El empeño del diputado de Morena, Antonio Attolini Murra, de no ser tomado en serio -ni en la tribuna ni por la opinión pública-, lo ha conseguido con creces. El protagonismo sin talento es como la fama: «gloria en calderilla» (Víctor Hugo). «Suena mucho, pero vale poco», apostilla el escritor José Luis Navajo. El asesor fantasma del Senado ha mostrado nulo liderazgo y escaso oficio político. Perder la diputación federal en 2021 con Antonio Gutiérrez Jardón (PRI), capaz de apagar en un santiamén a la audiencia más pletórica, da idea de sus alcances. La curul plurinominal que ostenta la sacó con tirabuzón al Tribunal Electoral del Estado. «Por fin se le hizo a Attolini», informó son sorna Radio Fórmula (15.08.23).
El partido de la presidenta Claudia Sheinbaum ocupa en legislatura local cinco curules (todas de representación proporcional), la mitad de las que tiene PRI. Sin embargo, no suena; y cuando lo hace es al son que la mayoría le toca. En el pasado, fracciones del PAN y los extintos partidos Frente Cardenista y de la Revolución Democrática (antes de pasar en la órbita del moreirato), con menos diputados, sobresalieron por su compromiso, dinamismo y combatividad. No pocas veces pusieron en jaque al gobernador de turno. Una de las razones por las cuales Humberto Moreira dejó de acudir al Congreso a rendir sus informes, fue porque, en el primero, la bancada panista, liderada por Guillermo Anaya y Jesús de León, lo interpeló y exhibió pancartas contra él y su Gobierno.
Attolini se siente acosado, perseguido y acaso también infravalorado. Acusa censura, pero ni en el Congreso ni en los medios de comunicación se le coarta el derecho de expresarse con entera libertad. El problema son sus fobias y sus fijaciones, así como su interpretación de la realidad y su contexto. Las siglas de Morena, como Salamanca, no prestan lo que natura no da. El partido guinda domina el escenario nacional, pero en Coahuila no pinta. Los votos que tiene se los debe a los programas sociales y a la presidenta Sheinbaum -como antes a López Obrador-, no a su trabajo.
Attolini es joven y le gusta salir y asistir a conciertos como cualquier ciudadano. El fuero sirve de escudo frente a la ley, pero fuera de allí no funciona. El diputado lo constató el 4 de junio después de una función en el Coliseo Centenario de Torreón. «¡Hablase te mí...!», escuchó antes de recibir un puñetazo en la cara, «relató el propio legislador» (La Jornada, 06.06.25). El morenista recurrió a Newton y a la Ley de la palanca para derribar e inmovilizar al agresor. La policía registró la escena y lo esposó, pero en cuanto pronunció el abracadabra: «¿Si sabes quién soy?», las manillas se abrieron.
Antes de cerrar el mes, un nuevo escándalo. El 29 de junio la prensa informó que Attolini Murra había sido detenido durante la madrugada por «presunto aliento alcohólico». Dos horas después se le liberó sin cargos. La policía cometió un error: tampoco sabía de quién se trataba. Los legisladores de la 4T reaccionaron como no lo han hecho por el moreirazo y otros atropellos impunes. Se rasgaron las vestiduras y pusieron las manos al fuego por el trasnochador: «El diputado Attolini es un orgullo para el movimiento de regeneración nacional en Coahuila». El desplegado que firmaron empieza con una retórica de derecha: «El autoritarismo no necesita botas militares ni tanques en las calles: basta un alcalde incapaz de tolerar la crítica, rodeado de funcionarios serviles dispuestos a usar el poder público como herramienta de persecución». ¿No es de lo que ayer se acusó a AMLO y hoy a la presidenta Sheinbaum