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Educación rural en La Laguna: aulas ancladas a la tierra

En un mundo que parece avanzar a velocidad desigual, donde lo rural muchas veces queda fuera del foco, este diario se propuso entender un poco cómo se construye la educación desde el corazón de los ejidos.

Alumnos de la Escuela Primaria 16 de Noviembre en el ejido Solima de Matamoros (EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)

Alumnos de la Escuela Primaria 16 de Noviembre en el ejido Solima de Matamoros (EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)

DANIELA CERVANTES

La imagen me conmueve. “Esto no es común en la ciudad”, pienso mientras observo a un grupo de mujeres pegadas a la reja de una escuela rural de Solima, Matamoros. Son las mamás (o abuelas, o hermanas, o tías) de los niños y niñas que estudian en esas aulas ancladas a la tierra.

Con sombrilla en mano, y desprendidas de varios puntos de la comunidad, llegan hasta ahí para llevar “el lonche” aún humeante a los estudiantes que al filo de las 10 y media de la mañana salen en manada al patio de la escuela.

Estoy en la Primaria 16 de Noviembre porque intento retratar la esencia de la educación rural de La Laguna, y, justo, la escena anterior me pareció clave para arrancar este reportaje.

Fachada de la Escuela Primaria 16 de Noviembre en el ejido Solima de Matamoros (EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)
Fachada de la Escuela Primaria 16 de Noviembre en el ejido Solima de Matamoros (EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)

Antes ya lo había dialogado con Velia Alfaro López, directora de la institución, quien mencionó que ese sentido de unión es propio de las comunidades rurales.

Todos los días vienen a la hora del recreo, esto ya no se percibe en las escuelas urbanas”, me dice mientras una niña se acerca a donde estamos para darle un abrazo a ella, e inesperadamente uno a mí, para luego correr por su comida envuelta en aluminio que habrá de devorar mientras bebe un jugo envasado en vidrio sabor manzana.

Velia no sólo dirige una escuela rural, sino que es parte de su historia. Comenzó su carrera como maestra en esta zona y, aunque en algún momento trabajó en escuelas urbanas, reconoce que “la urbana no te arraiga tanto”.

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Para ella, la escuela rural tiene un valor profundo porque “el ejido te hace parte de la comunidad”. En estos espacios, me explica, la escuela no sólo representa un edificio donde se imparten clases, no, sino que es visto más bien como un centro de la vida social del ejido.

Cada aniversario del reparto agrario, por ejemplo, la primaria se convierte en la sede del festejo: se organizan honores, comidas comunitarias y actividades que reafirman la identidad agrarista.

Este sentido de pertenencia también se refleja en los docentes. “Hay muchos casos de maestros que pueden durar toda su experiencia docente en una sola escuela rural; ahí empiezan y ahí se jubilan”, expresó la directora Velia.

En su caso, afirmó, no cambiaría su experiencia por nada: “Nos sentimos parte de la comunidad. Si decimos que el altar de Día de Muertos lo hacemos a las siete de la tarde para que luzca bonito, los profes van. Esa relación cercana impacta, no sé si directamente en el aprendizaje, pero sí en el vínculo escuela-comunidad, y eso ahora es fundamental”.

En ese sentido, al hablar de los desafíos de la escuela rural de La Laguna, Alfaro López mencionó que una de las realidades que enfrentan actualmente es la disminución del alumnado por la migración que se tiene a las ciudades.

Aunque la Escuela Primaria 16 de Noviembre cuenta con 165 estudiantes (lo que la posiciona como una de las más grandes en su zona escolar) muchas otras apenas superan los 100 o incluso los 50 alumnos.

Esto ha llevado, mencionó, a que proliferen las escuelas unitarias o tridocentes, en las que un solo maestro atiende varios grados al mismo tiempo. Para ello han desarrollado estrategias pedagógicas específicas, como los “proyectos interdisciplinarios multifocales”, que permiten trabajar un mismo tema con estudiantes de primero a sexto grado de forma simultánea.

A pesar de los retos, Velia reconoció avances. Mencionó, por ejemplo, que gracias a un programa que el gobierno de Coahuila implementó recientemente, su escuela ahora cuenta con conexión a Internet.

Se trata del programa “Internet en las Escuelas Rurales” que arrancó operaciones los primeros días del mes de mayo en San Pedro, Coahuila con una inversión de casi 17 millones de pesos. Este mismo diario informó que serían 50 planteles y dos mil estudiantes de comunidades rurales de la Comarca Lagunera los que serían beneficiados.

