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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

Don Rusticio es un buen hombre, pero de pocas luces. Cierto oficioso amigo habló con él: “Lo que en seguida te diré va a dolerte mucho, pero me siento en la obligación de decírtelo. Sé de buena fuente que tu hija es prostituta”. “¡No puede ser! - se consternó el señor-. ¡Vermina es casta, pura, honesta! ¡Por ella metería yo las manos al fuego!”. “Te las quemarás -le advirtió el otro-. ¿De dónde crees que saca el dinero que cuesta el tren de vida que se da, su coche de un millón de pesos, sus joyas, sus vestidos de marca? Lo que te digo es cierto. Tu hija es prostituta”. “Hablaré con ella -declaró don Rusticio-. Jamás me ha mentido. Tampoco en esto me ocultará la verdad”. Efectivamente, ese mismo día el apurado genitor encaró a Vermina. Le preguntó: “¿A qué te dedicas? ¿De dónde sale lo necesario para pagar los lujos que te das?”. Contestó ella: “No puedo mentirte, padre. Soy call girl”. “¡Qué alivio! -exclamó feliz y alegre el buen señor -. ¡Me habían dicho que eres prostituta!”. La dieta básica del mexicano básico está formada por maíz, frijol y chile. A este último ingrediente hay que añadir el tomate y la cebolla, pues sin ellos no se podrían hacer las salsas picositas con las cuales se sazonan aquellos alimentos. (Brigitte Bardot vino a México, y tras probar alguna de esas salsas, y enchilarse con ella, dijo que a los mexicanos nos gusta comer llorando). No sé mucho de economía. Mejor dicho, no sé nada acerca de esa abstrusa ciencia cuyos practicantes esgrimen diez argumentos para pronosticar que algo sucederá en el campo de lo económico, y cien para explicar por qué no sucedió. Me pregunto a qué se debe que el precio de la cebolla y el tomate tenga tantas altas y bajas. Un día esos dos productos están, como se dice, al alcance de todos los bolsillos, y al siguiente amanecen tan caros que solo un narco o un político pueden adquirirlos. Recuerdo un tiempo cuando el precio de la cebolla se puso por las nubes. En esos días un tipo le propuso a su amigo: “Hagamos una carne asada. Dividiremos el gasto por igual. Yo llevaré el carbón, la carne, las salchichas, el guacamole, el queso, las salsas, las tortillas, los frijoles charros, los refrescos, la cerveza y el tequila, y tú lleva una cebolla”. ¿Y qué decir del tomate? Últimamente se ha encarecido ese indispensable alimento.

Indispensable, sí. Dice el refrán: “Con todo va el tomate, menos con el chocolate”. Es cierto. Aún no ha surgido un chef de los de cocina fusión, ésos que ofrecen chicharrón a la champaña en cama de crema Chantilly o verdolagas con esfumado de frutos rojos e insinuaciones de maracuyá, que se atreva a combinar tomate y chocolate. Los aranceles aplicados a los productos mexicanos por el hotentote Trump harán que el tomate se encarezca, con perjuicio tanto para los consumidores mexicanos como norteamericanos.

Viene en este momento a mi memoria el caso de un sujeto que tenía fama de ser mal pagador, igual que Pemex. Le pidió dinero prestado a un amigo, y éste le hizo el préstamo. Jamás se lo pagó. Le dijo con descaro: “Si me conocías ¿por qué me prestaste? Lo pendejo cuesta”. Las pendejadas, en efecto, son costosas. Lo ilustran tanto Trump como López Obrador. No sé si al hablar del encarecimiento del tomate haya cometido yo algún error. Por él pido disculpas: al mejor cocinero se la va un tomate entero. El inconsolable viudo sollozaba lastimeramente en el funeral de su esposa. Gemía, dolorido: “¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer?”. “No llores, hijo -lo consoló el buen padre Arsilio-. El tiempo aliviará tu pena”. “Sí admitió el hombre-. Pero ¿qué voy a hacer hoy en la noche?”. FIN.

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