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Disputa geopolítica mata cooperación

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Lo que pensamos sería una era global de cooperación, se ha convertido en una era de dura competencia geopolítica. El comercio, internet y la economía neoliberal nos llevaron a creer en los 90 que las grandes guerras, el nacionalismo y el imperialismo eran cosa del pasado. Hoy vemos que son asuntos del presente y del futuro cercano. La competencia entre potencias gana terreno a la colaboración. Y la disputa ya no es sólo por territorios, también lo es por mercados y tecnología. El mundo enfrenta desafíos enormes, pero parece que las ambiciones son más grandes. En los últimos días hemos visto muestras claras de la prominencia de la rivalidad sobre la cooperación.

Comencemos por la competencia tecnológica. La Casa Blanca publicó el Plan de Acción de Inteligencia Artificial de Estados Unidos. El plan establece tres pilares: impulsar la innovación tecnológica a través de la desregulación, construir infraestructura nacional (centros de datos y cadenas productivas de chips), y liderar en la diplomacia y seguridad vinculadas a la IA. El objetivo estratégico del gobierno de Donald Trump es asegurar que Estados Unidos mantenga su dominio frente a China, quien, por cierto, ya ejecuta un plan nacional de IA desde 2017. La prioridad estadounidense en IA pasa por ampliar su oferta de paquetes de exportación tecnológica a sus aliados y desplegar una mayor influencia digital. Pero esto podría profundizar la división tecnológica global en dos niveles: primero entre quien desarrolla la IA y quien sólo la usa, y, segundo, entre quienes se alineen al modelo de IA de Estados Unidos y quienes se inclinen por el modelo chino.

Vayamos ahora a la competencia comercial. La agresiva estrategia arancelaria de Donald Trump tiene que ver con la disputa por mercados, ya sea de capitales, consumo o recursos. Hasta el momento de escribir estas líneas, aún no se sabía el resultado de la reunión entre el presidente Donald Trump y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. El objetivo anunciado era acordar un arancel general del 15 % para las importaciones de Estados Unidos provenientes de los 27 países europeos, en lugar del 30 % que Washington pretende imponer a partir del 1 de agosto. Sea cual sea el resultado, la era de la colaboración y alineación estratégica entre ambos lados del Atlántico Norte ha terminado. Al menos en el plano económico.

Antes de reunirse con Trump, Von der Leyen viajó a Pekín para celebrar con el presidente Xi Jinping la cumbre entre China y la Unión Europea. Pero no hubo acuerdos. La falta de entendimiento viene desde los enfoques: mientras Xi habla en general de mantener las relaciones bilaterales en la ruta positiva, Von der Leyen aboga por compromisos específicos en subsidios estatales, propiedad intelectual y acceso al mercado chino. La Unión Europea reclama transparencia y reciprocidad en cuestión de mercado, además de que pone sobre la mesa el desafío de seguridad que representa Rusia, "amiga sin límites" de China. La competencia a tres bandas está clara: Estados Unidos quiere limitar el acceso europeo a su mercado, China quiere mantener su presencia en los países de Europa y la Unión Europea busca un mayor acceso al mercado chino. El libre comercio internacional vive momentos oscuros.

Luego de la tecnología y los mercados, aterricemos en la competencia por territorios. La semana pasada se agregó un foco de conflicto a la lista del jinete de la guerra. El 24 de julio estalló un choque armado abierto entre Tailandia y Camboya, debido a una disputa fronteriza de larga data. La pugna surge tras una escalada de reclamos y hostilidades que incluye incidentes en sitios históricos como el templo hindú del siglo XI, Preah Vihear, codiciado por ambos países. Además de las decenas de muertos y los daños materiales, unas 130,000 personas han sido desplazadas de la zona fronteriza, una región que además de la riqueza histórica y religiosa, posee recursos naturales valiosos como maderas, piedras preciosas y hierro, además de un gran potencial hidroeléctrico.

Pero el conflicto va más allá de la pelea fronteriza. Hay influencias estratégicas cruzadas: Camboya tiene lazos históricos fuertes con China, mientras que Tailandia es un aliado tradicional de Estados Unidos, aunque en los últimos años ha ensayado una política exterior más equilibrada. Además, ambos países forman parte de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés), la zona de libre comercio más poderosa del mundo y que es liderada por China. El conflicto revela cómo los intereses globales de China y Estados Unidos se cruzan incluso entre países vecinos, y pone en riesgo la estrategia geoeconómica de Pekín en lo que considera su zona de influencia.

Con todo y lo peligroso de la situación en el Sudeste asiático, y la gravedad del conflicto en Ucrania, el escenario bélico más preocupante es Gaza, donde la posibilidad de tregua está cancelada por el momento. Israel, con el apoyo de Estados Unidos, expande su ofensiva, arrasa con la población gazatí y obstaculiza la ayuda humanitaria. El pueblo palestino literalmente está muriendo de hambre. Y la comunidad internacional no logra concretar un alto al fuego efectivo, a pesar de los esfuerzos diplomáticos del E3 (Reino Unido, Francia y Alemania) y el anuncio de París de reconocer al Estado palestino, un acto poderosamente simbólico pero poco efectivo en el terreno.

La crisis humanitaria ha alcanzado niveles de inanición entre niños y mujeres embarazadas. Las voces de alerta hablan de que miles de personas podrían morir de hambre en los próximos días. Y está claro que Israel está usando el hambre como arma para concretar sus planes: ejecutar una limpieza étnica en el territorio palestino. Ética y geopolítica se cruzan en Gaza: más de 57,000 muertos, en su mayoría civiles palestinos; acceso humanitario bloqueado, y fallas internacionales en prevenir la catástrofe. El fracaso global que significa el desastre de Gaza evidencia la completa fractura moral en la comunidad internacional del viejo orden liberal basado en reglas.

La preponderancia de las ambiciones geopolíticas, tecnológicas y geoeconómicas obstruyen el camino del entendimiento. La carrera tecnológica se convierte en herramienta de supremacía. Las crisis humanitarias son estrategias de guerra y exhiben los límites actuales de la diplomacia. El comercio ya no fluye libre como antes. Ahora se "armifica" con aranceles, acuerdos bilaterales y bloques geoeconómicos construidos con una lógica de poder. Las disputas territoriales exhiben cuán frágil es la integración económica si no hay gobernanza regional y mundial efectiva. Las nuevas tecnologías, que deberían ayudar a resolver los problemas críticos de nuestra civilización, dividen a las potencias. El mercado, que debería acercar a los países, los aleja. Y la lógica del control del territorio ha vuelto con toda su crudeza.

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