Si, según datos de Cristian Omar González, supervisor de Escuelas Rurales en la Región Laguna, sólo en Matamoros existen un total de 107 escuelas rurales y en Viesca otras 53, la pregunta aquí sería: ¿Cuál es la realidad de las instituciones que no pudieron ser beneficiadas?

Christian Omar González Luna, supervisor de Escuelas Rurales en La Laguna (EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)
Christian Omar González Luna, supervisor de Escuelas Rurales en La Laguna (EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)

En un mundo que parece avanzar a velocidad desigual, donde lo rural muchas veces queda fuera del foco, este diario se propuso entender un poco cómo se construye la educación desde el corazón de los ejidos.

¿Qué implica enseñar en un aula multigrado? ¿Qué desafíos enfrentan las y los docentes? ¿Cómo aprenden las infancias rurales entre cosechas, migraciones y carencias, pero también entre vínculos sólidos y pertenencia comunitaria?

A través de escenarios concretos, entrevistas y observación directa, este diario intentó retratar la esencia de la escuela rural en La Laguna: un modelo educativo vivo y profundamente arraigado a la tierra.

(EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)
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ANTECEDENTES DE LA EDUCACIÓN EN CAMPO

La historia de la educación rural en la Comarca Lagunera se remonta a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando comenzaron a establecerse las primeras escuelas en ejidos y comunidades agrícolas impulsadas por el reparto agrario y la expansión del sistema de riego.

Tras la Revolución Mexicana, el proyecto educativo de Vasconcelos y posteriormente el cardenismo reforzaron la presencia del Estado en el ámbito rural, fundando escuelas primarias en los nuevos núcleos agrarios y capacitando a maestros rurales como agentes de cambio social.

(EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)
(EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)

Los primeros campesinos no solamente lucharon por tener un espacio donde cultivar, también querían una casa y que sus hijos tuvieran escuela”, relató Alfaro López.

Fue el maestro Cristóbal Díaz Figueroa, quien fundó la primera escuela rural federal en La Laguna en la entonces Villa de Matamoros en el año de 1864.

Luego, el crecimiento algodonero y la conformación de ejidos como Solima, La Flor de Mayo, Cañón de Fernández o San Miguel motivaron la creación de escuelas multigrado con escasos recursos, pero con un fuerte arraigo comunitario.

Estas escuelas no solo enseñaban a leer y escribir, sino que promovía la organización comunitaria, la higiene y el trabajo cooperativo, en un intento por integrar a las poblaciones campesinas al proyecto nacional, me narra Velia, quien justo dirige una escuela en Matamoros, lugar donde se sentaron las bases de la educación rural de La Laguna.

La Escuela Primaria 16 de Noviembre cuenta con 165 estudiantes, lo que la posiciona como una de las más grandes en su zona escolar (EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)
La Escuela Primaria 16 de Noviembre cuenta con 165 estudiantes, lo que la posiciona como una de las más grandes en su zona escolar (EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)

Aquí los niños saben el himno agrarista, saben qué fue el reparto agrario porque lo viven, lo celebran. En la ciudad eso se ha perdido. Por eso, en noviembre hacemos proyectos que refieren a la tradición y cultura de la comunidad, porque ese arraigo es de todos”.

UNA ESCUELA SEMBRADA EN LA TIERRA

La primaria 16 de Noviembre, me parece, representa con claridad la esencia de la escuela rural en La Laguna: el arraigo, la identidad comunitaria y la formación desde las raíces.

En sus aulas, el presente se entrelaza con la memoria viva de quienes fueron estudiantes y hoy son maestros, como Elizabeth Martínez Sánchez, quien ahora da clases en el mismo lugar donde ella aprendió a leer y escribir.

Jamás me imaginé haber llegado a trabajar en la escuela de donde egresé”, compartió a este diario. Para ella, lo que distingue a la escuela rural es el vínculo estrecho entre la educación y la comunidad.

Una de las realidades que enfrentan actualmente las escuelas rurales es la disminución del alumnado (EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)
Una de las realidades que enfrentan actualmente las escuelas rurales es la disminución del alumnado (EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)

Elizabeth da clases a un grupo de sexto grado con 32 alumnos. Asegura que los retos actuales de la educación rural no sólo son materiales, sino profundamente humanos: niños que enfrentan realidades complejas, familias fracturadas o con escasos recursos.

