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El cónclave en pantalla grande: ritual, poder y fe en el séptimo arte

Esta tradición milenaria, caracterizada por su hermetismo, ejerce un fuerte magnetismo sobre la cultura popular, por lo que el cine la ha convertido repetidamente en escenario de temas universales como el peso de la responsabilidad.

Cónclave (2025).

Cónclave (2025).

JOSÉ TAPIA

El cónclave representa probablemente el único proceso electoral contemporáneo que prescinde de partidos, campañas y votación pública. Su estructura permanece virtualmente inalterada desde el siglo XIII, cuando el papa Gregorio X estableció los actuales fundamentos en el Concilio de Lyon. A pesar de las guerras mundiales y revoluciones sociales, este ritual ha persistido como una ceremonia que trasciende épocas y circunstancias. 

Mientras los sistemas democráticos evolucionan hacia una mayor transparencia y tecnificación, el Vaticano mantiene el secretismo, el simbolismo y el discernimiento espiritual como pilares de su proceso electivo, conformado por cardenales que se enclaustran en la Capilla Sixtina para debatir, rezar y votar en secreto hasta alcanzar la mayoría necesaria de dos tercios que habrá de determinar al siguiente sumo pontífice. Esta resistencia al cambio, lejos de restarle relevancia al evento, ha intensificado su mística en un mundo cada vez más digital y globalizado. 

Esta ceremonia, con sus códigos antiguos y su atmósfera solemne, ha fascinado al séptimo arte repetidamente. No podría ser de otra manera: el cónclave es, en esencia, pura cinematografía. Un drama sin diálogos públicos, tejido de intrigas internas, personajes poderosos y una resolución que trasciende lo político para adentrarse en lo espiritual y, frecuentemente, en lo profundamente humano. 

ENTRE LA REALIDAD Y LA FICCIÓN 

Habemus Papam (2011), de Nanni Moretti, representa una de las aproximaciones más emblemáticas a este proceso. La película no se limita a retratar el protocolo, sino que explora la dimensión humana del elegido: un cardenal que al ser nombrado sumo pontífice, sufre una crisis existencial ante el peso de representar a Dios en la Tierra. 

En su juventud, el protagonista quería ser un actor de teatro, pero al fracasar en el intento, se decantó por la carrera eclesiástica. Irónicamente, como humano y actor, su voz pesa poco, mientras que al ser la cabeza de la Iglesia, dicha voz tiene un poder como pocas en el mundo. 

La Capilla Sixtina y las calles de Roma se transforman aquí en escenario de un conflicto interior: el del hombre frente a la expectativa divina. Moretti retrata el cónclave como un espacio de inmensa presión psicológica y búsqueda de sentido, despojado de cualquier romanticismo, contando incluso con un psicoanalista para aderezar el simulacro de la introspección. 

Habemus Papam (2011).
Habemus Papam (2011).

Los dos papas (2019) de Fernando Meirelles, aunque no se centra específicamente en un cónclave, ilustra las tensiones ideológicas que desembocaron en la histórica renuncia de Benedicto XVI y la elección del cardenal Jorge Bergoglio como su sucesor. A través de un diálogo ficcionado entre ambas figuras, la cinta confronta dos visiones eclesiásticas, revelando cómo la sucesión papal no responde sólo a votaciones, sino a profundas corrientes ideológicas, generacionales y pastorales dentro de la Iglesia. 

Se trata de corrientes que sacudieron al catolicismo en aquel momento, donde algunas decisiones y controversias de Benedicto contrastaron notablemente con la reconciliación y apertura que ocurrieron durante el papado de Francisco. 

Por otra parte, Ángeles y demonios (2009), de Ron Howard, ofrece una narrativa más comercial donde el cónclave sirve como telón de fondo para una trama de suspenso y acción. Aunque plagada de licencias dramáticas —conspiraciones, asesinatos y amenazas que incluyen una “bomba de antimateria”—, la película evidencia el magnetismo que este proceso ejerce en la cultura popular. Howard presenta la Capilla Sixtina casi como un búnker ceremonial donde fe y poder coexisten en un entorno hermético, cargado de tensión política y social. 

