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El día después de mañana: reconstruir la democracia

MARTÍN VIVANCO LIRA

Rara vez se puede afirmar que se vive un cambio histórico profundo desde el presente. Independientemente de la opinión que le merezca la reforma judicial, usted debe poder distinguir la magnitud histórica del día de hoy. Ayer teníamos una Suprema Corte de Justicia independiente y honorable, un Poder Judicial deficiente, pero perfectible. Hoy todo eso quedó en el pasado, inicia el conteo para la renovación de los cargos. A partir del primero de septiembre (día en que tomarán protesta las nuevas juzgadoras y juzgadores), los tres poderes obedecerán a una élite rapaz e hipócrita que se presenta como representante del pueblo, pero lo traiciona a la primera oportunidad. Más allá de los cantos de victoria y los lamentos que veremos hoy, tenemos que pasar a la acción. Ya le dedicamos la suficiente tinta a la pérdida del último débil (y problemático) contrapeso que le quedaba a nuestra democracia. Ahora nos toca pensar en cómo reconstruir la democracia desde este nuevo momento en donde nos encontramos. Voy por partes.

Ante la enorme incertidumbre que representa el desmantelamiento del sistema de carrera judicial, es importante distinguir las posibilidades que se nos presentan en el corto, mediano y largo plazo. Llegará septiembre y se instalarán en sus cargos las personas juzgadoras designadas. No las llamo electas porque en la gran mayoría de los casos no hay bases para la elección. La baja participación, inviabilidad técnica y falta de deliberación son algunas de las razones que la convierten en algo distinto a una elección democrática, como he argumentado en este espacio. De ahí que podamos asegurar que muchas de las personas juzgadoras que lleguen a sus puestos lo habrán hecho gracias a acuerdos políticos y facciosos, pero no por voluntad popular y, en su gran mayoría, no por sus méritos profesionales. Podemos esperar, entonces, una justicia parcial, acomodada a los intereses de las élites.

En este contexto y, dada la gran discusión política que la reforma ha suscitado sobre el sistema de impartición de justicia, podemos atisbar una salida, como sugiere el jurista Diego Valadés. Por primera vez en nuestra historia, el Judicial se volvió un tema de discusión en todos los sectores de la sociedad, de manera que los resultados -inevitablemente catastróficos- de la reforma, serán tema de discusión. En el mediano plazo podemos esperar un descontento social derivado de los efectos que tendrá la reforma en la ingobernabilidad. Este escenario se complicará cuando llegue la elección de 2027 con la segunda tanda de cargos a elección popular y las elecciones intermedias. En esos comicios se definirá si el músculo clientelar del nuevo régimen le alcanzará para darle el tiro de gracia a la democracia o si podremos iniciar la reconstrucción en un mediano plazo.

2027 será definitorio, insisto. En el mejor de los escenarios, tendremos la posibilidad de iniciar las labores de reconstrucción democrática. Recuerdo que a principios de siglo hablábamos mucho de la Reforma del Estado, hoy tenemos que hablar ya no de la reforma, sino de su reconstrucción. Si la oposición logra aumentar su poder en el Congreso y los estados, podremos avanzar una reforma judicial auténtica, que democratice la justicia en el único sentido que importa: haciéndola imparcial y accesible para toda la población. Lo repito nuevamente: no hay de otra más que ganar elecciones. No es que no exista oposición; sí la hay, el problema es que no pesa políticamente. Para pesar, hay que ganar. Ese es el horizonte en el que nos debemos concentrar. Hemos tenido suficientes advertencias y oportunidades perdidas. Ayer tocamos fondo, ahora nos toca volver a la superficie.

Como representantes de la ciudadanía nos corresponde reconstruir las bases y luchar por la democracia con acciones y no panfletos. El discurso derrotero es cómodo y fácil, ya abusamos de él. Ahora nos corresponde pasar a la construcción de soluciones con la ciudadanía. Los partidos de oposición deben reconocer sus errores y abrirse a un diálogo honesto, serio. No podemos permitir que la ciudadanía renuncie a la democracia por nuestras faltas del pasado, necesitamos recuperar su confianza con acciones concretas.

Desde donde estamos ahora no podemos saber si lo lograremos en 2027 o en 2030 o en 2050, lo único que podemos saber es que, si no iniciamos ya, entonces habremos renunciado a la democracia y le habremos fallado al futuro. Construir instituciones no es imposible, ya lo intentamos una vez, ahora nos toca reintentarlo, pero mejor, con la perspectiva social que faltó en un inició. En palabras de William James, "El pesimismo conduce a la debilidad, el optimismo al poder".

No falta nada para el 2027. Empecemos hoy.

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