Los alumnos rurales tienen sueños muy grandes, pero muchas veces no tienen el alcance que sí existe en zonas urbanas”, explica. Aun así, Solima se destaca por haber visto egresar a numerosos profesionistas. “Los niños de aquí salen. Y algunos regresan, como yo”.

Para ella, un maestro rural, debe ser “bondadoso, tiene que demostrar una gran comprensión por sus alumnos, y mostrar siempre empatía y paciencia. En pocas palabras amor por lo que haces”.

Lo anterior es algo que me queda claro cuando la veo en acción dentro de su salón de clases, allá en Solima, un ejido unido, y arraigado en el corazón de sus habitantes, así como en el que palpita dentro del pecho del maestro Luis Héctor Hernández, quien también estudió en esta misma escuela, en la que lleva más de tres décadas de servicio.

(EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)
(EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)

“La escuela rural tiene su magia”, dice con orgullo. “Aquí se vive con más arraigo. Festejamos nuestras tradiciones: el Día de Muertos, el aniversario del reparto agrario. Todo eso le da identidad a los niños”.

A diferencia de las escuelas urbanas, asegura que en lo rural hay una conexión profunda con el entorno social e histórico.

No obstante, esa riqueza cultural convive con carencias materiales. “Los recursos que llegan de la federación o el municipio son pocos. Si queremos un clima, organizamos actividades con los padres”.

(EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)
(EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)

Aunque ahora cuentan con una conexión proporcionada por el Gobierno Estatal, reconoce que “la tecnología sí hace falta. Aquí, si queremos que los niños investiguen, a veces yo mismo les presto mi celular”.

Aun así, tanto Elizabeth como Luis Héctor coinciden en que enseñar en su comunidad es una forma de devolver lo recibido. “Nos ven como ejemplo, como inspiración”, dice ella.

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También Delmilady Carrillo Medina es fruto de esta tierra. Egresada de la escuela 16 de Noviembre, hoy es maestra de primer grado en la misma institución.

Soy del Sector 6 de Purísima, que está aquí cerquita”, cuenta. “Mis hermanos y yo estudiamos aquí. Esta escuela forma parte de nuestra historia familiar”.

(EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)
(EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)

Aunque este es su primer año asignada formalmente al plantel, su vínculo es profundo. “Yo me gradué en 2014 de la Normal Nueva Laguna. Pasé por interinatos en distintos ejidos, pero cuando se abrió la oportunidad de regresar aquí, no lo dudé”.

Carrillo Medina comparte que, a pesar de que nunca ha trabajado de forma permanente en una escuela urbana, durante sus prácticas pudo notar diferencias marcadas: “Allá se nota más la indisciplina. Aquí los niños son más tranquilos, más respetuosos. Yo creo que influye mucho el contexto, es más apacible”.

Actualmente atiende a un grupo de 27 niños, aunque solo 15 asisten con regularidad. Muchos provienen de familias jóvenes o son criados por sus abuelos. “Hay mamás muy jóvenes que todavía están aprendiendo a ser mamás. Y también hay papás que se han desviado por caminos difíciles, como las drogas. Ahí es donde empiezan muchas de las carencias que afectan a los niños”, explicó.

A pesar de las dificultades, la maestra cree firmemente en el potencial de la escuela rural. “Aquí la educación se adapta a las necesidades reales de la comunidad. Nos han dicho que les gustaría tener un huerto o una granjita escolar. No es imposible, pero falta apoyo. Lo que sí está claro es que debemos abrirnos más, trabajar de la mano con los padres, involucrar a la comunidad”.

Para ella, el mensaje es claro: “Que los niños no dejen de soñar, que tengan aspiraciones. Y que los papás estén siempre ahí, porque detrás de cada logro infantil, hay un adulto que creyó en ellos”. Su propia historia lo demuestra: además de ser maestra, su hermana es ingeniera química y su hermano ingeniero agrónomo.

RECORRER EL ÁREA RURAL EN BUSCA DE MEJORAS

Manejo por la Carretera Autopista Torreón San Pedro, quedé de verme con Cristian Omar González, supervisor de Escuelas Rurales en la Región Laguna en la Secundaria Técnica No. 45 ubicada en el ejido Santo Niño (conocido también como Seis de Octubre) de Francisco I. Madero.

La escuela ubicada a ras de carretera ofrece un ambiente agradable, producto de los árboles que habitan en ella.

En cuanto ingreso al recinto educativo, las miradas de algunos adolescentes me siguen. No tardan mucho para algunos cuantos me saluden, y otros me pregunten si soy algún tipo de supervisora.

