería usada de un vecino. La guardé en mi garaje y empecé a tocar ritmos molestando a mis padres y vecinos. Después de unos dos años practicando sólo en mi garaje, viendo vídeos musicales y tocando, conseguí un profesor de batería; empecé a tomar clases particulares y a tocar en la banda del instituto”.
A sus oídos llegó la sonoridad del heavy metal, del hard rock, del punk. Escuchó bandas como Van Halen, The Cure, Fugazi, The Smiths, Nine Inch Nails y Metallica. También exploró el R&B y la música clásica. Recuerda acercarse al tocadiscos mientras sus padres hacían sonar vinilos de Frank Sinatra y Motown. Y al cumplir 18 años, se trasladó a Miami, donde estudió en el conservatorio Frost School of Music.
“Cuando fui a la universidad, estuve en una escuela de música con otros 50 bateristas muy buenos. Tuve que practicar muchísimo y tomé muchas clases de muchos estilos diferentes: música clásica, jazz, música latina, de todo. Así que practicar en Miami fue un gran paso para mí. Y luego, cuando me gradué, empecé a trabajar en la ciudad, en todos los clubes, giras y estudios de grabación locales, y me convertí en músico profesional”.
La vida en Miami, una ciudad de voz salsera y brisa marina, lo acercó a los ritmos latinos. Entablo amistad con músicos de Venezuela, Colombia, Argentina, República Dominicana, Cuba y Puerto Rico. Algo aprendió de cada uno de ellos. Brendan Buckley relata haber sido un aleteo de preguntas, un enjambre de dudas. Se sentía como una esponja que absorbía información y consejos. “¡Muéstrame algo nuevo! ¡Enséñame algo!”. Su inquietud obtuvo recompensa, pues muchos de esos percusionistas le enseñaron cosas geniales.
“Nunca tuve la ilusión de ser cien por ciento latino, sólo quería aprender: ‘Quiero aprender. Me encanta esto. Quiero aprender. Quiero aprender el idioma. Quiero aprender el baile. Quiero aprender la comida. Quiero aprender las costumbres’. Todo eso fue creciendo y me permitió tocar con tantos artistas diferentes a lo largo de los años. Creo que tenía esa curiosidad por aprender y adaptarme. Pienso que eso me ayudó a integrarme y a trabajar con tanta gente diferente”.
Entre esos grandes artistas con los que pudo trabajar destaca Shakira. Era 1998 cuando Brendan Buckley entró al estudio de Gloria y Emilio Estefan en Miami. Lo habían llamado para grabar el álbum ¿Dónde están los ladrones? Buckley se dedicaba a ser músico de estudio y ese fue el proyecto de la semana. En la cabina dotó de percusión a cada una de las canciones: ¿Dónde están los ladrones?, Si te vas, Inevitable, No creo, Octavo día, etcétera. No imaginó lo que vendría después.
“Hicimos cada canción un día tras otro. Estuvo genial. Luego lanzaron el álbum y empezamos a dar algunos conciertos. Ensayamos para un MTV Unplugged y formamos una banda para eso. Toqué ahí. Ese álbum fue un éxito rotundo, ganó un Grammy y después hicimos una gira. Fui parte de ella. Y desde entonces he participado en sus álbumes y giras”.
AMOR POR LA ENSEÑANZA
En el prefacio de su libro El ritmo musical (1954), el pedagogo Edgar Willems indica que debe considerarse al ritmo, así como a la armonía y la melodía, como parte de una síntesis musical-humana; cada uno de estos elementos representa un aspecto profundo y vital del ser humano. Para Brendan Buckley, en la mayoría de los casos, el baterista con su ritmo suele ser el líder en el escenario, quien maneja la máquina, el capitán.
“También he descubierto que ser baterista es como ser director de orquesta: te miran para empezar las canciones, te miran para detenerlas, te miran para construir. Tienes dos baquetas en las manos y son como una batuta en una orquesta. Toco y siento, miro hacia arriba, hago contacto visual con todos en el escenario, y siento que dirijo mientras toco la batería. Y creo que eso ayuda mucho; muchos músicos me han dicho que les ayuda mucho que haga contacto visual y que dirija las canciones mientras toco, porque hace que todo esté mucho más conectado”.
Enseñar es una de sus pasiones. Lo disfruta porque le gusta ayudar a otros bateristas a despejar sus dudas, a mejorar su técnica, también en una especie de homenaje a los maestros que lo instruyeron. No obstante, acepta que debido a las giras y los conciertos, es una actividad que sólo puede hacer en contadas ocasiones. Por eso celebra a los laguneros que se dieron cita en la Casa de la Cultura de Gómez Palacio una noche previa al concierto de Shakira en Torreón.
“Todos hicieron preguntas excelentes, preguntas de todo tipo: muchas sobre qué practicar, muchas sobre mi filosofía con la batería, mis opiniones, algunas preguntas sobre mi historia y mi carrera”.
Hoy Brendan Buckley asegura mantener una curiosidad infantil por la batería. Le fascina su complejidad, siente que es un rompecabezas; siempre hay algo nuevo para trabajar. Entre más propiedades le descubre, se percata de que mayor es su ignorancia ante el mundo de posibilidades que se dispara en sus oídos. Ese hallazgo constante le interesa en sumo grado.
“Ahora en lo que más pienso es en cómo expresarme a través del instrumento. Usar el instrumento para representar mi propia personalidad, mis propios pensamientos, mis propios sentimientos; estar aún más conectado para poder tocar cualquier cosa que sienta o piense. Ese es un puente difícil de cruzar: pensar en algo y luego ser capaz de tocarlo a la perfección. Es un reto difícil, así que siempre estoy trabajando en ello: estar más conectado, ser más expresivo, más intuitivo con la batería”.