Tuvieron que pasar 17 años de que la franquicia de Los Supersónicos de Seattle emigró a la ciudad de Oklahoma, para que los jugadores del Trueno se pusieran de pie, preparados y sonriendo, pero no estallando en festejos, porque quizá estaban paralizados por la incredulidad, y esto era lógico de entenderse, ya que, ¿Cómo se reacciona cuando un sueño se hace realidad? Así que se requirió que un veterano en este tipo de situaciones, diera un paso al frente, como el base Alex Caruso, quién se coronó en la temporada de la pandemia como miembro de los Lakers, para tomar la delantera y con 32 segundos restantes en el séptimo partido número 20 en la historia de Las Finales de la NBA, el resultado finalmente asegurado, mientras el Paycom Center vibraba, y fue entonces donde el producto de la Universidad de Texas A&M, encaró al público, se puso la camiseta, se ahuecó las orejas y saludó con las manos en un gesto de “¡A ver si los oigo!”.
El Trueno dominó la liga toda la temporada, estableciendo récords de diferencial de puntos con una defensa dominante, pero esta serie contra los Pacers, los hizo sudar la gota gorda, llevándolos al límite porque resulta que nada es fácil ni automático, después de todo, no en la NBA, y menos cuando hay un título en juego.
Oklahoma exploraría demasiado sobre sí mismo en esta serie, a saber, su resistencia, compostura y determinación, además, también revelaron mucho, ya que su defensa, su profundidad, su talento en general, por supuesto, y la brillantez de Shai Gilgeous-Alexander durante toda la temporada, salieron a flote, pero era evidente que no iban a dejar escapar esta oportunidad.
Al retirarse del partido del domingo a segundos del final, Jalen Williams, el hábil coprotagonista, se cubrió los ojos con la camiseta y necesitó un abrazo fraternal de Isaiah Hartenstein, donde, finalmente, el estrechón le impactó mucho más fuerte que el hombro de Hartenstein, porque, el escolta del Trueno era un campeón a los 24 años.
Una recompensa enorme en un mercado pequeño, para el segundo equipo más joven en ganar un campeonato, sólo por detrás de los Portland Trail Blazers de 1976-77 y hasta se podría mencionar que, después de la victoria por 103-91 el pasado domingo, llegó el momento cumbre para el Thunder, que aceptó y cumplió con el reto del séptimo partido, lo que es ganar y volver a casa.
Esta franquicia, como las diligencias siglos atrás, tenía la esperanza de enriquecerse en terreno fértil como en este caso, el paraíso del baloncesto, porque Oklahoma City ya había sido objeto de burlas con el baloncesto, cuando los Hornets huyeron de Nueva Orléans tras el huracán Katrina, y esas dos temporadas (2005-07) en su hogar interino en Oklahoma fueron intensas.
La duela, entonces llamado Ford Center, tuvo un promedio de 18,168 aficionados en el último año y despertó en la ciudad de Oklahoma el interés por la NBA, ya que, la pasada carrera del Thunder hasta las Finales de la NBA fue un éxito, esa temporada, la 2011-12, fue apenas su cuarta en la octava ciudad más grande los Estados Unidos.
Pero las proyecciones de una dinastía con el joven núcleo de Kevin Durant, Russell Westbrook y James Harden se vinieron abajo cuando Harden fue traspasado a Houston ese otoño y esta organización del Trueno continuó con temporadas más sólidas que años de baja primero, con Durant y Russell, luego Russell y Paul George.
Pero las lesiones de Durant y Westbrook estropearon las esperanzas realistas de título, ya que con la llegada de Gilgeous-Alexander en 2019, la siguiente reconstrucción finalmente resultó fructífera, ayudada por la inteligente selección de Williams en el draft, y aquí están, gozando de las mieles de un campeonato que es la justa recompensa para Sam Presti, el estimado gerente general que, hasta ahora, lo había logrado todo menos un título.
Presti gestionó el traspaso de Gilgeous-Alexander y seleccionó a Williams en el puesto número 12 del draft, esas dos decisiones no fueron tan sencillas, pero lo hicieron posible
