En México olvidamos a los muertos…. no a nuestros muertos, claro, pues los más afortunados son extrañados siempre; vuelven cada noviembre al altar, reaparecen en los brindis de Navidad y en el recuerdo de un cumpleaños. Aunque, con el tiempo, la imagen se desdibuja, la voz se vuelve lejana… hasta que, de pronto, un aroma o una canción nos arrastra a ese instante irrepetible de vida.
Pero no hablo de esos muertos -los nuestros- hablo de los otros: los que mueren sin justicia, a los que sus vidas les fueron arrebatadas, los aparecen solo en el altar, pero nunca en las prioridades de quienes deberían combatir la violencia. Esos, cuyos nombres son contados, sumados, acumulados en cifras. Número tras número. Nada más.
Nos prometieron que la reforma judicial impulsada por Andrés Manuel López Obrador, y ejecutada en transición por Claudia Sheinbaum, acabaría con la impunidad, pero sabemos que no es así. Al menos no para quienes acudimos al Ministerio Público o a las fiscalías, en su enorme mayoría inoperantes e inhumanas, y las cuales no serán renovadas todavía. La elección del Poder Judicial habla de justicia; sin embargo, su verdadera motivación es el poder, dejando a las víctimas arrinconadas en carpetas que probablemente nadie revisará ya jamás.
¿Alguien recuerda al señor Gustavo Hernández? ¿Su nombre les dice algo? Muy probablemente no. Aquel hombre suplicó a las autoridades que le entregaran "aunque sea un huesito" de su hijo, desaparecido hace más de un año en Escobedo, Nuevo León.
En el cajón del olvido está también don José Luis Castillo, padre de Esmeralda, desaparecida en Ciudad Juárez, Chihuahua hace 16 años. Los mismos que le ha tomado a él convertirse casi en un fantasma, sin poder comer, sin poder dormir. ¿Por qué no lo recordamos?
Mayra, tan joven, perdió a su niño de 14 años, quien salió a trabajar y pisó una mina colocada por criminales para marcar su territorio en Buenavista, Michoacán. A Pablo lo recuperó en pedacitos: "un pedazo de una orejita, un cachete, pelo, los pies y las piernitas", me dijo en una conversación hace tres meses. Ella no abrió la caja, pero otro de sus niños pequeños sí: "Mami, mi hermano ya no tenía corazón", le dijo.
Nada se sabe aún sobre la ejecución de Ximena Guzmán y José Muñoz, colaboradores cercanísimos de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada. Ocurrió en la ciudad supuestamente más vigilada del país, con miles de cámaras. ¿Y las imágenes? ¿Y las pistas? Las autoridades han dado solo una conferencia de prensa, no hay ningún detenido, y por decisión de autoridades locales y federales, la investigación se mantendrá en secrecía.
Las primitas Alexa y Leydi, de siete y 11 años, fueron asesinadas en Badiraguato. ¿Víctimas de un fuego cruzado o de un ataque directo de militares? No hay certeza. No hay justicia.
Prometieron también resultados y transparencia ante el horror vivido en el Rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco. ¿Dónde está la verdad? ¿Y dónde las personas que portaban esos zapatos, esa ropa, esos cientos de prendas en decenas de bolsas que fueron encontradas por grupos de buscadores? El fiscal, Alejandro Gertz Manero, que con tanto dramatismo encabezó un par de conferencias de prensa, de pronto dejó de hablar del tema. Nadie más habló del terror.
¿Quién decapitó al alcalde de Chilpancingo, Guerrero, Alejandro Arcos? ¿Y quién mató al diputado federal electo, Héctor Melesio Cuén, en Sinaloa?
¡Nos están matando y olvidando! Tengamos rabia, impotencia, miedo, necesidad de justicia, pero, por favor, no más indiferencia ni condescendencia hacia las autoridades. El silencio es cómplice … y también mata.
@azucenau