UNA MIRADA CONTEMPORÁNEA 

La más reciente interpretación cinematográfica de este acontecimiento es Cónclave (2024), dirigida por Edward Berger y basada en la novela homónima de Robert Harris. Protagonizada por Ralph Fiennes como el cardenal Thomas Lawrence —lo que le valió una nominación al Oscar a Mejor Actor—, el largometraje ofrece una visión minuciosa y realista del proceso electoral. Mediante una narrativa que entrelaza la intriga política con el drama psicológico, la obra explora las tensiones internas del Vaticano y las luchas de poder entre las diferentes facciones que conforman toda democracia, de las que la Iglesia no está exenta. 

Esta producción, que recrea meticulosamente los espacios vaticanos en locaciones como los estudios Cinecittà y el Palacio de Caserta, logra una inmersión extraordinaria en el hermetismo del cónclave. La dirección de Berger, complementada por la cinematografía de Stéphane Fontaine y la composición musical de Volker Bertelmann, construye una experiencia envolvente que ha sido reconocida con prestigiosos galardones, incluidos el BAFTA a Mejor Película y el Oscar al Mejor Guion Adaptado. 

La confesión (1970).
La confesión (1970).

EL CÓNCLAVE COMO METÁFORA 

Más allá de las representaciones explícitas, el concepto del cónclave ha inspirado al cine de autor como metáfora del encierro, la deliberación moral y la construcción de lo sagrado. 

La confesión (1970), de Costa-Gavras, aunque ambientada en la Checoslovaquia comunista, evoca a través de sus interrogatorios y espacios confinados la presión colectiva que caracteriza a este proceso: un grupo selecto deliberando bajo una autoridad trascendente. 

Por la misma línea podríamos incluir a La pasión de Juana de Arco (1928), de Carl Theodor Dreyer, donde se retrata de una manera más cruel, pero bella, la dicotomía entre el llamado divino y la autoridad terrenal. 

De modo similar, La hora 25 (1967), de Henri Verneuil, aborda la imposición identitaria y la culpa institucional, temas que resuenan con la transformación que experimenta el cardenal elegido en esta cinta, quien no sólo asume un cargo sino una identidad completamente nueva. Sin referencias directas al Vaticano, su reflexión sobre la burocracia conecta con múltiples interpretaciones contemporáneas del proceso papal. 

UN MISTERIO QUE ATRAE 

La singular naturaleza de la elección pontificia, impregnada de tradición y simbolismo, ofrece un terreno fértil para la narrativa cinematográfica. Ya sea desde el suspense político, la crítica institucional, la sátira religiosa o la contemplación espiritual, el cine ha encontrado en el cónclave un escenario privilegiado para explorar temas universales como el poder, la fe, el miedo, la responsabilidad y la transformación identitaria. 

Es de los rituales más simbólicos. Por ello, resulta natural que el séptimo arte haya descubierto en sus puertas cerradas, sus muros impenetrables, en su emblemático humo blanco y en sus silencios cargados de historia, una fuente inagotable de inspiración.

Entre júbilo y alguna que otra controversia, Robert Francis Prevost, quien eligió el nombre de León XIV, se ha convertido en el papa 267 de la Iglesia en el cónclave más reciente, a la muerte de Francisco. Sólo el tiempo dirá si el sistema democrático más antiguo del mundo permanecerá intacto o adaptará nuevos métodos o mecanismos. Mientras tanto, el humo blanco que ha salido a través del Vaticano promete iluminar las noches oscuras del mundo católico, llevando consigo el mensaje de esperanza expresado en la bendición urbi et orbi, en tiempos en que la fe es puesta a prueba en distintos territorios del mundo.

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Escrito en: José Tapia Cuadro x Cuadro cónclave cine religioso Vaticano Habemus papam Los dos papas Ángeles y demonios La confesión La pasió de Juana de Arco La hora 25

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