La confesión del "Mayo" Zambada en Nueva York contiene varias advertencias para México, y no solo para el gobierno actual. Falta mucho por saber, y resulta más que probable que desconoceremos durante largos años múltiples detalles de su acuerdo con la Fiscalía del Eastern District. Su declaración -y la de su abogado- contienen suficientes elementos inverosímiles como para proceder con gran cautela antes que extraer conclusiones definitivas. Como bien lo señalaron Carlos Puig y Carlos Pérez-Ricart, la cifra de un millón y medio de kilos de cocaína es insostenible, y la bocona afirmación de Frank Pérez de que "la información que tiene 'Mayo' Zambada se queda con 'Mayo' Zambada" no es creíble. Pueden nunca ser públicos los datos, los nombres, las fechas y los montos que Zambada comparta con el gobierno de Estados Unidos, pero sí serán de su conocimiento.
En efecto, como lo deseamos todos los mexicanos preocupados por la penetración del narco en la clase política y la totalidad del Estado mexicano desde hace medio siglo, sería ideal y útil que Zambada "cantara", con o sin pruebas (sólo a Claudia Sheinbaum le interesan).
Podría sustentar con mayor precisión y credibilidad sus dichos -o no- pero simplemente con proporcionar los nombres de los "políticos" a los que "sobornó", según él, ofrecería innumerables pistas para enterarnos de la historia real del último medio siglo en México. Desde los años setenta, la Operación Cóndor, los conflictos entre cárteles, los comandantes de zonas militares en el noroeste de México, la campaña de AMLO en 2006, las últimas elecciones para gobernadores en Sinaloa, Sonora y Michoacán, hasta La Barredora, todo interesa y todo es pertinente. Veremos cuánta podredumbre sale; entre más, mejor.
Pero las posibles revelaciones -de nuevo, con o sin pruebas- no constituyen lo más grave del asunto. Veo por lo menos un par de implicaciones adicionales, quizás más duraderas, estructurales y graves. La primera es la que apunta Pérez-Ricart en Reforma ayer: los tres grandes capos del narco mexicano de los últimos 40 años -Caro Quintero, "El Chapo" y "El Mayo"- han sido juzgados, sentenciados y encarcelados, al final de cuentas, en Estados Unidos. Ninguno fue extraditado en el sentido estricto de la palabra. En el fondo, Estado que extradita a sus nacionales, Estado que abdica de una de las principales responsabilidades -y de su soberanía, siguiendo el artículo de esta semana de Federico Reyes Heroles- a saber, "administrar la justicia de sus verdugos". Que no tengamos alternativa, que sea conveniente desde muchos puntos de vista, que carezcamos de la fortaleza para resistir las presiones, no quita que se trata de una sumisión y dimisión desgarradoras.
Igual gravedad encierra la narrativa del gobierno de Estados Unidos. El paisaje que pintaron los funcionarios en la conferencia de prensa del lunes en Nueva York es desolador. Miles de millones de dólares de ganancias, cientos de miles de muertos, millones de kilos de droga, decenios de ilegalidad, la infinita corrupción de policías, militares y políticos: es la barbarie. Todo lo confesado por "El Mayo", todo lo descrito por Bondi, ahora los comentarios de Stephen Miller sobre la Ciudad de México, ocurrió en un país -el nuestro. No en el aire o el vacío.
La realidad que se desprende de la retórica trumpiana basta para aterrar a cualquiera. No impide que norteamericanos vivan, vacacionen e inviertan en México. Lo han hecho toda la vida, y lo seguirán haciendo. Pero nadie debe contarse cuentos sobre lo que realmente piensan de nosotros. Lo "no dicho" fue "dicho" en Nueva York, y se refiere a todos los gobiernos y todas las instituciones desde la época de Echeverría, con el PRI, el PAN y Morena. Corregir, cambiar, limpiar todo esto va a tardar años, y rebasa con mucho la capacidad de un régimen y un sexenio mexicanos.