No, soy reportera”, les respondo y ellos en un tono educado se presentan. Me sorprende lo atentos y respetuosos que se muestran.

Cristian Omar González Luna no tarda en llegar a encontrarme. Buscamos un lugar para sentarnos y platicar sobre la esencia de las escuelas rurales, que, pienso, puede ser justamente el respeto y la atención que los alumnos y alumnas me mostraron.

Esto no pasa en las ciudades”, es una frase que me reafirmé en el transcurso de la hechura de este reportaje.

Localizado un lugar, claro, debajo de la sombra de un árbol centenario, González Luna, me platica que su trayectoria ha estado marcada por el trabajo en comunidades alejadas, desde sus primeros años en Ciudad Acuña hasta su llegada, en 2019, al ejido Lequeitio, donde inició su recorrido profundo por la educación rural.

Con siete años de experiencia docente, cinco de ellos enfocados completamente al medio rural, González Luna ha sido testigo de las carencias, pero también de la fortaleza que caracteriza a las escuelas del campo.

“A veces señalamos al niño que no va, que no pone atención, pero no sabemos si vive con sus abuelos, si no tiene para llegar a clases, o incluso si no tiene qué comer”, señaló.

La pobreza, la lejanía, la falta de transporte y la inseguridad para trasladarse son parte del entorno cotidiano de los estudiantes. “Muchos se van de ‘rait’ en cualquier camioneta con tal de llegar a la escuela”.

Cabe mencionar que durante la pandemia, desarrolló por iniciativa propia un proyecto de acompañamiento escolar de algunas comunidades. Visitó escuelas para detectar necesidades y encontró no solo falta de materiales, sino carencias básicas: agua, luz, refrigeración y alimentación.

Aún así, con lo poco que tienen, los maestros sacan adelante a los alumnos. Hay mucho talento en el área rural”, afirmó.

Aunque González Luna reconoce que tanto las escuelas urbanas como rurales tienen sus virtudes, subraya diferencias esenciales: el arraigo a las tradiciones, el respeto hacia los docentes, la forma de comunicarse y la hospitalidad.

Llegas a una escuela rural y los niños te saludan con una sonrisa. En cambio, en zonas urbanas a veces están más distraídos

También destacó que en las comunidades rurales los estudiantes aún cargan con ideas heredadas: “Tu abuelo tiene tierras, tú te vas a quedar en el campo”. Para él, uno de los retos más grandes es romper con esa mentalidad y mostrarles que pueden aspirar a ser ingenieros, doctores o científicos, aunque vivan en la comunidad más alejada.

Durante ocho meses ha recorrido ejidos de San Pedro, Francisco I. Madero, Matamoros, Viesca y parte de Torreón. En ese andar ha encontrado historias conmovedoras: pequeñas escuelas con 130 alumnos que, pese a sus limitaciones, han formado campeones en la Olimpiada del Conocimiento y en competencias deportivas.

Comunidades como el ejido Mieleras, ubicado entre Viesca y los límites de Durango, enfrentan incluso problemas geológicos: “Se abre la tierra y la escuela queda inservible. ¿Qué hace la comunidad? Se mudan a una vieja hacienda, y ahí los maestros siguen dando clase”.

Para González Luna, uno de los mayores desafíos sigue siendo garantizar que los estudiantes lleguen a la escuela. Celebra la inversión estatal reciente en transporte escolar, aunque reconoce que aún falta.

(EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)
(EL SIGLO DE TORREÓN / DANIELA CERVANTES)

También destacó la flexibilidad que permite la Nueva Escuela Mexicana para adaptar contenidos al contexto: “Aquí los niños no tienen acceso a computadoras o internet, pero sí pueden aprender desde su realidad”.

Pone como ejemplo una escuela con un huerto escolar y un docente que, desde su taller, enseña a hacer gorditas con cocedor. “Eso puede ser un ingreso futuro para sus familias. Es aprovechar lo que tienen, lo que conocen, y hacerlo parte del aprendizaje”.

Por lo que pude ver, puedo concluir que la educación rural en La Laguna no es una nota al pie de la historia, sino más bien es una raíz viva. En cada niño que estudia entre surcos, en cada maestra (maestro) que vuelve a enseñar donde aprendió a leer y escribir, se cultiva una resistencia silenciosa, pero fértil. Porque en este contexto, la escuela no es solo salones de clases: son comunidades enteras soñando con un mejor futuro.

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