Alos 70 años cabales don Cholenco casó con Avidina, mujer en flor de edad y de opulentas prendas físicas. A los pocos días de matrimoniado el provecto señor acudió a la consulta de un doctor y le contó su caso: cuando se disponía a cumplir, siquiera fuese con ímprobos esfuerzos, su deber marital, se quedaba dormido. Eso frustraba los legítimos deseos de relación carnal de su joven esposa. Tras oír la explicación de su paciente el galeno le extendió prontamente una receta. “Son píldoras para dormir” -le dijo. “Pero, doctor -se desconcertó don Cholenco-. Ya le dije que me quedo dormido yo solo. No necesito esas píldoras”. “No son para usted -le indicó el facultativo- . Son para su esposa. En el caso de usted no puedo hacer nada, pero con esto ella también se quedará dormida”. Por varios motivos viajo frecuentemente de Saltillo a Monterrey. El primero, para ir al Aeropuerto “Mariano Escobedo” a tomar un vuelo a alguna de las ciudades del país donde soy invitado a perorar. El segundo, porque en la capital nuevoleonesa, hospitalaria y generosa, tengo tareas gratas que ponen pan en mi mesa y ánimos en mi vida, vale decir que dan sustento tanto a mi cuerpo como a mi alma. Y el tercero, y más importante, porque guardo ahí afectos entrañables que procuro cultivar. No hay que dejar crecer la hierba en el camino de la amistad. Pues bien, o no tan bien: siempre que viajo a Monterrey voy, como decían nuestros abuelos, con el alma en un hilo y el Jesús en la boca. Y es que tanto en la carretera libre como en la de cuota suceden con frecuencia accidentes, las más de las veces trágicos, que interrumpen la circulación durante horas, con perjuicio grande para las decenas de miles de usuarios de esas vías. No soy experto en materia de tránsito de personas -en ninguna materia soy experto-, pero pienso que un tren rápido que uniera a Saltillo y Monterrey -y de paso también a Monterrey con Saltillo- solucionaría ese problema y fortalecería más los lazos entre esas dos ciudades que tantos vínculos tienen en común no sólo por razones de historia y tradición, sino también de economía. Las ingentes sumas que se gastarán en el tren a Nuevo Laredo, destinado a fracasar igual que fracasó el Tren Maya, podrían emplearse en ese proyecto, más necesario y viable. Desde luego, habría que hacer un estudio meticuloso -aunque se escuche mal- a efecto de fundamentar esa obra, que se hará tarde o temprano, pero destaco la necesidad de buscar alternativas al viaje por carretera entre las dos ciudades, trayecto cuyos inconvenientes crecen cada día. Después de haber yacido numerosas veces en el studio coach de diversos productores y directores cinematográficos, Daisy Mae, aspirante a estrella de Hollywood, consiguió por fin que le dieran un papel en una película del Oeste. El primer día de filmación debió montar un caballo salvaje que la arrojó sobe una nopalera. El segundo día el villano la tomó con ella a bofetones y guantadas, y la dejó tendida sobre el suelo llena de moretones y lacerias. El tercer día los pieles rojas la hicieron prisionera y la sometieron a un destino peor que la muerte. Exhausta, agotada, exinanida, preguntó la infortunada Daisy Mae: “¿Con quién tengo que acostarme para salir de esta película?”. Las desventuras conyugales de don Astasio no terminan. El otro día llegó a su casa en hora desusada y sorprendió a doña Facilisa su mujer, en trance adulterino con el compadre Pitorraudo. En quejumbroso tono de reproche se dirigió al lujurioso follador: “Compadre: ¿por qué me hace usted esto?”. En ese punto intervino la pecatriz: “Astasio: no seas injusto con el compadre. A ti no te está haciendo nada”. FIN