Hace unas semanas hablé del ajolote, anfibio típico de la Ciudad de México. Hoy me referiré a una variante de nuestra especie que sólo consta de un miembro: el buzo que recorre las entrañas de la capital.
Antes que nada, vayamos al contexto. Construida en torno a cinco lagos que fueron casi totalmente desecados, la ciudad ha tenido un trato delirante con el agua. Las inundaciones de los últimos días demuestran que el desagüe es ineficiente y que nuestro desastroso aeropuerto podría tener un mejor destino como embarcadero. Para colmo, el agua de lluvia no se capta y debe ser traída de vuelta desde el sistema hídrico Cutzamala, ubicado a 200 kilómetros de distancia y a una altura de 1,600 metros que exige un esforzado bombeo para subir a nuestros 2,200 metros.
El dios Tláloc y el cambio climático sólo son parcialmente responsables de las tormentas. Desde siempre, tenemos un sistema monzónico que hace que en unos meses llueva más que en Londres en un año (1058 milímetros por metro cuadrado, contra 690 de la capital inglesa).
Para conjurar el desastre, se recurre al principal remedio mexicano: hablar del tema. El 20 de junio de 2024 los rumores se sincronizaron para anunciar la llegada del "día cero". Las presas estaban al 26 por ciento de su capacidad y daban para una semana de consumo. Por suerte, luego llovió lo suficiente para que los coches flotaran en el Viaducto.
El lunes 10 de marzo de 2025, Clara Brugada inauguró el primer dispositivo para cosechar agua de lluvia en un mercado de la capital. La noticia anunció un viraje histórico. ¿Será continuado? La respuesta se pierde en las brumas de la especulación. Con demasiada frecuencia, una obra encarna la esperanza de modo tan certero que se juzga innecesario hacer algo más.
El desarrollo urbano más importante de la administración de López Obrador fue el "Proyecto Chapultepec. Naturaleza y Cultura". Los expertos señalan que el Bosque de Chapultepec es una de las mejores zonas para ubicar represas; sin embargo, el proyecto contradijo su nombre y no aprovechó esa decisiva oportunidad de modificar nuestro trato con el agua.
La urgencia actual es librarnos del elemento que busca recuperar su territorio y recorrió los ríos que se han convertido en avenidas. ¿Cómo lograrlo?
Toda urbe tiene una historia oculta en el subsuelo. En Los miserables, Victor Hugo se adentró en los desagües de París para entender la ciudad por sus desechos y supo que las alcantarillas son como los filósofos cínicos: enseñan de manera satírica, a partir de los detritus.
Emiliano Ruiz Parra hizo un ejercicio similar entre nosotros. En una crónica excepcional, publicada en marzo de 2025, informa que sólo una persona se hace cargo de liberar el vientre metropolitano. A sus 64 años, Julio César Cu es el solitario buzo de las aguas negras. Tenía 24 cuando entró a la Dirección General de Operación Hidráulica, de la que depende hasta la fecha. En otro tiempo tuvo cinco compañeros, pero el recorte de presupuestos lo convirtió en el último representante de un oficio urgente y desconocido. Aunque podría haberse jubilado, sigue adelante con un impulso casi místico, retirando objetos, animales muertos y trozos de electrodomésticos.
Según relata Ruiz Parra, el rescatista baja a las profundidades atado a un cable que llama "umbilical", enfundado en un traje noruego diseñado para los "buzos de saturación" que trabajan en las plataformas petroleras; no está hecho de neopreno, sino de hule, para impedir el menor contacto con el agua envenenada: "Ninguna luz penetra el líquido oscuro pero el buzo avanza a tientas", escribe Ruiz Parra.
En tiempos recientes, Cu se volvió útil para buscar cadáveres, algo tristemente necesario en un país con más de 130 mil desaparecidos. El buzo fue entrevistado por el cronista el 30 de octubre de 2024. En ese momento llevaba varios meses sin trabajar porque su traje se había estropeado y estaba a la espera de otro, que tardaba en llegar de Noruega. Su historia resume la condición insólita de la Ciudad de México, donde una sola persona es responsable de resolver los atascos subacuáticos causados por veinte millones de habitantes.
Por desgracia, tenemos ideas de temporada. Cuando finalmente nuestros zapatos estén secos, ¿pensaremos en lo que se debe hacer con el agua?, ¿habrá quien recuerde al héroe sumergido que nos libró de tragedias peores?