En la imagen, el Tío Sam clava un cartel en la pared. "Ayuda a tu país y ayúdate a ti mismo: Denuncia a todos los invasores extranjeros." Esa es la leyenda que puede leerse en el cartel que difunden el Departamento de Seguridad Interior y la Casa Blanca. El personaje que en las dos guerras mundiales llamaba a incorporarse al ejército ahora pide que se denuncie ante las autoridades a los invasores que pretenden adueñarse del país. Los migrantes ya no son "ilegales". Son invasores, integrantes de un ejército encubierto que pretende terminar con la civilización para imponer la anarquía. Tropas que pretenden remplazar a los verdaderos dueños del país. La pancarta captura bien la estrategia que sostiene al gobierno de Trump. Dividir a la sociedad entre cómplices y perseguidos.
Si queremos darnos cuenta del monstruo que tenemos en frente, vale la pena leer con atención el discurso de Donald Trump ante los soldados del Fuerte Bragg. No es que hagan falta muchas evidencias adicionales para percatarnos de la ambición dictatorial de Trump, pero en este encuentro con los militares el proyecto parece más claro que nunca. Hace unos días el presidente de Estados Unidos acudió a ese cuartel para pronunciar un discurso que rompe las tradiciones más antiguas de su país al convocar al ejército a unirse a su guerra contra el enemigo interior.
Desde su tercera campaña, Trump advertía que el enemigo más peligroso de los Estados Unidos no estaba fuera de sus fronteras, sino adentro. El avance económico ,tecnológico y militar de China, las ambiciones expansionistas de Rusia eran poca cosa frente al peligro que significaban esos a los que llama "desquiciados radicales de izquierda". Tal parece que los centros de pensamiento liberal, las ciudades demócratas, los medios críticos son más peligrosos para el alma de los Estados Unidos que los dictadores con bombas nucleares. Al alistarse a esa guerra interior, llamó el comandante supremo del ejército en su discurso ante los soldados. El espacio que debe mantenerse distante de la política partidista y de las divergencias ideológicas internas fue utilizado como simplemente como una plataforma de campaña, sino como un abierto llamado a las armas.
El punto de partida del discurso es la fabricación de vínculo personal entre el caudillo y su ejército. Los invitados al evento de la semana pasada fueron cuidadosamente seleccionados. Escucharon al presidente los más fieles a su causa, quienes gritarían con mayor fervor, los que mejor retrataban para las fotografías del evento. Ganó la elección de noviembre el hombre que más los ama. Así cortejaba Trump a los uniformados. Yo les he aumentado el presupuesto. Ustedes nunca habrían venido a escuchar al aburrido de mi antecesor, pero hoy se han reunido miles de ustedes para celebrarme a mí. Nunca antes, festejaba, se habían juntado tantos soldados para vitorear a su comandante. La lealtad del ejército entendida como devoción personal, como gratitud, no como subordinación legal al Ejecutivo.
El núcleo del mensaje de Trump al ejército es convocar a los soldados a la guerra cultural que ha declarado. Guerra contra la ciencia, contra la ley, contra la verdad. Una guerra que tiene como una de sus batallas centrales la lucha contra los bárbaros que los invaden desde el sur. Las protestas en Los Ángeles contra las redadas del gobierno federal le obsequiaron a Trump la imagen de crisis que todo autócrata necesita para imponer los poderes de emergencia que salvan a la nación. Las marchas, a su juicio, no fueron protestas contra una política de su gobierno. No fueron movilizaciones ciudadanas sino el avance de tropas invasoras. Insisto: el cambio en el vocabulario retrata el esfuerzo por demonizar al enemigo y dramatizar la coyuntura. No basta con criminalizar a los migrantes. Ahora es necesario convertirlos en integrantes de una tropa agresora. Lo que se vive es asunto de vida o muerte. La sobrevivencia de la civilización misma o la victoria de la barbarie. Es más difícil la guerra que las guerras tradicionales, decía Trump, porque los migrantes que nos invaden no usan uniforme, no emplean armas habituales, sino que se infiltran en nuestras tierras y se confabulan con los traidores internos.